martes, 22 de febrero de 2011

DEI GLORIA INTACTA










                                                 DEI GLORIA INTACTA



                                                      Jan van Rijckenborgh













                                                                          





                                                                      Índice


            Prefacio

            Prólogo

 1         Orientación

 2         El cambio fundamental

 3         Las dos Iniciaciones fundamentales

 4         La Iniciación de Mercurio del primer Círculo Séptuple

 5         La Iniciación de Venus del primer Círculo Séptuple

 6         La Iniciación de Marte del primer Círculo Séptuple

 7         La Iniciación de Júpiter del primer Círculo Séptuple

 8         La Iniciación de Saturno del primer Círculo Séptuple

 9         El segundo Círculo Séptuple: Urano

10        El misterio del alma

11        El tercer Círculo Séptuple: Neptuno

12        Los aspectos esotéricos del hombre nuevo

13        La soledad del hombre nuevo

14        La auto‑francmasonería del hombre nuevo

15        La conciencia del hombre nuevo

16        La tarea y el trabajo de la Escuela Espiritual en la nueva era

            Epílogo

            Glosario





                                                                     Prólogo


Dado que el único Dios, sabio y misericordioso, ha derramado tan ampliamente, en estos últimos tiempos, su bendición y su bondad sobre la humanidad, ayudándonos así a llegar a un conocimiento cada vez más perfecto de su Hijo Jesucristo, podemos dar testimonio con razón de los tiempos felices en los que no sólo nos es desvelada la mitad del mundo hasta ahora desconocida y oculta, sino que también por El nos ha sido revelado muchas obras y criaturas de la naturaleza, desconocidas hasta ahora. Además, El ha hecho aparecer hombres dotados de una gran sabiduría que, en nuestros tiempos corrompidos e imperfectos, renovarán y llevarán a la perfección una parte de todas las nobles artes masónicas. Esto permitirá que el hombre comprenda su nobleza y su valía, conciba la razón por la cual es llamado "microcosmos" y hasta dónde se extiende su conocimiento de la naturaleza.
            El mundo ignorante no encontrará ciertamente en esto ningún motivo de alegría; por el contrario, se contentará con sonreír y burlarse. Además, el orgullo, la ambición y la presunción de muchos son tan grandes, que parecerá imposible hacerles reconciliarse. Si estuvieran unidos, podrían componer, con todo lo que Dios nos ha dado tan ampliamente en nuestros días, un librum naturae, es decir, un método perfecto al servicio de todas las artes libres. Pero su oposición es tal, que persisten en los viejos caminos y se niegan a abandonarlos.
            Nuestro piadoso y muy iluminado Padre y Hermano Cristián Rosacruz ha trabajado mucho y largo tiempo, con el fin de llevar a cabo una reforma general y, en todas las épocas, fueron enviados numerosos hermanos a su servicio con la misma finalidad, a saber: fundar un orden mundial que no es de este mundo, un orden del cual Jesucristo da testimonio, diciendo: «En verdad, en verdad os digo, si un hombre no nace de nuevo, no puede ver el Reino de los Cielos.» Nicodemo le dice: «¿Cómo puede nacer un hombre cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar de nuevo en el seno de su madre y volver a nacer?» Jesús le responde: «En verdad, en verdad te digo, si un hombre no nace de agua y de espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios.»
            Y el iniciado Pablo dice: «De esto nos queda mucho por decir y de difícil explicación, pues os habéis hecho torpes de oído. Porque debiendo ser maestros por el tiempo transcurrido, necesitáis de nuevo que os enseñen lo elemental de la palabra de Dios, y habéis llegado a ser tales, que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo el que se alimenta de leche es inexperto en la palabra de la justicia, porque todavía es niño. El alimento sólido es para quienes han alcanzado la madurez, para quienes, por el uso, tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal. Por lo tanto, dejando a un lado los rudimentos de la doctrina de Cristo, nos elevamos al estado de adulto. Pues el conocimiento de Dios es solamente para los fuertes.
            Porque la palabra de Dios es viva y operante, y más tajante que una espada de dos filos; penetra hasta la división de alma y espíritu, de coyunturas y tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Nada creado está oculto a su presencia: todo está desnudo y al descubierto a los ojos de Aquél a quien hemos de rendir cuentas.
            Así pues, también nosotros, rodeados de tan gran nube de testigos, despojémonos de todo lastre y del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia en la carrera que se abre ante nosotros, fijos los ojos en Jesús, guía y consumador de la fe, quien, ante la alegría que le era ofrecida, soportó pacientemente la cruz.
            ¿Habéis resistido ya hasta en la sangre en vuestra lucha contra el pecado? ¿Habéis olvidado la exhortación que como a hijos os es dirigida: "Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor, ni te desalientes cuando El te reprenda; pues el Señor castiga a quien ama y reprende a todo el que recibe por hijo. Soportad el castigo; Dios os trata como a hijos."?
            En un primer momento, la corrección no parece agradable, sino dolorosa; pero después da fruto apacible de justicia a los que se han ejercitado en ella. En consecuencia, levantad las manos caídas y enderezad las rodillas vacilantes. Enderezad las sendas para vuestros pies, para que el cojo no se salga del camino, sino que sea sanado. Buscad la paz con todos los hombres y la santificación sin la cual nadie verá al Señor. Tened cuidado de que nadie se vea privado de la gracia de Dios; de que ninguna raíz de amargura crezca y os perturbe y por ella muchos sean contaminados.
            Vosotros, adultos, habéis llegado a la montaña santa, y a la ciudad del Dios vivo, a la verdadera Jerusalén y a la Fraternidad de los Primogénitos, que están en el otro Reino; a Jesús, el mediador de la nueva alianza. Que quienes, por consiguiente, han recibido parte en el Reino Inmutable tengan gratitud y sirvan de todo corazón al Señor y a su Fraternidad.»

Esperamos y rogamos que tenga a bien reflexionar cuidadosamente sobre nuestro ofrecimiento y profundizar minuciosamente nuestro arte, sondear con ardor el presente y dar a conocer con celo nuestro punto de vista.
            Y decimos, en toda verdad, que quien quiera ir con nosotros seriamente y de todo corazón, recibirá grandes ventajas. Pero quien sea falso de corazón o sólo ambicionase nuestros tesoros, nunca podrá dañarnos, pues él mismo será la causa de su declive y de su propia destrucción.

Y nuestra construcción, aunque vista de cerca por centenares de miles de hombres, permanecerá para siempre impasible e indestructible y oculta al mundo impío.

                                                                                                             Lectorium Rosicrucianum



                                                                     Prefacio


Si el lector atento comparase esta primera edición española con la primera edición holandesa de 1946, descubriría inmediatamente que gran parte de lo que había sido anunciado en dicha edición ya se ha realizado. La humanidad ha entrado en el tiempo de la cosecha, y el campo de la cosecha, el nuevo Reino Gnóstico, ha sido preparado. La Fraternidad Gnóstica mundial ha ocupado su lugar en la gran viña del Señor, pues una cosecha superabundante está madura en los campos.
            Que los innumerables buscadores que por su estado interior tienen la posibilidad de pertenecer a la cosecha, puedan llegar a captar la llamada de la Gnosis, y puedan ver y comprender las señales del actual momento del mundo, reconociendo aún a tiempo el único camino de salida y entrando en el misterio de iniciación crístico de la santa Rosacruz.

                                                      DEI GLORIA INTACTA

                                                  ¡La gloria de Dios es intangible!

































                                                                           I

                                                                  Orientación


                                                                           I

En el transcurso de toda la historia de la humanidad, dos sistemas de desarrollo esotérico han atraído la atención de todos aquellos que, por predisposición y aspiración interior, deseaban recorrer el camino de la liberación. Consultando la historia de la magia, podemos observar que en todas las civilizaciones solamente han sido aplicados dos sistemas de desarrollo mágico. De acuerdo con las fluctuaciones de las diferentes épocas culturales, los dos sistemas fueron ejercidos simultánea o alternativamente.
            La Rosacruz, en su filosofía moderna, designa a uno de estos sistemas como división de la personalidad, al otro como cultivo de la personalidad. Ambos tienen la misma idea fundamental: "El hombre es imperfecto, semiconsciente y está preso de la ilusión. El perfeccionamiento, la conciencia total, la verdad absoluta, existen y le esperan. Sus hierofantes le llaman. Y aquí están los métodos de entrenamiento y de realización, caminos entre el presente y el futuro deseado por los hombres."
            Del seno de los siglos vemos surgir la división de la personalidad. El candidato debía aprender mediante métodos de alimentación, por el control de la respiración y el ascetismo, por la concentración y la contemplación y por el dominio de la fuerza de la palabra, a realizar una división de su cuádruple personalidad. Mediante esta división, o por el dominio de la ley de cohesión que mantiene concéntricos los cuatro vehículos de la personalidad, el alumno podía separar a voluntad el vehículo material y su doble etérico de los dos vehículos más sutiles, para viajar con éstos, plenamente consciente, por las denominadas regiones superiores. Podía restablecer la cohesión de los cuatro vehículos y así explorar el camino entre ilusión y realidad, progresando de fuerza en fuerza en la luz de posibilidades de vida completamente nuevas. Había perforado un pasaje, mediante entrenamiento esotérico, entre las oscuras profundidades del mundo y las radiantes posibilidades de una nueva era. Podía unirse a hermanas y hermanos del mismo rango. Era libre, era hijo de la aurora. Y juntamente con esta ciudadanía adquirida en dos mundos, se desarrollaban otros dones, tales como una elevada agudeza de los sentidos y una penetración cada vez más profunda, de primera mano e independiente, en el plan de las cosas.
            ¡Sí, para este candidato de las antiguas escuelas espirituales, Dios era verdaderamente misericordioso! ¡El era liberado! Y, unido a numerosos compañeros en esta alegría inexpresable, podía trabajar en un radio de acción ilimitado al servicio del Reino de la Luz, para la elevación de quienes se encontraban aún en las tinieblas.
            Grandioso y magnífico es el trabajo llevado a cabo por todos estos antiguos iniciados y liberados. Las huellas luminosas de sus actos brillan como una llama en la memoria de la naturaleza. Miles de occidentales, que amenazaban hundirse bajo las ávidas garras del materialismo y de la incredulidad, fueron unidos a esta luz procedente de la antigua sabiduría de oriente. Cuando el nadir de la materialización elevó sus muros, quienes golpeaban en ellos para abrir un pasaje fueron orientados, por una falange de trabajadores iluminados, hacia el pasado y su deslumbrante esplendor. Cuando muchos se asfixiaban en la camisa de fuerza de la materia y de la religiosidad adaptada también a la materia, que no ofrecía salida alguna, vino la mano tendida y llena de amor de la Fraternidad de la Luz y condujo al hombre enfermo hacia el pasado.
            ¿Se encuentra, entonces, su liberación en el pasado? No, pero sí el consuelo y la redención, según la palabra de oro: «El que no quiere aprender del pasado, es castigado en el futuro.» Por ello, el pasado llama siempre, con actos de amor, al saber subconsciente, cuando por ignorancia e ilusión el hombre bloquea los caminos del futuro.
            En el pasado también hubo esoteristas, como entre los antiguos egipcios y griegos, que escogieron una vía de desarrollo completamente distinta a la de quienes habían querido abrirse un camino de liberación por la división de la personalidad. Ellos consideraban que este mundo no podía ser rechazado, y que el mundo de la luz sólo podía ser alcanzado a través de él. Mantenían que el hombre y la naturaleza eran totalmente opuestos al país de la luz ‑y lo eran‑, y por ello ambos debían ser cultivados y armonizados en su realidad aparente.
            Ellos planteaban la magia del cultivo de la personalidad, la elevación del antropos, del hombre, desde abajo hacia arriba. Fueron elaborados sistemas de purificación de la raza y de la sangre según normas mágicas, y puesto que el hombre no podía mantenerse en un mundo y en un reino natural atrasados con respecto e él, los demás reinos debieron ser elevados simultáneamente a un plano superior. Por consiguiente, la agricultura, la horticultura, la ganadería y otras muchas cosas más, necesarias para el mantenimiento de la vida, fueron practicadas, en colonias más o menos grandes, por hombres que practicaban los misterios, de forma totalmente nueva y adaptada al hombre que avanzaba en el cultivo de la personalidad.
            También así se obtuvieron resultados mágicos. Se adquirió cierta conciencia de los campos superiores y una grandiosa ampliación de los poderes sensoriales, aunque al mismo tiempo se llegó a una sujeción a la materia. Lo material compartió la gloria de la elevación; la resistencia de la materia fue vencida hasta cierto punto, no escapando a ella, sino sometiéndola y cultivándola.
            Por consiguiente, si uno de estos métodos colocaba la iniciación fuera del cuerpo, el otro la colocaba dentro del cuerpo, incluyendo el vehículo material. Muchos occidentales fueron salvados también de esta manera de la muerte en vida, de una petrificación espiritual, del caos de un espantoso declive, conectándoles también con un rayo de la antigua sabiduría, para hacerles y conservarles aptos, por medio del pasado, para un posible nuevo futuro.




                                                                          II

Este nuevo futuro ha llegado. Todos los que desean un desarrollo esotérico y se esfuerzan por conseguirlo, son colocados ahora ante el misterio de iniciación crístico de la santa Rosacruz para la nueva era. Los dos antiguos sistemas esotéricos han asido el vertiginoso declive de los occidentales, les han enlazado por un momento al pasado, con el fin de que no se cristalicen irremediablemente, con todas las consecuencias que conllevaría. Pero se debe reconocer claramente que los antiguos sistemas esotéricos, en tanto que sistemas de iniciación, en tanto que fuerzas liberadoras, estructuralmente son ineficaces para los occidentales.
            Si además se midiese el éxito de los trabajadores que aportaron a Occidente la antigua sabiduría, por el número de liberados estructurales, nos llevaríamos una gran decepción. Fue únicamente la idea de los antiguos y la vida latente en esa idea lo que preservó a numerosos occidentales. Pero los antiguos sistemas, en tanto que escuelas de iniciación, fueron en Occidente un fracaso total, y no pudo ser de otra forma. Y no está lejano el día, si no ha llegado ya, en el que estos antiguos sistemas tampoco poseerán, para los orientales modernos, un aspecto liberador estructural. Nuestro mundo y la cuádruple personalidad humana están sometidos a un cambio continuo por la influencia de una formidable fuerza cósmica. La humanidad, en su estado vehicular actual, corre al encuentro de una enorme crisis. El hombre occidental ya entró, en principio, en este estado crítico al comienzo de este siglo, pero esta crisis ha alcanzado ya su fase aguda para Occidente.
            Aunque en el remoto pasado fuera posible para el candidato esotérico liberarse en la forma que hemos esbozado, y festejar el glorioso regreso, aunque en la primera parte de este siglo fuese necesario orientar al buscador occidental hacia la idea de este pasado, ahora, la humanidad actual ha entrado en una situación mundial en la que las miradas se deben dirigir exclusivamente al futuro. Para los miles de buscadores ya no puede tratarse de la división de la personalidad, ni según la idea ni estructuralmente. Tal división conducirá en el futuro a estados extremadamente indeseables, tanto corporal como espiritualmente. Y para estos mismos miles de buscadores, tampoco puede tratarse en el futuro del cultivo de la personalidad. También este sistema debe ser rechazado por ser estructuralmente perjudicial. Los órganos de secreción interna, que desempeñan un papel tan importante en las cuestiones ocultas, ya no pueden reaccionar al camino de los antiguos, a consecuencia del cambio total de las condiciones corporales, atmosféricas y cósmicas. La puerta de la liberación concedida al pasado se ha cerrado irrevocablemente detrás de la humanidad.
            Ante este "irrevocable", no sirve ninguna apelación a la antigua sabiduría; la religiosidad oficial ha perdido toda atracción y toda influencia, y las experiencias esotéricas del pasado, preconizadas en libros o lecciones, ya no pueden provocar sino una risa homérica, la risa de un hombre que quiere esconder su dolor.
            Son numerosos quienes han previsto, en el transcurso de este siglo, la neutralización de las antiguas culturas esotérico‑espirituales, y en ciertos círculos han supuesto evitar los peligros y seguir actuando de manera salvadora y liberadora, combinando la antigua sabiduría en sentido oculto‑cristiano, realizando así una especie de síntesis.
            Algunos de estos comprensibles experimentos fueron presentados incluso con el nombre de Rosacruz, posiblemente de buena fe; no obstante deben ser considerados como un error muy serio. Porque hay un misterio de iniciación crística de la santa Rosacruz absolutamente independiente y puro, que ha permanecido intacto para el siglo actual; misterio que en principio y estructuralmente es libre y debe permanecer ajeno a los caminos y sistemas antiguos.
            En el futuro, los buscadores serios de la liberación deberán incorporarse a este misterio. Dicho sistema consciente es ofrecido de forma velada en el evangelio de Jesucristo. Es un sistema que se ha vuelto inevitable para todo buscador y que aún debe ser anunciado a toda la humanidad, lo cual, gracias a Dios, finalmente hará posible la revelación del verdadero cristianismo.


                                                                         III

El método de iniciación de la nueva era consiste en la permuta de la personalidad, es el secreto del renacimiento evangélico. Ni división de la personalidad ni cultivo de la personalidad; no se trata ni de eludir ni de sublimar algo que por naturaleza está destinado a decaer, sino de la permuta de personalidad, es decir, construir una personalidad absolutamente nueva, en la fuerza de Cristo y de su Jerarquía, mientras el espíritu se manifiesta aún en la antigua personalidad.
            En este nuevo sistema, el candidato parte del conocimiento de que su cuádruple personalidad actual no está comprendida en la naturaleza de Dios, que es inaceptable y pecadora. El candidato que actúa según este sistema, sabe que la conciencia de esta personalidad es la mayor mistificación e impedimento en su microcosmos, y comprende perfectamente las palabras de Pablo: «Dios no tiene aceptación de personas», trátese de la personalidad dividida o de la personalidad cultivada.
            El alumno en el nuevo proceso de iniciación crístico comprende que «quien pierda su vida (la antigua personalidad), la pondrá a salvo (la nueva personalidad)». Debe comprender que se trata de un nacimiento absolutamente nuevo según la cuádruple personalidad. En toda la revelación de la salvación crística no se deja ninguna duda al respecto. Nicodemo (véase el Prólogo) no comprende nada, pero los candidatos de las nuevas escuelas de iniciación deberán estar claramente impregnados de este conocimiento, con el fin de que una luminosa nube de nuevos testigos de Dios pueda expandirse pronto sobre este mundo de tinieblas.
            Quizá será difícil para muchos liberarse de lo que han dicho los antiguos, que suponían que la personalidad humana estaba sometida a un proceso de evolución, como en el pasado lo estuvo a un proceso de involución.
            Esta opinión se apoya en un malentendido. Quien antaño involucionó no fue el aparato vehicular del plan original de Dios, sino una personalidad anormal que se hundió en el nadir de la materia, arrastrando en su caída al espíritu encadenado. La forma celeste, el cuádruple cuerpo original del espíritu, pereció con esa caída. Esta no fue una muerte por corrupción, pues la esencia de la forma celeste original era de una manufactura demasiado divina para ello. Por esto, la mejor manera de definir el estado actual de la forma celeste original es el de "dormido". Un "dormido" que puede ser despertado de nuevo, que puede resucitar, cuando el hombre sepa escapar a la ilusión de la personalidad temporal anormal y reconozca claramente su estado.
            El ser espiritual más elevado debe utilizar actualmente la personalidad terrestre, lo cual, visto desde arriba, es un estado sumamente indeseable. Por otra parte, la conciencia biológica de la personalidad terrestre contrarresta en gran medida al espíritu central. El buscador esotérico debe reconocer que la división de la personalidad terrestre es una maniobra de distracción, una nueva ilusión llena de sufrimiento, y que el cultivo de la personalidad, cualquiera que sea su forma, aporta únicamente una exacerbación de las dificultades que la conciencia del yo ocasiona al hombre.
            La tarea que el tercer sistema mágico propone al buscador, por medio del cristianismo, es nacer de nuevo, despertar la forma celeste dormida. Se trata, pues, del nacimiento de una nueva personalidad celeste, mientras el hombre se encuentra aún en la antigua. El despertar de esta nueva forma está sujeto a leyes muy diferentes de las de los antiguos sistemas esotéricos, y son estas nuevas leyes las que el candidato debe estudiar y aplicar.
            El devenir del nuevo ser se realiza de arriba hacia abajo. Primero, el poder del pensamiento, después, el cuerpo astral y, seguidamente, el cuerpo etérico, como matriz del nuevo cuerpo material.
            Para concebir al hombre celeste, es necesario ante todo un cambio fundamental, el abandono de principio del antiguo yo, la despedida de toda la antigua magia que ponía a ese antiguo yo en primer plano. Es evidente que no se debe descuidar la personalidad terrestre, ni tampoco la vida terrestre indispensable. Sin embargo, el hombre tiene que ordenar los diferentes acentos de su vida, de tal manera que resulte de ello un comportamiento que impulse el verdadero renacimiento.
            Al estar atado a una apariencia biológica, el hombre paga el amargo tributo de encontrarse de esta manera en este mundo; pero, por su comportamiento racional, construye lo que no es de este mundo.
            La Fraternidad de la Rosacruz de Oro lanza una llamada a todos los buscadores de la salvación serios, con el fin de invitarles a abrazar el principio fundamental de la nueva intercesión: ¡romper con lo antiguo, avanzar hacia lo nuevo!













                                                                         IV

El estudiante debe comprender prácticamente que el tercer sistema de iniciación es absolutamente nuevo para la mayoría del público buscador y que todavía debe ser predicado. A medida que la propagación del misterio crístico se imponga en todo el mundo, significará el comienzo de una nueva Iglesia Mundial de la Fraternidad Mundial Universal ya formada, unida a la Escuela de los misterios crísticos. Los trabajadores son enviados a todas partes para establecer ese trabajo, pues aunque este tercer sistema de iniciación haya existido siempre, desde la revelación de Jesucristo, sólo un grupo muy restringido y pequeño de candidatos ha podido experimentar la alegría inexpresable de ser liberados por este sistema.
            El verdadero santo misterio se mantuvo retraído y velado debido a que el hombre según su apariencia terrestre, aunque había llegado efectivamente al nadir de la materialidad, todavía no había encallado suficientemente, ni en bastante número, en la naturaleza terrestre. Estas condiciones, que se han realizado ahora, han ocasionado suficientes reacciones cósmicas, lo que ha dado origen a un período de crisis en el que los velos son apartados.
            Con todo derecho podemos decir que Pablo es uno de los hierofantes de la verdadera comunidad cristiana. A veces es llamado el primer rosacruz de nuestra era, pues fue el primero en la historia exotérica en transmutar la cruz de la naturaleza en cruz de la victoria, en colocar las rosas en la cruz y en despertar la forma celeste. Es bueno recomendar a todos los que quieren recorrer el camino del renacimiento crístico y necesitan una primera orientación, que lean el magnífico capítulo quince de la primera Epístola a los Corintios, pues en él encontrarán el programa completo del nuevo renacimiento.
            Si el candidato quiere empezar y proseguir con éxito este renacimiento, debe saber que son necesarias dos cosas: en primer lugar, el cambio fundamental y, en segundo lugar, la posesión personal de Jesucristo.
            Lo primero significa: la despedida de principio de la naturaleza terrestre y una disposición fundamentalmente diferente hacia esta naturaleza y su siniestro juego de la voluntad, el deseo y la actuación en sentido autoconservador y especulativo. El candidato debe llegar a través del cambio fundamental, a un estado de soledad libremente escogido, a su Patmos, a un estado de espera neutro e inteligente de «su día del Señor.» El alumno, durante este período, no debe intentar forzar un resultado con algún deseo especulativo. Cada forcejeo perturbaría el desarrollo del proceso. Que el alumno recuerde la tan conocida frase: «Cuando el alumno está preparado, ¡el Maestro aparece!»
            Cuídese además, de que en ningún caso esta neutralización de la personalidad terrestre sea emprendida experimentalmente, ya que esto conduciría inevitablemente a consecuencias altamente negativas y deplorables; un ensombrecimiento negativo, un espíritu‑control trataría de tomar posesión del candidato.
            El candidato debe celebrar esta despedida de la naturaleza terrestre porque sienta la imperiosa necesidad de ello, es decir, porque la muerte mística respecto al mundo sea una necesidad interior para él. Una vez alcanzado este punto, el cambio fundamental puede ser aplicado con éxito y su resultado no se hará esperar. Entonces se produce la iluminación, la iluminación mística, el descenso del Rayo de Cristo y, desde ese mismo instante, el candidato vive de la posesión interior de Cristo.
            Se oye a muchos hombres hablar del Cristo. Tienen respeto por El, Le aman. Para ellos es un maestro, la personificación de todo lo bueno, bello y verdadero, pero en ningún caso es una realidad viva. Les es imposible, a este tipo de personas, desprenderse de la autoridad, porque no poseen interiormente al Señor de toda Vida. La vibración de Cristo no habla desde la sangre de su alma. Y esta vibración debe tomar cuerpo en el ser del candidato, si quiere realizar el renacimiento.
            ¿Por qué ‑nos preguntamos‑ la posesión del Cristo interior es fundamental? Para su tranquilidad hay que decir que esta posesión conoce diferentes etapas, y que una etapa elemental es ya suficiente para hacer avanzar al candidato en el camino por él escogido.
            La posesión del Cristo interior es indispensable, ya que el estado vehicular del hombre actual hace imposible que el alumno realice un trabajo tan gigantesco por medio de sus propias fuerzas. La estructura de las células, la actividad de las glándulas endocrinas, el organismo de la conciencia y los diversos fluidos del alma están tan degradados, limitados y encadenados, que al alumno le sería imposible despertar y vivificar suficientemente la forma celeste.
            Lo que vuelve evidente, entonces, que el renacimiento místico debe preceder al renacimiento estructural. El milagro de este renacimiento místico es que puede realizarse en la personalidad terrestre, inferior, pecadora y destinada a perecer. Esta gracia maravillosa debemos agradecérsela a Aquél que «deja a un lado la magnificencia junto al Padre» para volverse uno de nosotros y sumergirse en la naturaleza terrestre. Así, por el estado humano de Cristo, el principio salvador y liberador de su ser pudo asociarse a la conciencia de la sangre pecadora del hombre. Únicamente sobre esta base puede comenzar el renacimiento estructural y el alumno podrá «morir cada día».
            Este perecimiento según la naturaleza se relaciona con la transformación diaria por la que pasa la personalidad terrestre, con el fin de apoyar el proceso para despertar la personalidad celeste. La cuádruple manifestación terrestre está completamente subordinada a este gran objetivo, y en la medida en que nos acerquemos a este objetivo, el ser terrestre opondrá cada vez menos obstáculos en el camino.
            Ese morir cotidiano significa la demolición progresiva de la conciencia biológica, la anulación de la autoafirmación y de todos los deseos inferiores y especulativos, así como la abolición de todas las funciones animales. Cuando las correspondientes leyes vitales son rigurosamente respetadas, queda garantizada una vida funcional saludable tanto tiempo como sea necesario. El alumno debe aplicar esta muerte diaria para llevar a cabo la resurrección del estado vehicular celeste. El candidato que lo comprende, podrá, igual que Pablo, responder fácilmente a la pregunta: «¿Cómo resucitarán los muertos?»
            En todos los tiempos, muchos hombres han creído en la posibilidad de la resurrección del cuerpo natural en un estado glorificado. Pero el veredicto pronunciado sobre este cuerpo es irrevocable: se descompone y nunca más resucita.
            Está claro que hay otro muerto que debe ser resucitado, un muerto que desde hace eones yace en el hombre, a saber: el vehículo celeste del verdadero hombre, el ciudadano del Reino de los Cielos. Y la resurrección de este muerto sólo puede tener lugar cuando muere la personalidad terrestre.
            Por ello dice Pablo, en los versículos 42 y 43 de la primera Epístola a los Corintios, que el cuerpo divino es sembrado en la corruptibilidad, en la naturaleza terrestre, y resucita en la incorruptibilidad; es sembrado en vileza y resucita en gloria; es sembrado en debilidad, resucita en fuerza.
            Este es el secreto de la resurrección: lo espiritual sólo puede ser liberado, rompiendo las cadenas de la naturaleza y el ser de la naturaleza. Por esto lo primero no es lo espiritual, sino lo natural (versículo 46). Tal es la dura realidad de la decadencia del hombre.
            En el transcurso de los siglos precedentes el hombre ha intentado escapar de esta realidad inexorable mediante una resurrección de lo natural, o por una división de lo natural, abandonando lo tosco y negando así la realidad. También se ha intentado muchas veces volver aceptable la vida terrestre, recurriendo sin más a enseñanzas místicas y mágicas. Pero Pablo, en su versículo 50, pone fin a todas estas especulaciones con su axioma: «Por eso digo: que la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios, ni lo corruptible hereda lo incorruptible.» Por ello es necesario grabar, como a golpes de martillo, en la conciencia del hombre que busca la salvación, que el camino que conduce a la resurrección del hombre celeste se encuentra en la permuta de personalidades, y que el candidato, colocado ante su tarea, debe decir conscientemente respecto a la personalidad celeste: «El debe crecer y yo menguar.» Al mismo tiempo debe comprender claramente que el «crecer» depende absolutamente de un «menguar» progresivo, metódico, sobre una base científico‑gnóstica.


                                                                          V

Con motivo de todo lo que precede, se puede plantear la pregunta: "¿Qué debemos entender por cristianismo?" Cristianismo es iluminación y reconciliación con la idea original y con el estado original del género humano, el Reino de los Cielos. Debemos situar la existencia de este Reino de Luz original ‑con nosotros como sus ciudadanos, en tanto que microcosmos‑, antes del período de Saturno, a partir del cual los esoteristas de los siglos pasados comienzan sus enseñanzas. El período de Saturno marca el comienzo de la caída del hombre, y el cristianismo se propone redimir al hombre de esta caída, conduciéndole a los orígenes de su existencia.
            Por consiguiente, es imposible comprender el cristianismo únicamente con el corazón. El apela igualmente a la razón suprema y quiere liberar en el hombre esta razón pura indispensable, con el fin de que se desencadene de las ilusiones del orden de emergencia terrestre.
            Se debe considerar el cristianismo en un contexto mucho más amplio. No empieza en Belén, sino en el Nilo. Por esto encontramos en el Evangelio de Mateo, capítulo 2, versículo 15: «He llamado a mi Hijo de Egipto.» Pero esta alusión tampoco nos lleva a más de seis mil años atrás, mientras que la intervención universal del Cristo abarca un lapso de tiempo de millones de años.
            Se puede distinguir en el período Ario, en el que la humanidad vive actualmente, ciclos de unos 6500 años cada uno. En cada uno de ellos se desarrolla un intento para conducir de nuevo a la humanidad caída a su estado original. Si seguimos una línea de fuerza cósmica, podemos ver que, en cada ciclo, el desarrollo de este intento, de esta intervención divina, comienza en Egipto. La humanidad está ocupada en atravesar el trigésimo tercer ciclo del período Ario. En conformidad con ello, unos 4000 años antes de Jesucristo comenzó el trigésimo tercer descenso divino de este período, el cual fue coronado, al comienzo de nuestra era, por la manifestación de Jesucristo. Por esta razón se dice que Jesús tenía treinta y tres años cuando murió.
            La reacción humana natural a esta manifestación se desarrolló del año 1 al año 1939. Desde el año 1939 hasta alrededor de 1950‑1955, la humanidad se hundió en un período de terrible confusión y decadencia. A partir de 1955 comenzaron los diferentes procesos de cosecha y de selección que durarán hasta el año 2658; no obstante, el período hasta el año 2001 será el de mayor importancia para la cosecha.
            Como este libro no tiene la intención de tratar de forma detallada problemas cosmológicos, astronómicos y astrológicos, por ahora es suficiente con estas sobrias indicaciones. Tal vez volveremos a ello, más tarde, en otras obras que se presten mejor a este tema.
            Lo importante es hacer que el alumno tome conciencia de que el cristianismo debe ser contemplado en sentido universal. Así como que la aurora del período Ario comenzó a resplandecer en Egipto, hace unos 200000 años, por la intervención del Cristo cósmico, del mismo modo en cada ciclo de 6500 años dentro de este largo período de tiempo, el Hijo redentor es llamado de nuevo de Egipto.
            El lector comprenderá que, teniendo en cuenta estos formidables períodos de tiempo, la duración de 2000 años desde el coronamiento del reciente trabajo salvador del Cristo, representa en el fondo un abrir y cerrar de ojos, y descubrirá también que el hecho de limitarse a considerar sólo un fragmento de este descenso divino constituiría una enorme restricción.
            Lo que hoy entendemos oficialmente por cristianismo es una forma de religión fragmentaria, totalmente incapaz de conducir a la comprensión y a la liberación, pero que aparentemente debe preceder a la verdadera religión. Por ello los 2000 últimos años de pretendido "cristianismo" no están perdidos del todo. Esta fragmentación tiene por finalidad grabar en la sangre, es decir, en el alma de millones de hombres, por medio de repeticiones interminables, un deseo determinado, cierta psique, algo individual.
            Ahora bien, si el "renacimiento" no se realiza, este grabado, que al principio aporta cierta calidad, se vuelve rápidamente una ilusión. En esta ilusión, capaz de elevarse hasta el cielo, la incidencia de la realidad se vuelve aún más espantosa, de forma  que, sobre todo después del horror de los últimos quince años(*), innumerables hombres se despiertan de su ceguera y se preguntan angustiados: "¿Cómo puede ser que una verdad, que yo siento interiormente como la verdad, no sea liberadora y redentora? ¿Dónde está el error?"
            De esta forma, el hombre cuyo conocimiento fragmentario choca contra el duro granito de la realidad se vuelve maduro para una revolución espiritual. Esta revolución espiritual ha anunciado ya su aurora y la humanidad se encuentra actualmente con los dolores del alumbramiento de un tiempo absolutamente nuevo. Mediante el sufrimiento, la muerte y el caos, una parte de la humanidad es preparada para la cosecha venidera.
            Es evidente que esta revolución espiritual comporta un gran número de aspectos que no entran en el marco de este libro. Nuestra misión es iluminar el misterio de iniciación crística de la santa Rosacruz para el nuevo siglo que ha llegado; invitar a los candidatos a entrar en las nuevas escuelas espirituales e invitarles a una auto‑revolución total, con el fin de que puedan ir al encuentro del cosechador, bien equipados, armoniosamente y con las lámparas encendidas.
            En el período en el que hemos entrado, los cuerpos celestes deberán ser despertados, y los candidatos de los nuevos misterios deberán ser capaces de moverse en la luz de Dios con estos vehículos imperecederos. Todos los que pueden oír, son llamados para volverse de nuevo «Hijos de Dios».


                                                                         VI

Es muy importante determinar lo más concretamente posible a qué tipo de personas se dirige este libro. El mensaje contenido en estas páginas está destinado al hombre esotérico en su sentido más amplio, es decir, al buscador de la luz, predestinado e interiormente inquieto. Se le puede reconocer como tal, si se siente turbado por "el impulso espiritual del recuerdo", que es un lazo primario subconsciente con un País de Luz perdido, el recuerdo de una filiación perdida. Ese estado provoca un interés irreprimible por el mundo de lo oculto, y despierta la búsqueda apasionada de un estado original perdido en la noche de los tiempos. Esta tendencia hierve en la sangre del candidato y debe ser explicada por su pasado; también los lazos de sangre con los antepasados desempeñan al respecto un papel muy importante, tal como lo ha testificado abundantemente la literatura esotérica mundial.
            El impulso espiritual del recuerdo imprime en los vehículos de la personalidad cierto estado de ser mágico‑natural. El propio pasado y el de sus antepasados se expresan en la sangre y sellan al candidato con una marca indeleble.
            Este impulso espiritual puede enlazar principalmente con el poder del pensamiento, determinando una atracción irresistible por las investigaciones esotérico‑científicas; también puede expresarse de manera elemental en el cuerpo astral, y entonces engendra un intenso deseo de una aplicación más bien práctica de la magia; o también puede hacerse sentir más especialmente en el cuerpo etérico, dando lugar entonces a la visión etérica, la clariaudiencia y una pronunciada intuición.
            La sensibilidad mágico‑natural del cuerpo mental aparece más a menudo en el hombre, la del cuerpo etérico en la mujer y la sensibilidad del cuerpo astral se encuentra en ambos sexos, en diversas asociaciones esotéricas que intentan llegar a la realización por estos medios.
            Afirmamos con énfasis que esta sensibilidad mágica es una reacción comprensible de la personalidad al impulso espiritual del recuerdo. La sensibilidad mágico‑natural, presente al nacer o despertada por ejercicios, no es en ningún caso la prueba de un progreso en el camino del perfeccionamiento espiritual. Al contrario, la sensibilidad mágico‑natural, innata o adquirida, puede ser un poderoso freno para el progreso espiritual. Ella puede reforzar la ilusión del yo del hombre y causar un temible peligro para el alumno.
            El mundo está saturado de especulaciones esotéricas, de numerosas corrientes negativas del más allá y de hordas de espíritus ligados a la tierra que, conscientemente o en virtud de su naturaleza, intentan explotar al hombre con sus predisposiciones mágico‑naturales, haciendo de ellos sus víctimas. Si el alumno se deja atrapar por estos engaños y por sus aparentes éxitos, la conciencia de su yo será influida hasta la demencia y toda su personalidad escandalosamente explotada, sin que por ello progrese un milímetro en el camino de la vida.
            Que nadie se deje seducir por los romanticismos y las especulaciones relativas a una sensibilidad mágico‑natural, aunque se presente como capaz de otorgar, a quien la posea, un alto grado de progreso. ¡Nada es menos cierto! La visión etérica o la posesión de una u otra "musculatura" mágico‑natural no otorga a nadie el "aprobado". Todos los pueblos primitivos poseen más o menos estas propiedades como residuo rudimentario del pasado.

Quienes son atormentados, arrastrados o explotados por su recuerdo de manera tan poco agradable, se parecen a los jóvenes, de quienes se dice que son "demasiado grandes para una servilleta y demasiado pequeños para un mantel". Ya no pueden vivir completamente en el campo de la ruda naturaleza terrestre, porque el impulso espiritual del recuerdo no les da tregua. Pero tampoco pueden penetrar en la vida nueva, porque les faltan las condiciones fundamentales requeridas. Su estado es, en gran medida, inestable, lo cual es una posición peligrosa que puede conducirles, si continúan reaccionando negativamente a sus instintos mágico‑naturales, a aberraciones y anomalías.
            Lo liberador del "impulso espiritual del recuerdo" reside en el hecho de que el hombre que lo posee puede alcanzar, sobre esta base, la magia verdadera, el arte real y sacerdotal mencionado por todas las religiones.
            El impulso espiritual del recuerdo es un impulso hacia la luz, para que, cuando el hombre haya llegado a esta luz, descubra que dicha luz nunca puede aceptarle sobre la base de su sensibilidad mágico‑natural. Entre el hombre esotérico, comprendido según la naturaleza, y la meta, hay un abismo ancho y profundo, porque «la carne y la sangre» no pueden heredar el nuevo reino. Por ello, quien busca a Dios debe reconocer la necesidad del cambio fundamental ya aludido, para que éste sea para él un puente hacia la vida nueva.
            Cuando el peregrino haya atravesado este puente, el ser de la verdadera magia se le manifestará y los medios para ejercer el arte real y sacerdotal le serán transmitidos. Este arte divino se relaciona con la reconstrucción del poder original, que el hombre poseía antaño en su cuerpo celeste. Pero afirmamos de nuevo con gran firmeza: este arte real nunca puede ser el resultado directo de la sensibilidad mágico‑natural del hombre. La verdadera magia nunca explota esa sensibilidad natural, ya que ésta no es otra cosa que un pobre y caricaturesco resultado del recuerdo del pasado original de la humanidad. Esta sensibilidad es necesaria para inquietar al hombre y hacer de él un extranjero. Pero si quiere ser realmente liberadora, debe conducirle hasta el país fronterizo de la materia, del que sólo la mano tendida de la Escuela Espiritual puede liberarle.

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(*) Nota a pie de página: Esto fue escrito en 1946, poco después del final de la Segunda Guerra Mundial.






                                                                        VII

Aún le quedan a la humanidad alrededor de setecientos años para terminar el trigésimo tercer ciclo del período Ario. En estos setecientos años será construido un tipo de hombre totalmente nuevo. Un tipo que dejará gradualmente su corporeidad perecedera de la naturaleza terrestre, para morar en la personalidad celeste.
            Este proceso de permuta de personalidades se producirá a la par que diferentes cambios de naturaleza geológica, magnética y atmosférica, fuera y dentro de nuestra madre Tierra. Las modificaciones de las condiciones atmosféricas y magnéticas ‑que ya hoy se advierten débilmente‑ serán particularmente funestas para la humanidad actual. La parte de la humanidad que no podrá adaptarse estructuralmente a estos cambios, y no estará en condiciones de construir la nueva personalidad, seguirá una línea de desarrollo degenerativa y finalmente sucumbirá.
            La otra parte, la que está ocupada en renovarse, perderá progresivamente el contacto con la parte que se cristaliza y una separación definitiva pondrá fin a este estado de cosas. El nuevo tipo humano formará "la cosecha" del trigésimo tercer ciclo. El 20 de Agosto de 1953, fecha en la que termina la cronología exotérica de la Gran Pirámide, comenzó la cosecha y un nuevo desarrollo.
            El campo de la cosecha, gracias al intenso trabajo de quienes comprendieron el mensaje de la santa Rosacruz para la nueva era, ha sido preparado desde abajo hacia arriba, y los pioneros han sido capacitados para cumplir la tarea que asumieron. Toda la formación y el esfuerzo de los llamados están centrados en hacer que la cosecha de este período de intervención divina sea lo más abundante posible.
            Una nueva Fraternidad Mundial ha sido fundada, como base para el gran trabajo de cosecha y para las Escuelas Espirituales de la renovación, las cuales están ocupadas en expandir sus actividades por toda la tierra. Pues las almas maduras deben ser cosechadas y colocadas ante su tarea de renacimiento. Los cosechadores, por consiguiente, se preparan para actuar como promotores del nuevo tipo de hombre venidero.
            Y el lamento clásico, que se escucha en cada época de cosecha, es válido también para la nuestra: "La cosecha es grande, pero pocos son los cosechadores." Por esto, este libro quiere ser una modesta llamada, susceptible de despertar a su vocación a quienes están interiormente predestinados y aún no han acudido, para despertar en ellos su vocación y darles algunas indicaciones elementales para que vivifiquen en sus conciencias las cualidades, aspectos y condiciones a las que debe responder el nuevo tipo de hombre.
            Esta llamada no debe, en ningún caso, degenerar en un saber teórico, en consideraciones filosóficas, sino que debe transmitir a los alumnos serios algunos valores prácticos, directamente aplicables, puesto que el nuevo tipo de hombre no nacerá de dogmas, sino exclusivamente de actos prácticos.
            Por ello el lector recibe, en estas páginas, una nueva enseñanza gnóstica, cuya aplicación le ennoblece hasta hacer de él un trabajador y un cosechador verdadero, asegurándole al mismo tiempo su propia elevación en el camino espiritual.


                                                                        VIII

Tal como hemos podido afirmar suficientemente, se trata de dar nacimiento a la personalidad celeste y de llevar a cabo un renacimiento estructural. Esa personalidad celeste no está desagregada, sino muerta viviente. Ella debe ser vivificada y, cuando lo esté, el espíritu central humano debe obtener el control sobre esa personalidad. Al mismo tiempo, la personalidad de la naturaleza humana debe ser disgregada, por lo que debe ser emprendido y afianzado un proceso de perecimiento según la naturaleza.
            El alumno debe considerar estos dos procesos como un todo, puesto que el cuerpo celeste no puede desarrollarse sino a través de la naturaleza mortal. La personalidad terrestre o dialéctica es la base para el desarrollo de la nueva; los procesos de demolición y de construcción se engranan juntos. Todo esto es posible por el trabajo de salvación en Cristo, el cual tenemos que considerar en la relación muy amplia de la manifestación divina total del trigésimo tercer ciclo.
            En los siete grandes impulsos religiosos de este ciclo, había que realizar un trabajo que demostrase una interrelación, pero al mismo tiempo orientado hacia una finalidad muy concreta, o sea, la construcción de cada uno de los siete escalones de una escalera que debía conducir, finalmente, a la manifestación de Dios en la carne: Jesucristo. La Jerarquía de Cristo habla, da testimonio y actúa en todas las religiones mundiales, pero sólo en el último eslabón de esta cadena festejamos la victoria en Jesús el Señor y es practicada una apertura entre la unidad divina y la apariencia no divina y temporal.
            Como vimos anteriormente, la marcha del mundo es un camino descendente, una realidad que se aparta de la vida original, y así lo atestiguan todas las religiones y todas las mitologías del mundo. Cuando este proceso de decadencia en el período Ario hubo entrado en su última fase, se desarrolló una formidable actividad a partir de los mundos de la unidad divina. Diferentes impulsos divinos se manifestaron sucesivamente. En la crisis que se acercaba y se agudizaba de la existencia humana no divina, esos impulsos divinos se esforzaron por establecer un lazo sistemático entre la humanidad que caía y la luz de la unidad divina.
            Fueron establecidos lazos de naturaleza eminentemente abstracta en tres impulsos sucesivos, con los tres aspectos del ego humano, es decir, con los tres focos del espíritu central en la personalidad terrestre y no divina del hombre. Por estos tres lazos de Dios con el ego, el hombre, una vez alcanzado el nadir, el punto más bajo de la miseria, era capacitado para asir la escalera y subir por ella. Fueron necesarios multitud de auxiliadores y millares de años para formar estos tres eslabones superiores de la escalera celeste.
            El lazo siguiente, el siguiente peldaño de esta escalera de Dios, consistió en influir en el joven poder del pensamiento del hombre, para que tampoco esta parte de la personalidad humana constituyera un obstáculo para la liberación final. El quinto escalón fue establecido por el lazo de la luz con el cuerpo del deseo o cuerpo astral; y el sexto escalón consistió en la influencia ejercida sobre el cuerpo etérico del hombre.
            Cuando este séxtuple y formidable trabajo de salvación preparatorio fue cumplido, por seis impulsos divinos netamente distintos ‑trabajo en el que colaboraron millares de auxiliadores, ya que Dios se manifiesta siempre a través de su creación y sus criaturas‑, la gran obra divina de salvación fue consumada y coronada por la construcción del séptimo escalón de la escalera divina: la unión con el cuerpo material terrestre ‑caricatura del ser original‑ se efectuó en la séptima religión mundial por mediación de Jesús el Señor.
            Esta es la salvación divina que viene al encuentro del hombre en el abismo de su existencia: la cruz de la unidad, que ha descendido hasta el estado mortal, por amor infinito hacia el mundo y la humanidad, uniendo su sangre a la del hombre.
            Si el hombre quiere responder a la llamada de la luz, si quiere subir por la escalera de Dios, deberá hacerlo desde el eslabón más bajo, de abajo a arriba, uniéndose a la sangre de Cristo en el campo de vida material. Reflexione a este respecto muy profundamente en las palabras de Cristo: «Sin mí nada podéis. Nadie llega al Padre, sino por mí.»
            Por consiguiente, a la luz del nuevo día, no tiene ningún sentido estudiar la séptuple manifestación religiosa de este período en su totalidad, sino que, dado que el período en que nos encontramos llega a su fin, se debe asumir y realizar las exigencias de esta totalidad.
            El impulso divino cristiano tiene dos fases: una histórica y otra presente que se prosigue en el futuro inmediato. La fase histórica fue la de la unión de la sangre comprendida según la materia, una fase que coincidió exactamente con la crisis de la decadencia. Y ahora que esta decadencia muestra en nuestros días su atroz, sanguinario y desesperado desmoronamiento y que ha descendido el Hombre de Dios de la escalera de los siete escalones que se eleva hasta el cielo, el alumno debe asir ahora esta luz del mundo con el grito: «No te dejaré ir hasta que me hayas bendecido», y perseverar hasta que su "cadera" se disloque como le ocurrió a Jacob.
            Este dislocamiento simbólico de la cadera atrae inmediatamente nuestra atención al pensamiento de Sagitario, lo que significa que toda la aspiración del hombre, todo su impulso vital, debe ser cambiado y armonizado con la salvación del mundo, con el fin de que la séptuple gracia de Dios pueda ser entregada a la humanidad. Todo lo antiguo desaparece en Cristo, todo se vuelve nuevo; y el alumno debe comenzar su tarea en el presente, confesando diariamente que escoge, como punto de partida racional y moral de su esfuerzo, las palabras de bronce grabadas en la lápida de Cristián Rosacruz: «Jesu mihi omnia», Jesús es todo para mí.
            Aceptando el camino de cruz, la naturaleza de la muerte, la personalidad terrestre se vuelve una puerta para el espíritu, para la resurrección del cuerpo celeste.
            El alumno no lleva la naturaleza de la muerte a una elevación, sino que la emplea al servicio del otro proceso. El éxito de este proceso depende del renacimiento místico o cambio fundamental, del cual ya hemos hablado, que debe preceder al renacimiento estructural. El renacimiento místico consiste en una unión consciente con la fuerza de Cristo, lo que es posible por la séptuple intervención divina aria, en la que el Logos encuentra al hombre corporalmente en la sangre.


                                                                         IX

Todo esto es la base del prólogo del Apocalipsis:
            «Revelación de Jesucristo, la que Dios le dio para que mostrara a sus siervos lo que ha de suceder en breve. Y él la manifestó a su siervo Juan, mediante el ángel que le envió. Juan fue testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo: de todo cuanto vio. Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan lo escrito en ella, pues el tiempo está cerca.
            Juan, a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz os sean dadas, de parte de Aquél que es, que era y que ha de venir, y de parte de los siete espíritus que están ante su trono, y de parte de Jesucristo, el testigo fidedigno, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos libró de nuestros pecados con su sangre, y de nosotros hizo reyes y sacerdotes para su Dios y Padre, a él sean la gloria y la fuerza en toda la eternidad. Amén.
            Ved que viene con las nubes ‑de la nueva atmósfera‑ y todos le verán, también los que le han traspasado, y todas las generaciones de la tierra harán lamentaciones por él; sí, amén.
            Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin, dice el Señor, el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso.»

Es una empresa arriesgada en el espacio de un libro como éste, examinar fragmentos del Apocalipsis, pues son demasiadas las razones que empujan al hombre serio a abstenerse de semejantes explicaciones. Multitud de profanadores de la Biblia se han volcado a lo largo de los siglos sobre el Apocalipsis, lo que ha dado lugar a la aparición de cientos de análisis que han servido de tema a innumerables sermones, los cuales han provocado a su vez la animadversión de miles de personas y la risa burlona de millones más. Un sentimiento de gran impotencia debe inundar a todo aquél que lea estas maravillosas y poderosas visiones de Juan. Y, sin embargo, el hombre siempre ha sido atraído irresistiblemente hacia el último libro de la Biblia. A lo largo de los años hemos rehuido, en nuestras publicaciones, el Libro de las Revelaciones, pues queríamos evitar dar la apariencia de participar en esta legión de especuladores. Pero hoy cedemos al impulso de una necesidad más poderosa que nuestra resistencia, y vamos a hablar sobre este "final de oro" del Libro de Dios, ya que la hora está cerca.
            Cada religión mundial tiene un escrito donde recoge sus misterios, un testamento espiritual para uso de los iniciados y de sus discípulos, y el testamento espiritual cristiano irradia con una gloria imperecedera en el Apocalipsis de Juan.
            No confunda nunca los libros proféticos con la enseñanza de los misterios. Hay muchos libros proféticos en la Biblia y también los libros de los misterios contienen, sin duda alguna, elementos proféticos. No obstante hay una diferencia profunda entre revelaciones y profecías.
            Las revelaciones son dadas a liberados, iluminados, que responden a condiciones determinadas y se encuentran en un determinado estado de espiritualización; las profecías son anunciadas a los que caminan en las tinieblas y cuya naturaleza es terrestre. Revelación significa conocimiento divino; profecía, inquietud divina. Revelación quiere decir gracia; profecía, juicio.
            Gracia y juicio están a menudo entrelazados, pero el juicio no puede ser leído si no se está maduro para la gracia. El lector comprenderá, tal vez ahora, las razones por las cuales los especuladores espirituales se encuentran siempre con las manos vacías. Aunque se intenta conocer el sentido cósmico, astrológico y filosófico del Apocalipsis, no se puede, porque no se quiere aceptar el camino. Los sellos, las cartas, las trompetas y las visiones únicamente pueden empezar a vivir verdaderamente para el lector, cuando las vibraciones de la gracia iluminan su ser desde el interior.
            El Apocalipsis es, por su propia naturaleza, un laberinto donde incontestablemente uno se puede extraviar. Pero al mismo tiempo, existe en él un hilo fino que puede guiarle, con toda seguridad, a través de salas y pasadizos.
            Los teólogos de antaño disertaron muy seriamente sobre quién había escrito el Apocalipsis, Juan el Evangelista o Juan el Anciano. Para nosotros el autor es el sublime hierofante de los misterios crísticos, Jesucristo, hablando a través de cada alumno en el camino que ha recibido la gracia antes mencionada. El nombre de "Juan" significa también «Dios nos ha sido clemente.» La revelación de los misterios crísticos es, por lo tanto, para quien participa en la gracia de los grandes procesos de salvación venideros.
            A tal alumno se le ordena, de manera muy apremiante, que preste atención a todo lo que se describe en el Evangelio mágico, porque "los tiempos están próximos". El alumno sólo puede obedecer a esta orden cuando, al leer u oír la profecía, la comprende perfectamente. Estas lecciones fueron escritas con la intención de llevarle a esta imperiosa comprensión. Sin embargo, sólo puede comprenderlas cuando quiere y puede ser un siervo y empieza a vivir en la comunidad de la sangre del corazón con Cristo.
            Si alguien, después de la lectura de lo que precede, dudara aún del muy elevado y excepcional libro del Apocalipsis, en relación con otros libros de la Biblia, seguramente cambiará de opinión al tomar conciencia del encargo que aporta este libro.
            El encargo, la misión, consiste en que Juan debe dirigirse "a las siete comunidades que están en Asia". El sentido corriente dado a estas siete comunidades no tiene nada de sublime. Se supone generalmente que se trata de siete comunidades eclesiásticas situadas en Asia Menor. Pero quienes están iniciados en el lenguaje de los Misterios Crísticos, saben muy bien de qué se trata.
            Asia atrae inmediatamente la atención hacia el triple Logos y su orden, su mundo, en el que residen los verdaderos liberados, y al cual pertenece igualmente la personalidad celeste adormecida y vaciada. Este triple ser supremo, «que es, que era y que ha de venir», envía siete corrientes de fuerza dinámicas «que están ante su trono» a cada concentración de sustancia primordial en la que quiere manifestar su majestad, su amor y su fuerza.
            En correspondencia con estas siete fuerzas hay igualmente siete estados de desarrollo espiritual, siete grupos y siete escalones de influencia espiritual, que se manifiestan en o con el nombre de Asia, la Divinidad triple.
            En los círculos esotéricos se ha pensado y enseñado equivocadamente que hay siete escuelas de misterios distintas, con una coordinadora superior, una especie de internacional conocida con el nombre de Logia Blanca. Sin embargo, las siete escuelas son las siete expresiones de las siete fuerzas primordiales, el Espíritu Santo Séptuple, que obra a través de todos los tiempos en todas las esferas de nuestro cosmos.

En cada religión mundial se da a conocer estos siete espíritus primordiales y los hijos de los misterios deben ascender los siete peldaños, pasar por las siete pruebas, dominar las siete leyes y experimentar los siete dones de la gracia en una determinada fase del desarrollo.
            Se puede leer ahora el prólogo del Libro del Apocalipsis con suficiente claridad. Hay en este mundo una revelación de Dios, un santo misterio, ofrecido en nuestra época en y por Jesucristo a todos los que se han vuelto libres y se han preparado para ello.
            El santo misterio toca a un Juan tal, y éste, en virtud de su ser, no puede hacer otra cosa que dar testimonio de todo lo que se le revela. En todos aquellos que observan con amor el desarrollo de tal proceso en alguno de sus hermanos, surge un sentimiento de bienaventuranza, la bienaventuranza de la alegría, ya que uno de los liberados se acerca a la luz.
            Pero el propio Juan se dirige en su lucha «a las siete comunidades que están en Asia», es decir, a los siete aspectos de su corporeidad celeste. Esta corporeidad, que duerme y no obstante es, que antaño era y que incontestablemente ha de venir, es despertada por una palabra poderosa, por un mántram divino. Es despertada por «los siete espíritus», por el Espíritu Santo Séptuple, que está junto a Dios y es de Dios, y por Jesucristo, el Hierofante del misterio crístico, que como «primogénito de entre los muertos» muestra a Juan, por medio de su vida, la manera en que el cuerpo celeste debe ser despertado a través de la naturaleza del cuerpo terrestre.
            En esta santa presencia, Juan emprende su misión.








































                                                                          II

                                                         El cambio fundamental


                                                                           I

El santuario del corazón del hombre no tiene una existencia independiente. No es, como se llegó a pensar, un órgano autónomo en el desarrollo espiritual del alumno, un órgano autónomo que actúa y realiza por sí mismo. El santuario del corazón es controlado totalmente por el santuario de la cabeza, o dicho de otro modo: la cabeza y el corazón están unidos y forman un único sistema. La separación aparente entre el corazón y la cabeza, y entre sus dos desarrollos resultantes, el místico y el oculto, es dialéctica, es decir, perteneciente a esta naturaleza terrestre y temporal.
            El hombre nuevo de la era que se acerca debe aprender a considerar y asumir las actividades y los desarrollos de la cabeza y del corazón como una unidad indivisible. La separación que aparece en este mundo en las tendencias místicas e intelectuales se debe a la degeneración. La unidad del corazón y la cabeza es claramente perceptible desde el punto de vista anatómico y estructural. El corazón está controlado por la hipófisis, el bulbo raquídeo y muy directamente por los nervios cerebrales. Del pretendido trabajo específico del corazón no queda nada esencial, anatómica y estructuralmente hablando.
            En el sistema cabeza‑corazón del alumno hay momentáneamente mucho que funciona automáticamente, pero este libro quiere mostrarle el camino para hacer de nuevo del corazón un músculo voluntario, propiedad del corazón de la que ya hablaron los antiguos y que será una cualidad del nuevo tipo humano.


                                                                          II

En la cima del sistema cabeza‑corazón se encuentra el poder del pensamiento, el principio rector de toda la estructura corporal, de todo el instrumentario orgánico. El foco principal del poder del pensamiento se sitúa en el lóbulo derecho del cerebro. Atraemos igualmente la atención del estudiante hacia el poder de la voluntad, cuyo foco principal se encuentra en el lóbulo izquierdo del cerebro.
            El corazón es la sede de la vida de los sentimientos y el esternón es su foco de radiación, mientras que el cerebelo y la hipófisis actúan, en todo el sistema cabeza‑corazón, como estación transformadora y como resistencia a las reacciones de todas las fuerzas y tensiones que se desarrollan en el sistema o que son ejercidas en él. La conocida reacción de la médula en las expresiones de la vida de los sentimientos humana ilustra con suficiente claridad la actividad de estos últimos órganos.
            Todo este sistema es alimentado espiritualmente desde el exterior de dos maneras, por medio de la respiración. Además de oxígeno y gases nobles, necesarios para las funciones orgánicas normales, por la respiración entran en el sistema muchas vibraciones espirituales y etéricas. Una parte de estas vibraciones se mezcla con la sangre en el sistema pulmonar, introduciéndose así en la circulación sanguínea. La otra parte penetra por el etmoides, durante la respiración, en el santuario de la cabeza, e influye así directamente los diferentes centros del cerebro.
            Juzgamos suficiente, para la finalidad que este libro se propone, esta sobria descripción de la naturaleza y de las funciones primarias del sistema cabeza‑corazón.


                                                                         III

El alumno descubre, por consiguiente, en el sistema cabeza‑corazón, tres funciones primarias: pensar, querer y sentir. Estas funciones primarias pueden ser empleadas por el hombre de forma independiente: puede pensar sin querer o sentir; puede querer sin pensar o sentir; puede sentir sin pensar ni querer. El Creador Divino de todas las cosas ha dado a los hombres esta triple libertad del triángulo de fuego, el trigonum igneum, para que desarrolle de manera correcta los tres aspectos del fuego. Las tres funciones primarias del sistema cabeza‑corazón deben colaborar en perfecta equivalencia, sin que ninguno de los aspectos del triángulo predomine sobre los otros. Por esta razón, al comienzo había una total libertad funcional de cada uno de los tres aspectos con respecto a los otros dos.
            En la vida natural terrestre, sin embargo, ya no se puede hablar de un triángulo de fuego que arda armoniosamente. En este mundo se manifiestan tres tipos de hombres: primero, el tipo racional, que se basa en el pensamiento, pero que no tiene nada que ver con la verdadera sabiduría; segundo, el tipo voluntarioso, pero que ya no está enlazado con la pura voluntad; y tercero, el tipo místico, que no obstante no tiene nada que ver con la verdadera mística. En una actividad del pensamiento, la voluntad y el sentimiento están siempre subordinados; en una actividad de la voluntad, el pensamiento y el sentimiento son reprimidos; en una actividad del sentimiento, el pensamiento y la voluntad son completamente dejados al margen como factores activos libres.


                                                                         IV

Esta anarquía del triángulo ocasiona una tremenda degeneración que culmina finalmente en la supremacía de la vida de los sentimientos por el lazo primario con los deseos. El hombre en tanto que masa ‑¡y cuán pocos han escapado de ella!‑ está completamente encadenado a la vida de los sentimientos, a la vida de los deseos, lo que puede ser fácilmente demostrado.
            Un determinado sentimiento, deseo o anhelo se desarrolla en el corazón y ocasiona una radiación del esternón. Esta radiación es o ultravioleta, lo que significa repulsiva y destructora, o infrarroja, es decir, atrayente y desarrolladora. Cuando esta doble radiación emana del esternón, la nube aural del hombre, denominada con propiedad nube del deseo o cuerpo del deseo, es preparada de una forma determinada. Destruirá algo y atraerá algo.
            Esta nube aural es al mismo tiempo el campo de respiración del hombre y, por lo tanto, se puede decir que un deseo persistente modifica su campo de respiración, y que este deseo determina la calidad de la sustancia vital astral que el hombre inhala. La sustancia vital astral penetra en la circulación sanguínea con el oxígeno inhalado por el sistema respiratorio, y en los centros del cerebro por el etmoides. La sangre baña todos los órganos y neuronas con la sustancia vital astral en cuestión, de forma que todo el organismo vital reacciona a ella y es llevado a un estado de ser determinado.
            Nuestra conclusión es que la calidad del campo de respiración estará determinada por el deseo, proyectado en el campo de respiración como radiación del esternón. De lo que se deduce que las fuerzas y vibraciones astrales que intentan entrar en contacto con el hombre sólo pueden penetrar en su esfera aural si esta esfera corresponde con su naturaleza y esencia.
            Para terminar, cierto deseo no sólo preparará el campo de respiración, la esfera aural, conforme a su tipo, sino que también, por la sangre, mantendrá toda la estructura corporal en cierto estado de ser, dominando así al pensamiento y a la voluntad y subordinándolos a él.
            A la larga, el hombre termina por no querer y pensar otra cosa que lo que el deseo, la vida de los sentimientos, estipula. Por lo tanto, el alumno debe percibir claramente que se trata de un circuito degenerativo.
            La razón pura ya no existe en el hombre desde tiempos inmemoriales. Su pensamiento se ha vuelto muy hipotético y especulativo y, conforme a ello, la vida de la voluntad ha descendido a un nivel muy bajo y también especulativo. En el estado original de pureza y de santidad de la vida humana, el poder del pensamiento era capaz, en determinados momentos de la vida, de captar la razón divina absoluta y de transmutarla en reacciones necesarias. La voluntad pura captaba esas sugerencias y las dinamizaba, y el sentimiento puro atraía al interior del sistema las fuerzas necesarias para la actividad, apartando lo que pudiera obstaculizarla. Es evidente que ello debía conducir a actuaciones liberadoras.
            El pensamiento humano actual está, sin embargo, desconectado de la sabiduría divina. Por consiguiente, la voluntad y los deseos son en gran medida especulativos, con las terribles consecuencias que comporta. El hombre se hunde a sí mismo cada vez más profundamente en el abismo de la naturaleza terrestre. Los antiguos sabios nos relatan que el famoso pecado original está en estrecha relación con estas cosas. Cuando el hombre perdió la unión con la razón divina, que se establecía de primera mano e inmediatamente con el poder del pensamiento, se encontró entregado a la vida experimental. Ya no caminaba «de la mano de Dios», sino que iba a la aventura. Se puede decir que la caída fue el efecto del empleo experimental y especulativo de las tres funciones primarias del sistema cabeza‑corazón. El hombre se violentó a sí mismo y perdió la unión con el Logos.


                                                                          V

Este estado actual de la degradación humana se vuelve aún más grave cuando se tiene en cuenta el estado de sangre con el que comienza el hombre su misión en la tierra. El niño trae consigo al mundo el lastre de su propio pasado microcósmico como una realidad sanguínea; además está atado por la sangre a sus padres, a sus antepasados y a su raza.
            La esfera aural que envuelve al niño después del nacimiento, y que toma creciente posesión de él en el transcurso de los años, es ya, desde las primeras horas de vida, un médium para las fuerzas inferiores, y en parte inaccesible a la pura Luz de Dios al estar marcada con siglos de pecado. Con justicia los antiguos dogmáticos afirmaban del hombre, "que era concebido y nacía en pecado".
            El alumno de la Escuela Espiritual nunca podrá darse suficiente cuenta de que él, como ser humano que despierta en el tiempo, vive a partir de ese instante en una prisión, en una gran ilusión, y que a medida que envejece, la camisa de fuerza se estrecha cada vez más y las mistificaciones se vuelven más graves.
            Se puede afirmar como un axioma, que cada hombre que existe en la naturaleza terrestre, vive, desde su nacimiento, de sus tendencias y de la naturaleza específica de su sangre, y que él nutre y prepara día a día su esfera aural con estas tendencias y esta naturaleza de su sangre, aprisionando así su pensamiento y su voluntad cada vez más en este circuito degenerativo. ¡Ya no puede tratarse de un pensamiento libre! El pensamiento se explica por las inclinaciones subconscientes de la vida de los sentimientos, los deseos. Ya no hay contacto de primera mano entre el espíritu y el pensamiento. El espíritu verdadero ya no puede penetrar en la enturbiada esfera aural. ¡El hombre está encadenado! Y cargado de chirriantes cadenas busca, implora y lucha por la liberación.
            Pero, ¿en qué dirección buscar? ¿A quién dirigir sus súplicas? ¿Qué método aplicar en la lucha vital? Miles de autoridades se disputan el "ayudarle"; autoridades en el campo religioso, filosófico y científico. Su más significativa característica es la evidente divergencia entre ellos.
            La liberación sólo podrá ser obtenida por la obtención de un valor fundamental, absoluto e irresistible; un valor enlazado por Dios al pensamiento. La actividad de la voluntad podrá desplegarse entonces, centrarse positivamente, y la radiación de los sentimientos podrá purificar, por medio del esternón, la esfera aural y abrir la puerta para una unión constante con la luz. Pero, ¿dónde encontrar tal valor fundamental? ¿Y cómo inflamar en Dios al hombre encadenado? ¿Son todas las manifestaciones religiosas y sistemas filosóficos, preconizados en el mundo por tantas autoridades, especulaciones y pasatiempos tal como ya lo han descubierto tantos hombres? ¿Quién garantiza al encadenado que el camino que le invitan a seguir no volverá más precario aún su estado, más decepcionante su ilusión, más pesadas sus cadenas?
            Hay hombres en este mundo que consideran que poseen el denominado "conocimiento de primera mano", y dicen: "¡Sígueme, porque yo sé!" Pero, llegado el momento, nadie puede responder a esta invitación, pues lo que el hombre conoce de primera mano, no puede ser asimilado por otro, a menos que este otro posea también este mismo conocimiento primario. Por consiguiente, las escuelas esotéricas cuya dirección dice: "¡Sígueme!", tampoco pueden ayudar al encadenado.
            Lo que precede demuestra claramente que nada, en el campo filosófico, religioso o esotérico, puede aportar al hombre una satisfacción duradera, que nada ni nadie puede liberarle. Cuanto menos se entregue el hombre a especulaciones espirituales, tanto mejor será. Nadie puede ayudarle; ni tan siquiera Dios puede ya aportarle más fuerza. El sólo puede ayudarse a sí mismo por una auto‑revolución total, por un cambio fundamental. Cuando el encadenado toma conciencia de la miseria de su vida y llega al conocimiento de sí mismo, puede transformar su descenso de la montaña en un ascenso a la montaña. El método de auto‑revolución que recomendamos aquí, tiene la gran ventaja de no establecer ninguna norma religiosa o filosófica, no quiere explotarle ni tampoco ponerle en contacto con esos señores que dicen saberlo todo y a los que usted sólo tiene que seguir. Fieles a la verdad debemos afirmar, no obstante, que evidentemente debe existir cierta norma de vida religiosa o filosófica como base para el éxito del proceso de cambio fundamental. Esta norma de vida, sin embargo, no puede ser descrita, ya que es diferente para cada ser humano. Para iniciar este proceso de cambio, todos los encadenados deben tener únicamente una cosa en común: ser conscientes de la miseria de sus vidas y sentir el peso de sus cadenas.


                                                                         VI

Todos los místicos y todos los hombres con aspiraciones esotéricas concuerdan en un punto de gran importancia: todos buscan su liberación espiritual y estructural. Los métodos pueden ser muy diferentes, incluso opuestos, pero la tendencia, el empuje, la búsqueda, son idénticos. Tanto si tomamos al calvinista riguroso como al ocultista extremo, la igualdad de sus aspiraciones aparece claramente. Desde el comienzo de los tiempos dialécticos, esta tendencia original está arraigada en la humanidad y por ello, cuando exploramos con nuestros ojos espirituales la historia mística o esotérica del mundo, vemos que ese instinto primario está en el centro de toda búsqueda espiritual.
            Cualquier nombre que se dé a esta búsqueda espiritual y a la aspiración a una posible realización, ya sea resurrección, renacimiento, conversión, iluminación, liberación, o similares, su origen común es innegable. Esto demuestra algo fundamentalmente ineluctable, o sea, que ningún ser humano, por más atado que esté a esta naturaleza y por muy terrestre que sea, puede estar satisfecho con este mundo, con su amor y sus penas, su bien y su mal, sus orgías sanguinarias y sus luctuosas noches negras como el betún. Hay un indómito deseo de liberación, sea cual sea la forma en que se manifieste. Esto es lo que todos los encadenados tienen en común.
            Siempre ha habido, a través de los siglos, quienes se han postrado de rodillas, impulsados por este deseo, y con las manos juntas han pronunciado sus oraciones‑mudras. Hubo puños que se levantaron en dinámica rebelión; esoteristas que cantaron sus monótonos mantrams, inclinados sobre sus incensarios. Enormes multitudes llenaron templos y catedrales, y en la soledad de las montañas y cavernas habitaron ermitaños. Todos estaban poseídos por un único anhelo. Tanto si toman al ocultista o al calvinista, al teósofo o al católico romano, al francmasón o al librepensador, todo este conjunto heterogéneo de personas tiene algo en común: todos ellos buscan la luz, buscan la liberación, buscan a Dios, buscan a Jesucristo, buscan sabiduría, fuerza y belleza, cualquiera que sea la forma como se quiera denominar. No todos buscan de la misma manera ni sus resultados son todos del mismo valor, pero la fuente de la que beben desde su ser más profundo es la misma para todos. La atención del alumno es especialmente atraída hacia este punto, puesto que aquí nos encontramos ante la puerta del cambio fundamental. Este libro quiere ser el intérprete del punzante deseo que llevan dentro de sí miles de hombres.
            Muchos creerán haber encontrado ya, mas el autor no está tan convencido de ello, pues ha descubierto que la mayor parte de quienes dicen haber llegado, y están seguros de sí mismos, viven en una ilusión, de la que despertarán tarde o temprano con un hambre de vida más devoradora que nunca.
            La dificultad consiste en que hay muchos hombres que suponen haber encontrado la orientación de sus vidas, y por ello navegan por el océano de la vida con la bandera en alto, para a menudo naufragar rápidamente.
            Siempre ha ocurrido lo mismo a través de los siglos. Así le sucedió a Krishna cuando recorrió la tierra ofreciendo el amor divino a una generación desesperada. Fueron numerosos quienes, jubilosos, supusieron haber entrado en unión con el hijo adoptivo de Govinda, pero esto fue una ilusión, tal como lo demuestran los hechos. Piense también en la leyenda de Hércules que, a nuestro entender, tiene una base histórica. El es el hombre valeroso que lucha por la humanidad. Pero los gritos de quienes creían en él, se apagaron rápidamente en la realidad de las cosas.
            ¿Y dónde han quedado las superpobladas escuelas de Pitágoras? ¿Dónde han quedado aquellos que creían poder conquistar el mundo? ¡Perdidos en la ilusión del avance del tiempo! Pero, ¿acaso ocurre algo distinto en nuestro tiempo, entre quienes se dicen cristianos? ¿No se produce también entre ellos fanatismo y lucha? ¿No hay también entre ellos la intransigencia y la pasión ardiente de los dirigentes espirituales? ¿Ha habido alguna vez época más pagana que la nuestra, a pesar de tropezar continuamente con casas de oración y de que el estado eclesiástico actual cuenta con miles de miembros?
            Cuando el hombre contempla la cruel realidad, debe reconocer que la humanidad aún no ha llegado muy lejos, en lo que respecta al deseo original de luz, aparentemente aplacado por numerosos narcóticos. Se aconseja ahora al alumno que se coloque ante el cambio fundamental sobre la base del deseo primordial, puesto que sólo este deseo es verdadero y esencial. Se le propone no centrar este deseo en tal o cual enseñanza, o en tal o cual pensamiento.
            Pero tampoco debe apartarse de ello, pues debe tener siempre en cuenta la posibilidad de que la verdad se haya manifestado de una u otra manera en este mundo. Sin embargo, su interés no debe ser desplazado, y no se debe tomar una actitud en pro o en contra. Debe alcanzar una gran calma y neutralizar el deseo. No rechazándolo, sino no estando ni en pro ni en contra, en constante vigilancia y observándolo todo objetivamente.
            Cuando el alumno puede vivir así durante algún tiempo, las tres funciones primarias del sistema cabeza‑corazón alcanzan cierta tranquilidad, el salvaje torbellino de la naturaleza es frenado, la esfera aural cesa de ser turbada y mancillada por nuevas especulaciones, y el crítico y dañado poder del pensamiento, que es infundido en todo hombre como una especie de sentido, recibe en esta calma la posibilidad de desatarse de los hábitos, de la sangre y de las formaciones intelectuales fijas. Empieza a recuperarse de la presión bajo la que ha tenido que actuar en todo momento. El alumno se encuentra en el umbral del cambio fundamental.


                                                                        VII


Cuando el alumno llega a mantenerse durante un tiempo suficientemente largo en la neutralización de sus deseos, llegando así a rechazar toda especulación metafísica y filosófica, se desarrolla, aunque sólo sea dentro del marco de su prisión estructural, un restablecimiento de la libertad de su poder del pensamiento. El poder del pensamiento escapa así al caos de las inclinaciones, de la educación y de la sangre. Y al alumno sólo le queda emprender valientemente la lucha contra las inclinaciones y los instintos de su sangre que siempre quieren hacerle regresar a su vieja vida.
            En esta fase deberá negar toda autoridad coercitiva y, sobre todo, aprender a no tener en cuenta a su propia personalidad en todas las cosas. Nada es más saludable, importante y completo en el camino espiritual que la ofrenda total del yo. Y, sin embargo, en general no hay nada que se tema más que precisamente renunciar al yo.
            La conservación del yo está tan anclada en la sangre, en esta dura realidad vital terrestre, que el hombre quiere conservar su yo según la naturaleza, por consiguiente corruptible, también en el camino espiritual.
            Si el lector de estas páginas tiene el mismo temor natural y quiere que su pequeño yo se caliente bajo la luz del sol espiritual, entonces deberá comprender que el verdadero yo, la verdadera personalidad, el hombre verdadero, nunca podrá manifestarse, aunque el hombre lo quiera. Se trata precisamente de encontrar el verdadero ser. El yo de la naturaleza debe renunciar a sí mismo en el proceso de cambio fundamental. Si el alumno lo consigue, algo de la verdadera libertad resplandecerá en el sistema del microcosmos. El alumno atraviesa la puerta del cambio fundamental.


                                                                        VIII

Tan pronto como el alumno ha avanzado lo suficiente en el proceso descrito, vemos que en la esfera aural se produce un magnífico cambio. Al no estar ya alterada y mancillada constantemente por el juego siniestro de los deseos, durante algunos momentos esa esfera es como una superficie de agua, lisa como un espejo. La supresión de la radiación del esternón vigente hasta entonces, desarrolla una gran bendición, ya que por esa transformación de las condiciones aurales, algo de la luz cósmica de Cristo, que es omnipresente, puede penetrar en el poder del pensamiento que está en calma y observa libremente.
            ¿De qué manera se produce esto? El alumno, en vista de lo precedente, podrá comprender fácilmente este toque. Cuando las vibraciones de la luz tocan el campo de respiración, éstas llegan al circuito sanguíneo siguiendo el proceso descrito. Pero si la sangre es demasiado densa o demasiado impura como para servir de mediadora para ese toque santo ‑lo que ocurre con frecuencia‑ entonces las vibraciones son absorbidas por el etmoides e influirán los focos del pensamiento en el hemisferio cerebral derecho.
            Si el alumno consigue liberar de la sangre el poder del pensamiento por el cambio fundamental, Cristo le tocará también libre de la sangre. El pensamiento, como puerta para el Espíritu que todo lo sabe, despierta, y la forma celeste obtiene la posibilidad de hablar al encadenado, quien, en la alegría de ese toque, ya no tiene en cuenta sus heridas. Todas las especulaciones sobre Cristo y todas las hipótesis metafísicas históricas se desmoronan. La luz misma ha hablado directamente al alumno que ha entrado por la puerta del cambio fundamental.
            En la soledad de este "Patmos", el pensamiento recibe finalmente, después de mucho errar y vagar, una sugerencia de su verdadero Señor. El, Juan, encuentra al Hombre Celeste.
            Cuando el alumno recorre este camino, cuando lleva a cabo este proceso de auto‑revolución, «por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo», entonces se escribe para él el primer capítulo del Apocalipsis.






































                                                                         III

                                               Las dos iniciaciones fundamentales


                                                                           I

«Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación y en el reino y en la paciente espera de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Fui arrebatado en espíritu, el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: "Soy el alfa y la omega, el primero y el último; lo que veas, escríbelo en un libro y envíalo a las siete comunidades que están en Asia, es decir, a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea."
            Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y, después de haberme vuelto, vi siete candelabros de oro; y, en medio de los siete candelabros, a uno semejante al Hijo de Hombre, vestido de túnica talar y ceñido a la altura del pecho con un cinturón de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; y sus ojos, como llamas de fuego. Sus pies, semejantes a bronce brillante, como incandescente en el horno; y su voz era como estruendo de muchas aguas.
            Tenía en su mano derecha siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su semblante era como el sol cuando brilla en su esplendor.
            Cuando lo vi, caí como muerto a sus pies. Y puso su diestra sobre mí, diciéndome: "No temas. Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte. Escribe, pues, lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto. En cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y de los siete candelabros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete comunidades, y los siete candelabros son las siete comunidades.»


                                                                          II

Lo que precede ha podido hacer comprender al lector que el hombre está prisionero en un circuito degenerativo. Su pensamiento y voluntad están bloqueados por los sentimientos, ya que las actividades de estos, irradiadas por el esternón, llevan a la esfera aural a un estado determinado, en total conformidad con el tipo y la calidad de dichas actividades.
            Cuando es alcanzado este equilibrio, sólo pueden penetrar en la esfera aural, y ser admitidas y asimiladas por el sistema, las fuerzas e impresiones que están en concordancia con el estado de todo el sistema vital microcósmico.
            Volvemos a insistir en el hecho de que esta esfera aural es, al mismo tiempo, el campo de respiración. Puesto que de este campo de respiración se nutre la sangre, podemos decir que la sangre es equivalente al campo de respiración, el campo de respiración equivalente a la esfera aural, la esfera aural equivalente a las actividades de los sentimientos, y las actividades de los sentimientos, de la voluntad y del pensamiento equivalentes a la sangre. De esta manera se cierra la cadena.
            Este circuito degenerativo ha ocasionado desde el comienzo una modificación orgánica y un cambio total del ser, un declive que nunca ha dejado de producirse, que se demuestra diariamente en el mundo como una ruptura cada vez más funesta con el verdadero espíritu, y que es mantenida en estado en el hombre por una actividad automática y subconsciente del cuerpo.
            Y así, lo que el Creador concibió para ser una rica bendición, se transforma en lo contrario. Pensemos, por ejemplo, en la actividad automática y subconsciente del hígado. Si el hombre debiera controlar el santuario del corazón y, por él, el ser sanguíneo, de segundo en segundo y de forma plenamente consciente, por medio del pensamiento, la voluntad y el sentimiento, se vería rápidamente extenuado y moriría de agotamiento.
            Los períodos de trabajo consciente deben alternar, por consiguiente, con períodos de reposo. Sin embargo, es necesario que durante estos momentos de reposo continúen diversos procesos vitales. Por ejemplo, el equilibrio entre la esfera aural y el ser sanguíneo debe ser mantenido, durante el período de reposo, en el mismo estado en el que estaba en los últimos momentos de conciencia activa.
            Este equilibrio es asegurado por el hígado durante los períodos negativos de reposo o de sueño. Por la actividad de este órgano, el ser sanguíneo queda sometido a la propia ley de la naturaleza microcósmica durante los momentos en que la conciencia no toma parte consciente en los procesos vitales.
            El hígado constituye una gran puerta de acceso al ser sanguíneo para importantes corrientes aurales. Todo hombre que tiene en cuenta las normas de vida espirituales y morales, sabe que debe luchar contra las influencias espirituales inferiores. Esta lucha, a veces muy penosa y difícil, demuestra que la esfera aural es de tal calidad, que está abierta a estos peligrosos asaltos y que este tipo de sensibilidad crea situaciones altamente alarmantes. A menudo, el hombre debe combatir enérgicamente para no caer por debajo de su nivel normal.
            En los momentos de reposo, en los que la conciencia se comporta negativamente en relación a la forma corpórea, las influencias y fuerzas inferiores continúan evidentemente asaltando el sistema humano. Penetran en el campo de respiración, son absorbidos en el circuito sanguíneo y la sangre es envenenada continuamente.
            Si este proceso de envenenamiento prosiguiese inalterablemente, se produciría inmediatamente una espantosa degradación en el terreno espiritual y moral. Por la actividad purificadora del hígado y sus subestructuras, así como por la alimentación automática del ser sanguíneo a partir de la esfera aural, estas fuerzas envenenadas son eliminadas del sistema, a menos que el hombre auto‑responsable y consciente las retenga en el cuerpo y las enlace al ser sanguíneo por medio del pensamiento, la voluntad y el sentimiento. Por consiguiente, un comportamiento falso y necio frena la acción benefactora del funcionamiento del sistema del hígado, y la energía gastada inútilmente podrá vengarse, entre otras cosas, con la aparición de la tan temida diabetes.


                                                                         III

El círculo degenerativo tratado en el segundo epígrafe, es un "círculo de cera"; puede ser franqueado y roto, puede ser transmutado en un círculo regenerativo. El alumno puede efectuar esta transmutación por el cambio fundamental. La influencia ejercida en la esfera aural por las actividades especulativas de los sentimientos, con todas sus consecuencias, ya no tendrá lugar y el candidato sólo deberá de tener en cuenta el estado efectivo de la esfera aural y del ser sanguíneo, mantenidos en equilibrio por el trabajo del hígado.

Es necesario estudiar minuciosamente la situación en que se encuentra el alumno después del cambio fundamental primario, en el gran proceso de permuta de las personalidades.
            En el segundo capítulo se describe el método por el que el hombre que busca la liberación puede romper el circuito degenerativo y, gracias a la calma de la esfera aural, recibir como de muy lejos, una impresión de las fuerzas de luz divinas en el poder del pensamiento, libre de la sangre. Esta maravillosa experiencia es como un destello de luz en una cárcel, pero sólo un destello, nada más. Después de esta impresión, el alumno, aun habiendo recibido la llave de su liberación "de la mano del Señor", no deja de ser un prisionero, un encadenado.
            Durante esta fase del desarrollo espiritual en el misterio de iniciación crístico de la santa Rosacruz pueden ser cometidas las faltas más graves y peligrosas, ya que puede subsistir la tendencia a dejar la cárcel por lo que ella es y, con la parte de la personalidad que recibe la impresión espiritual, abusar de la fuerza de luz que se manifiesta, llevando a cabo un sucedáneo de desarrollo espiritual, o sea, la división de la personalidad. Otro peligro no menos real es que el alumno, en el entusiasmo del primer toque de la luz, intente purificar su cárcel y volverla habitable y aceptable para la vida superior, por lo tanto, cultivo de la personalidad.
            El misterio de iniciación de la santa Rosacruz desea hacer comprender con claridad a sus alumnos, que el primer toque del Hierofante, después del cambio fundamental elemental, tiene por finalidad poner en sus manos la llave hacia el hombre celeste: la vieja naturaleza y las estructuras naturales terrestres deben sucumbir en el fuego de un ardor del amor progresivo, con el fin de que el nuevo pájaro de fuego pueda resucitar.
            Aunque por el cambio fundamental, la destrucción de principio del viejo Adán se ha vuelto un hecho y el "círculo de cera" ha sido suprimido, el proceso de permuta de las personalidades debe comenzar aún. Y es muy bueno para este fin partir de un punto de vista muy lúcido. Cualquier lisonja optimista significaría un enorme freno.


                                                                         IV

La primera pregunta del alumno que, por el cambio fundamental y libre de la sangre, ha sido tocado por el Espíritu en el poder del pensamiento, debe ser: "¿Cómo llegaré a desligarme de mi herencia sanguínea y de sus oscuros instintos?". Ya que deberá comprender claramente, que aunque no desplace hacia el pasado los acentos de su desarrollo y esté lleno de aspiración ‑como Pablo‑ «por ser revestido de su morada celeste», aún tiene una absoluta necesidad de su antigua personalidad para poder construir la nueva. La oposición del "viejo Adán" debe ser vencida, si no quiere caer de nuevo en especulaciones. La impresión de luz del poder del pensamiento, hecha posible por la respiración del etmoides, y después el cambio fundamental, todavía no significa para él una comprensión completa de esta impresión de luz en su poder del pensamiento.
            El poder del pensamiento, al igual que la voluntad y el sentimiento, y al igual que todos los demás aspectos de la forma corpórea, está fuertemente dañado, degenerado y atado a una secreción interna dialéctica. Por esto, el alumno, dentro del marco de las posibilidades, sin desplazar los acentos, debe romper la oposición de la antigua personalidad, con el fin de permitir el nacimiento de la nueva personalidad.
            El hombre posee en su forma corpórea y en su alma, la sangre, la herencia de sus ancestros y de su propio pasado microcósmico de antaño. A esto se añade el resultado aural de esta vida hasta el momento del cambio fundamental. Estos son los componentes del muro de obstáculos elevado alrededor del hombre terrestre. Estos son los muros de su prisión.
            El alumno se encuentra de esta manera ante la herencia de su sangre, cuyos aspectos sólo conoce en parte y de los que sólo es consciente en parte. No sabe lo que yace escondido en las cuevas tenebrosas de su subconsciente, por esto se pregunta: "¿Cómo llegaré a liberarme de la herencia de la sangre y de sus oscuros instintos?" Un punto importante consiste en que el alumno ‑prisionero en su cárcel‑ estuvo en condiciones de tomar la decisión de realizar el cambio fundamental y de perseverar en él. Había en su cuerpo del pensamiento, nacido de las experiencias y de los dolores de la vida, cierta libertad de acción, una posibilidad limitada, libre de la sangre. La libertad nacida del dolor, utilizada anteriormente para nuevas especulaciones en el campo del pensamiento, de la voluntad y del sentimiento, es empleada ahora para hacerse una idea de su cárcel por una observación tranquila, sin desperdicio de energía.
            El resultado obtenido debe ser ahora consolidado; el cambio fundamental debe desarrollarse ahora hasta formar un estado de ser. En resumen, una base de trabajo totalmente nueva debe ser establecida y ampliada. Este ahondamiento y consolidación del cambio fundamental se efectúa por una lucha vital racional. Toda clase de tendencias se elevan del subconsciente; todo el pasado habla al hombre y le quiere empujar en numerosas direcciones. Una serie de visiones turban su ánimo. El hombre recibe una visión cada vez más profunda del pasado de su sangre. Se vuelve cada vez más consciente de sus propiedades oscuras e imperfectas. Las máscaras de las existencias perdidas en el tiempo le hacen muecas y los demonios del alma pecadora le soplan a la cara sus miasmas envenenados. Si es verdad que el cambio fundamental le abrió la puerta de la luz, no es menos verdad que esta base de renovación le conduce igualmente por una travesía del infierno.
            Pero el joven hermano luchará aquí como un gran héroe. Llegará a resistir todos los asaltos sobre la base adquirida y vencerá con la certeza absoluta de que nadie verá la aurora antes de haber atravesado la noche de la prueba.
            Los asaltos descritos no son más que las señales irrefutables de las horas de agonía de la naturaleza inferior, provocadas por el cambio fundamental. Y como vencedor en esta lucha, el candidato podrá emprender el paso siguiente en el proceso de la autofrancmasonería, sobre esta fortaleza que ha defendido y conquistado.


                                                                          V

El alumno en el camino, preparado para el siguiente paso, después de su grandiosa victoria sobre el yo inferior, persevera en su "espera tranquila" sobre la línea horizontal. No es impaciente, y él ha llevado al silencio, o ha negado, todos los deseos del yo. No sigue a ninguna autoridad, no bebe de ninguna fuente intelectual, no busca en la línea horizontal, sino que es continuamente consciente de la impresión de luz que recibió, pero que aún no pudo comprender.
            Por esto «alza sus ojos hacia lo alto», «hacia las montañas», según las palabras del Salmo 121: «Alzo mis ojos hacia las montañas, de donde vendrá mi ayuda.»
            «Alzar los ojos hacia las montañas» no tiene nada de plegaria popular, ya que esa actividad exige una especulación sentimental. En el lenguaje de los misterios se quiere decir con ello que el candidato, sin ninguna especulación, sin esperar algo determinado, sin ninguna condición, eleva su pensamiento en lo abstracto.
            En el vacío de una santa soledad, morando en la isla de Patmos, aislado del mundo de la naturaleza terrestre, habiendo llegado a este lugar después de haber atravesado "el mar académico" agitado, el alumno espera la revelación. No espera conocimiento, sino revelación, ya que sólo a través de la revelación puede nacer un conocimiento nuevo que sobrepase toda razón dialéctica.
            ¡Y la revelación llega! El alumno se encuentra en un momento psicológico, en «su día del Señor», cuando su tiempo se ha cumplido, ante la visión mental de su forma celeste, que progresivamente ha despertado sin forzar. Esta forma celeste, semejante al Hijo del Hombre, comienza ahora a tomar poder sobre él y a unirse a él. Ya no podrá equivocarse ni caer en nuevas especulaciones, ni aún menos se podrá abusar de él para un ensombrecimiento espiritual negativo, si «en la tribulación y la realeza y en la paciente espera de Jesús» es partícipe pleno y hermano de aquellos que aspiran al Cristo, y si él se ha acercado a su Patmos, por el cambio fundamental, «a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.»
            Esto quiere decir que el alumno se ha acercado al misterio de iniciación crístico de la santa Rosacruz, a causa de las penas y el sufrimiento de la naturaleza, a causa del espantoso destino del hombre de la masa en estas regiones del horror, y que espera la salvación, la bondad, la verdad y la justicia de una nueva era que, libre de la historia y de toda autoridad, es buscada de respiración en respiración.
            Esta es la señal de un alumno que espera un Cristo vivo, como portador de la llave del secreto de la vida, de la muerte y del infierno, sobre la base de un testimonio no extraído de ningún texto o escrito místico, sino nacido del cambio fundamental.


                                                                         VI

En ese contacto mental‑visual con su forma celeste, el Espíritu Santo Séptuple le pide pasar a una creación totalmente nueva, que se refiere a la liberación del "capullo de la rosa" de la forma terrestre, y a la transferencia de los focos de conciencia de la forma terrestre a la forma celeste. Es un proceso de permuta, de muerte y de vida, de demolición y renovación, que debe ser entendido, una vez que se ha producido la primera unión entre la forma celeste y la forma terrestre, como un lento y progresivo perecimiento de la naturaleza terrestre y, en concordancia con ello, como un despertar de la naturaleza celeste.
            Este perecimiento y nacimiento estructurales, denominados misterio de iniciación, tiene tres veces siete, o sea, veintiún aspectos. Hablamos de tres Círculos Séptuples. Cada círculo presenta siete aspectos, representa siete poderes y coloca al alumno en siete campos de trabajo. En cada círculo arde para el alumno un candelabro séptuple. Siete principios de fuego le son transmitidos, que se encuentran ante él como siete ángeles, que dan testimonio de las siete comunidades.
            El concepto "comunidades" debe ser comprendido según la lengua de los misterios como un campo de trabajo elevado, destinado a entidades preparadas para él. Las influencias, fuerzas y posibilidades de este campo de trabajo superior son puestas a disposición de quienes tienen hambre de espíritu y se han vuelto aptos por el cambio fundamental y una aspiración correcta y perseverante.
            Este principio del campo de trabajo superior, que como un ángel es plantado en el alumno por el Espíritu Santo, debe desarrollar ahora un proceso regenerador. Este proceso sólo puede comenzar y continuar con éxito cuando el alumno ve los candelabros, partiendo de una vida consciente y libre, cuando comprende a sus ángeles llameantes, y cuando, gracias a su enseñanza y sus fuerzas luminosas, incide en su propio ser inferior, que debe desaparecer, hasta en sus núcleos vitales, elevando así al ser celeste luminoso. Por esta razón, el alumno mismo debe escribir "cartas" a las siete comunidades.
            Así se levanta, conscientemente, el nuevo sol en la vida del candidato. El Juan de la vieja naturaleza «cae como muerto a sus pies», lo que quiere decir: está preparado para recorrer el camino que le mostrará la luz. El sol ha aparecido y, en el mismo instante, la vida ha cambiado; el hombre celeste, semejante al Hijo del Hombre, ha penetrado en el interior de la esfera aural; el Cristo ha regresado y ha aparecido en las nubes aurales del alumno. El alumno Le ve, aunque aún no sea de El. La primera iniciación fundamental del primer Círculo Séptuple se ha vuelto un hecho.
            Ahora están presentes en el alumno, que ha muerto de principio según la naturaleza, los siete candelabros de oro con su llameante testimonio. Le transmiten su misión de primera mano y directamente. El Espíritu Santo Séptuple se declara a la conciencia particular: el Espíritu que da testimonio del Cristo y que ahora realiza en y con el alumno el proceso de renovación: «Escribe las cosas que has visto»; ¡actúa, trabaja y construye!
            La segunda iniciación fundamental del primer Círculo Séptuple ha llegado a una gloriosa realización. Ahora suena el despertar, el trabajo directo de francmasonería comienza.


                                                                     Epílogo

Todos los lectores y estudiantes de esta obra que pudieran sentir interés por el método de desarrollo espiritual aquí descrito, deberían tomarse en serio la siguiente advertencia apremiante:
            Sólo se puede aplicar con fruto el cambio fundamental por la comprensión profunda de saberse llamado a la realeza del cuerpo celeste. Semejante vocación sólo puede nacer por las penas y los sufrimientos, y sobre esa base el alumno «eleva los ojos hacia las montañas».
            Si, no obstante, se quisiera romper el circuito degenerativo por un cálculo racional frío y experimental, o por una curiosidad ambiciosa, se produciría una unión con impresiones pseudo‑espirituales, pero de ningún modo con la fuerza redentora «de las montañas» y «del único Señor». Se desarrollaría un ensombrecimiento puramente negativo, que conduciría a estados absolutamente indeseables.


































                                                                         IV

                                La Iniciación de Mercurio del primer Círculo Séptuple


                                                                           I

«Escribe al Ángel de la comunidad de Éfeso: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro:
            Conozco tus obras, tu trabajo y tu paciencia, y que no puedes soportar a los malos; que has probado a aquellos que se dicen apóstoles, pero que no lo son, y que los hallaste mentirosos. Y que has soportado y sufrido por mi nombre sin desfallecer.
            Pero tengo contra ti que has abandonado tu primer amor. Considera, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y practica las obras primeras, si no vendré a ti y removeré tu candelabro de su lugar, si no te arrepientes.
            Pero tienes esto a tu favor, que odias las obras de los Nicolaítas, obras que yo también odio. Quien tenga oídos, oiga lo que el espíritu dice a las comunidades. Al que venza, le daré a comer del árbol de la vida, que se encuentra en medio del paraíso de Dios.»


                                                                          II

Las dos iniciaciones fundamentales han aportado al hombre prisionero un poderoso estímulo para un posterior desarrollo espiritual. Prometeo no está todavía desencadenado, pero su liberación está próxima y, si él lo desea, la tiene en sus manos. El sol se ha abierto paso a través de todos los obstáculos de la esfera aural y del ser sanguíneo inferior, y el Cristo personal se encuentra ante el alumno tras la apariencia del hombre celeste. Aún no está en él, tampoco es de él, pero El ha aparecido en la atmósfera aural, en las nubes del cielo microcósmico, y el alumno se encuentra ahora ante la sentencia: el ser dialéctico, inferior, terrestre, debe ser destruido, para que el hombre celeste pueda vivir en el sistema microcósmico. La permuta de personalidades deberá ser total y perfecta.
            Para llevar a cabo esta sentencia y coronarla con éxito, el alumno debe disponer de una vitalidad y de un poder que no pueden ser encontrados en la personalidad inferior. Ambos le son ofrecidos por el Espíritu Santo Séptuple, que, como siete candelabros de oro, acompaña al hombre celeste, que es uno con la personalidad celeste. De igual forma que el Cristo no puede hacer "su morada" en el ser dialéctico del hombre, tampoco el Espíritu Santo puede permanecer en el microcosmos. Por esto, el alumno recibe la misión de ejecutar los procesos de la sentencia en la fuerza que le es revelada en Cristo por el Espíritu Santo.
            Por consiguiente: la primera iniciación fundamental, el primer candelabro del primer Círculo Séptuple, coloca al candidato ante el plan luminoso de Dios con él, el hombre.
            La segunda iniciación fundamental, el segundo candelabro del primer Círculo Séptuple, le encarga y le capacita para emprender la ejecución de la gran sentencia, el proceso de regeneración, la permuta de personalidades, para que un día el proceso de desarrollo de la criatura pueda estar de nuevo en equilibrio con la intención y el ser del Creador.
            Así equipado, el alumno se centra en la tercera iniciación del primer Círculo Séptuple, la Iniciación de Mercurio.


                                                                         III

El nuevo sol, que viene a iluminar el campo de vida del alumno con su fuerza séptuple, se orienta en primer lugar hacia el aspecto superior de la forma corpórea, que hemos denominado poder del pensamiento. Por esta razón hablamos de Mercurio, el mensajero de los dioses, que según la sabiduría antigua, siempre estuvo unido al poder del pensamiento, tanto según la naturaleza como según el espíritu.
            Así podemos dar testimonio de un antiguo Mercurio y de un nuevo Mercurio: del Mercurio de la naturaleza terrestre y del Mercurio en devenir del hombre celeste. Es evidente que en la medida en que el nuevo mensajero de los dioses se una al ser del alumno, el viejo debe ser destruido. El viejo debe declinar para que el nuevo pueda crecer y manifestarse.
            El gobernador del pensamiento terrestre controla ciertos centros cerebrales, así como algunos otros órganos y sentidos muy importantes, tales como los nervios, todo el sistema respiratorio, la percepción sensorial, el fluido nervioso y el sistema cerebro‑espinal. Se comprenderá por ello perfectamente que la desaparición del viejo Mercurio abra ampliamente la puerta a la vida nueva, y que un nuevo Mercurio traiga consigo tal cambio, que sea imposible concebirlo en toda su amplitud.
            En cuanto el nuevo mensajero de los dioses habla al alumno, se desarrolla de forma efectiva lo que muchos poetas y pensadores han testimoniado. Dos seres se dirigen uno hacia el otro, dos voces hablan en el campo de vida microcósmico del candidato. El candelabro ardiente de Mercurio se coloca ante el hombre terrestre, una luz le toca, le invita a una lucha, cuyo resultado está fijado de antemano: la vieja naturaleza y sus dirigentes no podrán heredar el nuevo reino, la nueva naturaleza.


                                                                         IV

Recibir la iniciación de Mercurio es como subir una montaña. En el Antiguo Testamento esta iniciación es simbolizada como la subida al monte Nebó, que quiere decir Mercurio. Leemos en Deuteronomio, capítulo 34, versículo 1: «Y el Señor le mostró (a Moisés) todo el país, de Galaad hasta Dan», después de que Dios hubiera conducido a Moisés hasta la cima del monte Nebó.
            Del desarrollo ulterior de la historia se deduce que era imposible que el viejo Moisés entrara en la tierra prometida. Dios le tomó consigo y fue a Josué a quien le fue dado penetrar en las regiones prometidas. Moisés fue quien llevó a cabo la salida del infierno de la tenebrosa vida terrestre; Josué el que llevó a cabo la entrada en el nuevo país; ambos procesos tuvieron lugar bajo la dirección divina.
            El Nuevo Testamento comienza también con la misma idea, con la misma iniciación. También aquí encontramos dos figuras, una frente a otra: Juan Bautista y Jesús, Juan el precursor y Jesús el consumador.
            El hombre terrestre que, en la fuerza del Cristo, avanza al encuentro de la luz hasta el límite de sus posibilidades, para a continuación entrar en declive, coloca su cabeza sobre el tajo con el fin de liberar al hombre celeste. Cuando el alumno ha subido al monte Nebó, ve «todo el país: de Galaad a Dan», él adquiere conocimiento del testimonio y de la ley de la vida nueva y comienza a destruir la vieja vida, progresiva y concretamente.
            El nuevo Mercurio no es, por lo tanto, un portador de luz sin más, un candelabro que el alumno simplemente tiene que colocar en el interior de su sistema, sino que se trata de un dictamen, de la aplicación de una sentencia, de una lucha dramática. Una tierra prometida es alcanzada y se abre, y esto es gloria y salvación; pero hay que romper definitivamente con el antiguo país. La iniciación no es lo que han hecho de ella ciertos novelistas ocultistas, o sea, un liberarse como un vuelo de pájaro, sino una lucha amarga. El cáliz debe ser vaciado hasta la última gota antes de poder expresar el: «¡Todo se ha cumplido!»


                                                                          V

La astrología exotérica enseña que Mercurio no tiene voz propia, sino que es simplemente el mensajero, en el sentido de cartero, sin más. El alumno, no obstante, debe llegar a concebir que el nuevo Mercurio aporta, al hombre que se ha ennoblecido para ello, la plenitud y la riqueza de la revelación divina, en el sentido más amplio de la palabra.
            Cuando este mensajero comienza a hablar, dice: «Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro»; con otras palabras, la suprema sabiduría quiere manifestarse en toda su amplitud. Es el desvelamiento, el nacimiento del nuevo poder del pensamiento. Una parte de la forma celeste es generada y comienza a hacer irrupción en el hombre viejo. Y una de las más formidables consecuencias de este nuevo estado es la revelación del famoso conocimiento de primera mano, el acceso directo a la Enseñanza Universal. Esta iniciación no es conferida por un maestro o un Hermano Mayor, sino que se trata de un proceso de conquista "de abajo hacia arriba", una herencia que espera a cada alumno. Esto no quiere decir que no se requieran, en el transcurso de todos los altibajos de este proceso, la ayuda y la ocasional colaboración de seres sublimes, pero insistimos expresamente en que la condición fundamental de la iniciación es siempre la auto‑francmasonería.
            El alumno debe comprender en este sentido las tan conocidas palabras del Sermón de la Montaña: «Buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá». La ayuda que en este proceso podría ser conferida por sublimes terceros, siempre será impersonal.
            Tener acceso a la Enseñanza Universal quiere decir: estar de nuevo unido al ser absoluto de Dios, poseer el conocimiento absoluto que está en Dios y es de Dios, en concordancia con el estado de ser personal. El alumno que accede a esta Enseñanza Universal, podrá acercarse al plan divino para el mundo y la humanidad directamente y sin intermediarios; podrá leer en la memoria de la naturaleza, tanto en su pasado como en su futuro. Mercurio, el mensajero de la luz, el ángel que se encuentra ante Dios, le transmite esta sabiduría sublime y universal.
            Quien posee tal conocimiento es, en toda la acepción del término, un iniciado solar, del que los antiguos dieron testimonio. Quien penetra de esta manera en la santa luz solar, la asimila y la utiliza, debe morir según la naturaleza, tal como nos fue narrado de Moisés y de Juan Bautista. En cuanto la tierra prometida aparece, el hombre terrestre está en su ocaso.
            Así debe entender también los relatos transmitidos sobre Sócrates y el emperador Juliano. Se dice de ambos que desvelaron una parte de la sabiduría solar al público profano y por ello tuvieron que morir; por esta causa, el emperador continúa viviendo en la historia con el nombre de Juliano el Apóstata.
            Nuestra opinión es que ni Sócrates ni Juliano murieron por dicha razón. Ellos murieron, simplemente, según la antigua naturaleza; sus antiguas moradas adámicas fueron demolidas, porque el hombre celeste había nacido y se colocaba al servicio de la luz, con todas las consecuencias implícitas. Si el alumno intentara conservar, aunque sólo fuera una pequeña parte, del viejo ser cuando el nuevo Mercurio aparece, el mensajero del Logos Solar se esfumaría para no regresar.


                                                                         VI

Para asegurar ahora esta muerte del viejo hombre, que se ha vuelto necesaria porque la sabiduría solar quiere acercarse al alumno, el ángel del candelabro de Mercurio, según la lengua sagrada del Apocalipsis, escribe una carta a los habitantes de Éfeso, es decir, a los habitantes del país de la frontera.
            Ser "habitante del país de la frontera" quiere decir, según la lengua de los misterios, que un hombre ha llegado al límite extremo del cultivo de la conciencia que es posible en la naturaleza terrestre. El alumno, después de un largo y profundo camino de sufrimiento, de sacrificio y de cambio fundamental, ha llegado al instante del toque divino. Por ello comienza así la carta: «Conozco tus obras, tu trabajo y tu paciencia y sé que has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti, que has abandonado tu primer amor.»
            El hombre ha caído del orden divino y ha sido acogido con un "sorbo de olvido" en el campo de vida dialéctico, prisionero en los velos del no‑conocimiento, atado a la "cadena de tres". El Mercurio del Adán caído está atado a autoridades y a especulaciones, ha degenerado hasta ser el dios del comercio, de los comerciantes y los ladrones. El hombre abusa de la luz de la razón; el rayo del Mercurio de la naturaleza equipa al hombre para la lucha en la vida inferior. Las amargas consecuencias son claramente visibles en la historia del mundo. Esta fue la causa de la caída del gran imperio babilónico. «Nebó está derribado», como testimonia Isaías.
            El alumno debe examinar, con la mano en el corazón, hasta qué punto ha profanado el don divino de la razón y de la retrospección de la luz, por vanidades y cuestiones terrestres; hasta qué punto ha derribado a Nebó. Debe deducir de su propia realidad hasta qué punto ha "caído", y esta realidad debe incitarle a practicar de nuevo «las primeras obras». «Si no removeré tu candelabro de su lugar.»
            En el alumno hay una gran posibilidad de responder a esta exigencia, y es que él «odia las obras de los Nicolaítas.» Los Nicolaítas son los hombres y los grupos de hombres que, por su razón doblegada, se han desviado y que, con sus obras, con sus tentáculos materialistas y ateos, han apresado a toda la humanidad y la han sumergido en la desgracia. Son los hombres que abusan, para sus propios fines, de las religiones y de todos los demás valores humanos, ocasionando así un mar de miserias sociales, políticas y económicas. Según parece, en la antigüedad hubo también una secta de los Nicolaítas, quienes, bajo el manto del cristianismo, cometieron toda clase de horribles crímenes.
            «Pero tienes esto a tu favor, que odias las obras de los Nicolaítas.» Estas palabras aluden a la característica del alumno apto y preparado. Ciertamente no es apto a devenir alumno de los misterios de iniciación crística quien acepta y concreta, como algo evidente, todas las instigaciones del Mercurio inferior en este mundo, con todas sus consecuencias, quien, tras la máscara de "superioridad", come del pesebre de la naturaleza y a quien toda la injusticia del mundo no le impide dormir.
            Sólo quienes arden de indignación, quienes odian con un odio terrible todo lo maléfico e impío, dan prueba de una aptitud elemental. En este estadio, lo importante es «oír lo que el Espíritu dice a las comunidades», lo que significa: actuar y vivir sobre la base de esta aptitud elemental, puesto que se trata del nacimiento del nuevo Mercurio.
            El alumno siente repulsión por la naturaleza degenerada, y ahora debe aceptar las consecuencias de la luz. Este es el problema que, en un momento dado, se plantea al candidato, un problema que cada llamado deberá resolver por sí mismo. Quien ve el verdadero camino, deposita lleno de alegría su antiguo yo sobre la pira. Todas las dificultades se resuelven cuando el candidato cumple la exigencia de la ley, y la maravillosa recompensa está asegurada. Comerá del árbol de la vida, que está en medio del Paraíso de Dios. El conocimiento absoluto y universal, que está en Dios y es de Dios, se vuelve suyo. El poder del pensamiento del hombre celeste ha nacido.

El alumno ha escalado el monte Nebó. La Iniciación de Mercurio del primer Círculo Séptuple se ha vuelto una realidad.













































                                                                          V

                                  La Iniciación de Venus del primer Círculo Séptuple.


                                                                           I

«Escribe también al ángel de la comunidad de Esmirna: Esto dice el primero y el último, el que estuvo muerto y ha vuelto a la vida:
            Conozco tus obras, tu aflicción y tu pobreza ‑aunque eres rico‑ y las calumnias de los que se dicen judíos y no lo son, sino sinagoga de Satanás.
            No temas por lo que vas a padecer. Mira: el diablo va a arrojar en prisión a varios de entre vosotros para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida.
            Quien tenga oídos, oiga lo que dice el espíritu a las comunidades. El que venza, no sufrirá daño de la segunda muerte.»


                                                                          II

Cuando el nuevo cuerpo del pensamiento empieza a irradiar en la vida del alumno, todo cambia en su esfera de acción, ya que él empieza a dar testimonio de una nueva realidad, en la que vive, de la que forma parte: la realidad del orden de Dios. Todo su ser está centrado en el establecimiento de la justicia divina en el tiempo; se vuelve, en un doble sentido, el mensajero de la luz.
            El estudiante debe comprender este proceder. El iniciado de Mercurio no se pone al servicio de su propio yo natural, ni tampoco tiene interés por el yo de otros. Y su compasión tampoco se dirige hacia el sufrimiento del yo en el mundo de la naturaleza inferior.
            En el orden dialéctico están activos un Mercurio material y un Mercurio ético. La actividad del Mercurio material está clara, pues como ya hemos explicado en el capítulo anterior, ella está al servicio de la auto‑conservación.
            Pero que nadie se confunda en lo concerniente al Mercurio ético. El se ocupa de limpiar y curar las heridas de la dialéctica. Es el humanitarista y, por consiguiente, no libera del mundo. Una organización como la Cruz Roja intenta suprimir los efectos de la guerra y efectúa en este sentido un magnífico trabajo, pero no ataca la raíz del mal, la causa de las guerras. La miseria de los tiempos presentes puede impulsar a alguien, por ejemplo, a concebir y a realizar obras a favor de la paz, a intentar equilibrar este orden de naturaleza fundamentalmente no divino. ¿Quién podría objetar algo al respecto? La actividad del Mercurio ético es la consecuencia del sufrimiento del yo en la naturaleza, a cuyo lado encontramos también una sensibilidad por ese sufrimiento del yo del mundo, resultante de cierto amor al prójimo. Esta actividad se deriva igualmente de la tendencia a protegerse a sí mismo y a los demás contra las consecuencias de ese sufrimiento.
            Los sufrimientos de todos los tiempos no nacen solamente del desorden en el terreno político, social y económico, del desorden de la producción y de la caricatura de la religiosidad, sino que la miseria de todos los tiempos surge de las consecuencias de un orden de naturaleza fundamentalmente no divino en el que la humanidad ha caído, y ningún orden social nuevo aportará un cambio esencial a este sufrimiento, como tampoco lo conseguirá un sanatorio o un remedio contra el cáncer.
            El nuevo Mercurio está en concordancia con un mundo que no es de este mundo, con un plano que no puede ser encuadrado dentro de la planificación de la dialéctica, con un mundo superior que, en este orden, es tachado de locura.
            Por lo tanto, tampoco tiene ningún sentido odiar «las obras de los Nicolaítas» sin este nuevo Mercurio. Este odio estéril no trae ningún cambio fundamental en el campo de vida humano. El Mercurio ético es muy humanitario y lleno de carácter, pero a pesar de todas sus prácticas el hombre queda encadenado a la materia y a las leyes de este campo de vida. En el mejor de los casos, este hombre es un habitante de Éfeso, un habitante del país fronterizo que, después de mucha lucha, se ha elevado hasta los límites extremos de la bondad que es posible en esta naturaleza.
            Es mucho más fácil, por otra parte, operar con el Mercurio ético que con el nuevo mensajero de los dioses, ya que la mayoría de la humanidad comprende muy fácilmente la actividad del primero y por consiguiente lo aprecia. Cuando un hombre se esfuerza por la construcción de un nuevo hospital y crea y prepara los más importantes proyectos para ello, es comprendido, apreciado y honrado, y con toda razón, puesto que estas instituciones son muy necesarias. Sin embargo, este lugar de misericordia, ¿es algo más que un parche en una herida de la civilización? Cuando todos los países y todas las ciudades tengan hospitales perfectamente equipados, ¿estarán salvados el mundo y la humanidad?

El nuevo Mercurio ve un nuevo cielo‑tierra. De esto va a dar testimonio y esto es lo que quiere establecer. Por lo tanto, se vuelve, evidentemente, un extranjero en el mundo. No es honrado, ni amado, ni comprendido. Hasta podemos decir que a menudo será perseguido y difamado cuando quiera imponer en este mundo las leyes del verdadero Reino, las cuales están en contradicción con todo aquello a lo que el hombre está acostumbrado. Por ello su acción provoca siempre una reacción del poder de la maldición que mantiene al mundo en sus cadenas. Su acción desencadena una serie de sufrimientos para sí mismo. No el sufrimiento del yo, sino el del ser impersonal; no el sufrimiento comprendido según la dialéctica, sino el sufrimiento ocasionado por la ofrenda de sangre en la cruz.
            El sufrimiento del Mercurio ético reside en que su humanitarismo no puede salvar al mundo. Es el desengaño del error, la cruz de la naturaleza; él establece la prisión en la naturaleza.
            Sin embargo, el sufrimiento del nuevo Mercurio nace por el intento emprendido, en perfecta ofrenda de sí mismo, para desatar al hombre de este mundo, impulsado por el «primer amor»: la cruz de Jesucristo.


                                                                         III

En esta fase del desarrollo, el alumno de los misterios de iniciación crística debe tener en cuenta un hecho muy actual, indicado ya en el capítulo precedente, pero que debe ser esclarecido de nuevo a la luz de la realidad. La Iniciación de Mercurio coloca al alumno ante problemas muy especiales. Aunque el nuevo poder del pensamiento ha nacido y ejerce su poder en el interior de la esfera aural, de modo que el candidato tiene a su disposición un conocimiento de primera mano, el antiguo poder del pensamiento no ha sido liquidado todavía.
            Se aconseja al alumno que emprenda lo más rápidamente posible este proceso de liquidación, con el fin de evitar que el candelabro de Mercurio pueda ser retirado de nuevo. Durante el proceso del cambio fundamental él ha objetivado el pensamiento dialéctico. «El alza los ojos hacia las montañas», y finalmente llega a subir el Monte Nebó.
            Pero el pensamiento dialéctico, aunque en vías de liquidación, aún subsiste, y después del nacimiento del nuevo pensamiento se desarrolla una lucha, en la que el alumno a menudo llega a ser presa de las más grandes mistificaciones. La corriente de la nueva sabiduría desencadena problemas y reacciones. El nuevo toque le impulsa a dar testimonio y él lo hace; no lo puede evitar. Pero descubre que aún no es completo, que no puede empezar y cumplir su tarea como él realmente quisiera. Su equipamiento no está completo.
            La causa se debe a que el iniciado del Sol aún no ha muerto según el viejo pensamiento. Sólo después de esa muerte, caerán las barreras más importantes y el candidato podrá abrir su ser a la cuarta iniciación del primer Círculo Séptuple: la Iniciación de Venus. Una ampliación de la conciencia que le llevará a una perfección mayor.
            Para cumplir su tarea de cabeza, corazón y manos, el alumno debe disponer de una fuente interior de intenso amor hacia los hombres. Un amor hacia los hombres tan grande y tan perfecto, que el hombre de la naturaleza inferior no puede comprender ni corresponder. El trabajo debe ser llevado y cumplido con esta fuerza de amor. La posesión de esta fuerza renovadora que nunca abandona, es designada con la noción "Venus".


                                                                         IV

En la filosofía oculta, Venus es siempre considerado como un gran misterio, y también el nuevo Venus está indiscutiblemente rodeado de un gran secreto. Vamos a intentar comprender este secreto de la cuarta iniciación de la séptuple cadena solar.
            Venus es un símbolo femenino y, en astrología, es el regente de Tauro y Libra. Esto significa que Venus reina y vela sobre un tesoro formidable (Tauro), y los tesoros allí acumulados deben ser transmitidos, según el principio de justicia divina, de manera justa a la humanidad (Libra).
            La Iniciación de Mercurio ha encendido el nuevo pensamiento; la Iniciación de Venus manifiesta el nuevo ser de los sentimientos, una sensibilidad basada en la razón superior. La Iniciación de Mercurio fue la causa introductoria de la renovación del santuario de la cabeza; la Iniciación de Venus cuidará de la renovación del santuario del corazón. Mercurio representa un aspecto masculino y Venus desarrolla el aspecto femenino; son respectivamente cabeza y corazón.
            Cuando estas dos iniciaciones se han hecho realidad en la vida del alumno, vemos erigirse dos sólidos pilares ante el nuevo templo humano, al servicio de los dos santuarios de este templo, es decir el santo (Mercurio) y el santo de los santos (Venus), o la sabiduría divina que puede manifestarse como fuerza de amor.
            En todas las antiguas religiones, el santo de los santos estaba consagrado a Venus. Era designado el adytum. En el adytum se encontraba un arca o sarcófago, como símbolo del seno de la naturaleza divina, el seno de la resurrección, la pura posibilidad de alumbramiento de una fuerza grande y maravillosa. En el correspondiente santuario del templo humano vemos el arca como el timo, que desempeña un formidable papel en la actividad de radiación del esternón.
            En los santuarios de los templos exteriores, el arca tenía la forma de una barca, gracias a la cual se podía navegar en el agitado mar de la naturaleza inferior, con el fin de escapar a las catástrofes de un mundo pecador. Piense a este respecto en el arca de Noé, que expresa la misma idea. La sabiduría divina ha encontrado de nuevo al alumno (Mercurio) y la fuerza divina le vuelve ahora apto para aportar esta sabiduría a los hombres. ¡Esto es Venus!
            En cuanto la luz es recibida en el monte Nebó y el alumno ha vaciado, según esta naturaleza, el santuario de la cabeza (el santo), Dios le encuentra corpóreamente en el santuario del corazón, (el santo de los santos). Del "arca" se eleva una nueva Venus, como una gran fuerza de amor, que acompaña al mensajero de los dioses en sus lejanos viajes a lo largo del campo de vida terrestre.
            Se dice con razón que Venus representa también el amor terrestre, pero este amor no es comprendido. Es desnaturalizado, mancillado y deformado.
            La fuerza de amor del nuevo Venus es una gran fuerza mágica. Cuando el nuevo Mercurio cumple su misión, el timo irradia una intensa fuerza mágica séptuple, como una joya resplandeciente, en tanto que núcleo central del santo de los santos, cuyo velo fue rasgado por el toque de la luz de la cuarta iniciación. Y quien es tocado por esta séptuple radiación, reacciona para una resurrección o para una caída. Ningún mortal escapa a ello. Es la fuerza divina, transmutada en el hombre nuevo, para ir luego hacia la humanidad en tanto que amor servicial.
            Los antiguos siempre han conocido esta actividad de Venus, pero el culto a Venus ha degenerado en la vida inferior hasta convertirse en el culto al falo. Así como la mayor parte de la humanidad es mantenida prisionera por la fuerza del amor de la naturaleza inferior, por el culto idólatra a la Venus inferior, de igual modo el hombre accesible a ello despertará a la vida superior por la fuerza de amor de la nueva Venus. Este trabajo es difícil y penoso. No obstante, aunque para llegar a ello el alumno tenga que beber del cáliz amargo ‑perteneciendo así a la comunidad de Esmirna‑ aunque el poder de la negra maldición vuelva continuamente su trabajo casi imposible, los estancamientos sólo son aparentes.
            El resultado de este trabajo no es un derrumbamiento en la nada, semejante al subir, brillar y descender de la dialéctica, ya que por la actividad del nuevo Venus, a la larga los lazos se vuelven permanentes y el trabajo puede ser continuado con más fuerza que nunca.
            El alumno que vive y actúa a partir de estas dos iniciaciones posee una gran riqueza. Aunque realmente bebe el amargo cáliz del sufrimiento (Esmirna), su prueba no durará más de «diez días». Lo que quiere decir que el trabajo, comenzado con el verdadero espíritu y con la verdadera fuerza, es un proceso que siempre acaba con la victoria.
            El verdadero trabajo al servicio de la luz no es nunca una fuente continua de sufrimiento y sinsabores, pero una vez comenzado ha de ser llevado hasta el final, ha de ser conducido a su plenitud. Ha comenzado a partir de la luz y volverá a la luz llevando consigo la cosecha. Este es el significado del número "diez".


                                                                          V

En la tercera iniciación, el alumno debe luchar ante todo con el sufrimiento de las limitaciones (Éfeso). Durante los procesos de la cuarta iniciación bebe a grandes sorbos del amargo cáliz del sufrimiento (Esmirna), tal como quizás comprenda ahora, ya que todo el ser sensorial inferior y terrestre debe ser consumido, con el fin de que el puro amor de Dios pueda morar en el corazón humano. Por esto dice la voz de El, del que estaba muerto y ha vuelto de nuevo a la vida, es decir, el hombre celeste: «Conozco tus obras, tu aflicción y tu pobreza, aunque eres rico, inconmensurablemente rico. Conozco las calumnias de aquellos que quieren entrar en tu corazón y que te arrastran en el lodo. Dicen que son judíos, hijos del León, hijos de Cristo, pero no lo son, sino que son una sinagoga de Satanás. No temas estas cosas, pues esta reacción es comprensible. El hombre inferior, descubierto por el amor divino, se muestra como una bestia furiosa.»
            Dos procesos se interpenetran: la reacción del mundo y las tinieblas ante el trabajo de la luz, y la consunción del ser dialéctico de los sentimientos en el alumno. Todo este proceso debe llegar a su plenitud. Durará diez días. «Sé fiel y te daré la corona de la vida». Pues quien come el pan de la vida, alcanzará la madurez y entrará en la gloria perfecta de la vida.
            «El que venza no sufrirá daño de la segunda muerte.» Todos los hombres están dañados por la primera muerte del cuerpo celeste, pues la humanidad, al transgredir las leyes divinas, se hundió en el mundo inferior, debiendo abandonar su verdadero cuerpo celeste. Se sumió como en un sueño de muerte. Sin embargo, en esta etapa de su desarrollo, el alumno ha despertado al hombre celeste; éste se ha mostrado corpóreamente a su conciencia. Tal alumno no será dañado por la segunda muerte del hombre celeste. Muere la segunda muerte del hombre celeste quien, en el transcurso del período de cosecha de la trigésimo tercera dispensación crística, no es encontrado preparado para elevarse por encima de la naturaleza terrestre.
            El alumno no podrá ser dañado por esta segunda muerte; los cambios cósmicos, atmosféricos y estructurales de los tiempos que vienen no podrán dañarle. Ha encontrado de nuevo al Cristo en su esfera aural; él entra en la vida nueva.


                                                                         VI

Por lo tanto, dos nuevos valores empiezan a brillar en el campo de vida microcósmico: el nuevo Mercurio y la nueva Venus. El pensamiento y el sentimiento son vivificados según su naturaleza celeste. Y ahora, al alumno le queda por conseguir la renovación del centro de la voluntad, la Iniciación de Marte del primer Círculo Séptuple. Sólo después de esta quinta iniciación está perfectamente equipado para poder empezar y cumplir su grandiosa vocación.


































                                                                         VI

                                   La Iniciación de Marte del primer Círculo Séptuple


                                                                           I

«Escribe también al ángel de la comunidad de Pérgamo: Esto dice el que tiene la espada aguda y de doble filo:
            Conozco tus obras y dónde moras: allí donde está el trono de Satanás. Mantienes firme mi nombre y no negaste mi fe, ni en los días de Antipas, mi fiel testigo, que fue muerto entre vosotros, ahí donde mora Satán. Pero tengo algo contra ti: que tienes ahí a los que mantienen la doctrina de Balaam, el que enseñó a Balac a poner tropiezo ante los hijos de Israel, a comer de lo inmolado a los ídolos y a fornicar.
            Asimismo, tú también tienes a quienes mantienen de igual modo la doctrina de los nicolaítas. Así pues, conviértete. Si no, voy a ti enseguida, y lucharé contra ellos con la espada de mi boca.
            Quien tenga oídos, oiga lo que dice el espíritu a las comunidades. Al que venza, le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y sobre esta piedrecita habrá escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe.»


                                                                          II

La Iniciación de Mercurio y la Iniciación de Venus se han vuelto propiedad del hombre nuevo. Una luz de Dios y una fuerza de Dios le son entregadas de primera mano. La luz de Dios le permitió contemplar el nuevo cielo‑tierra; la fuerza de Dios le capacitó fundamentalmente para establecer, de una manera totalmente nueva, un lazo con quienes aún se encuentran en las tinieblas.
            Estas dos iniciaciones abrieron en el alumno el nuevo templo interior: el santo (la cabeza) y el santo de los santos (el corazón), el nuevo poder del pensamiento y el nuevo ser de los sentimientos incorruptibles y eternos. El timo se volvió una joya deslumbrante que puede ser comparado al "arca" del santo de los santos, o a la tumba abierta de la Gran Pirámide, donde la fuerza divina encuentra a la fuerza humana, con el fin de que este don divino pueda ser transmutado en un poder humano manejable. Y en tanto que fuerza de amor mágica, que no es de este mundo, debe irradiar hacia el exterior "para el rescate de muchos".
            Aunque este "rescate" está destinado a todos y en principio debe englobar a toda la humanidad, no obstante debe ser dirigido inteligentemente. Debe partir de un plan, debe estar unido a cierta estrategia. Detrás de ello debe haber un "hombre" consciente: «Dios debe volverse carne». Una nueva voluntad dinámica, fuerte y equilibrada debe dirigir los dones de Mercurio y de Venus. Por ello, después de la Iniciación de Venus, el nuevo compañero todavía no está plenamente preparado. Esta plenitud se manifestará tras la Iniciación de Marte; el nuevo Marte desarrolla el nuevo ser de la voluntad del compañero.
            Para el alumno puede constituir un problema, la razón por la que la Iniciación de Venus debe preceder a la de Marte y por la que la renovación de la sensibilidad debe preceder a la de la voluntad. Para profundizar en este problema hay que prestar atención al hecho de que la voluntad es el poder más dinámico del hombre y puede escapar muy fácilmente a toda dirección. Si el alumno desencadenara y dinamizara una nueva voluntad antes de que la unión Dios‑hombre haya sido establecida en el santuario del corazón, él no podría trabajar con la fuerza divina ni con el nuevo ser de los sentimientos humanos. De nuevo actuaría experimentalmente y de forma forzada, con todas las consecuencias que ello comporta. Su sangre no sería vertida según el espíritu para una elevación, sino según la naturaleza para una caída.
            El alumno debe considerar bien esto como un concepto de la mayor importancia que nunca debe perder de vista, ya que toda la caída está en estrecha relación con estas cosas. Marte es la fuerza dinámica de la voluntad creadora; Marte pronuncia el fiat creador; Marte desgarra el velo del santo de los santos. Cuando Dios mismo no mora aún en el adytum, cuando el trabajo aún no está terminado allí, ¿con qué podría trabajar la voluntad?
            La voluntad libre se volvería una voluntad desenfrenada, y una voluntad sin frenos ocasiona limitación, cristalización y muerte, y, por consiguiente, caída. Y por la caída, una voluntad que no es libre. Una liberación de la voluntad, una nueva inflamación en Dios del poder de la voluntad, después de una errónea preparación, ocasionaría una terrible catástrofe. Por ello hay que reflexionar sobre tres aspectos: primero, qué es la voluntad; segundo, qué es el nuevo Marte; tercero, qué es el viejo Marte.


                                                                         III

En general se confunde muy a menudo deseos o sentimientos con voluntad. Cuando un hombre tiene hambre dice: "Quiero comer". Pero por la sensación de hambre desea comer. En este caso, el factor voluntad está muy subordinado. Determinadas tendencias e inclinaciones en el ser sanguíneo humano empujan a cierta voluntad. Esa voluntad no es libre, no es una voluntad original. Como tal, ya no se puede querer; los deseos, las tendencias y el impulso de la sangre imponen su voluntad.
            La voluntad era originalmente la fuerza de la epigénesis, la actividad que decidía libremente, la actividad autocreadora y consciente del espíritu humano. Es una fuerza extremadamente peligrosa, una fuerza real, Aries, y una fuerza secreta que puede ser una fuerza de muerte, Escorpio, pero que también puede conducir a grandiosos valores. La voluntad es el comienzo o el fin de todo, la fuerza de la eternidad que gobierna sobre la vida y la muerte.
            Cuando la voluntad es de nuevo libre, justa y es conducida por "la mano de Dios", es decir, está en absoluta y completa concordancia con el plan divino para el mundo y la humanidad ‑lo que puede ser alcanzado de primera mano por medio del nuevo pensamiento‑ Marte debe haber sido precedido de Mercurio y de Venus. El templo, el adytum, con sus dos subdivisiones: el santo y el santo de los santos, debe estar erigido. El nuevo Marte, entonces, hará nuevamente del alumno un sumo sacerdote que obra ‑en, con y por este templo‑ como un consagrado que anima el templo.
            El sumo sacerdote lee con el nuevo pensamiento en el plan de Dios, participa en el orden divino, vive como hombre celeste en el reino que no es de este mundo, es rey en el Salem de Dios, es Melquisedek. Dios mismo ha descendido, según el nuevo sentimiento, a la tumba abierta, al arca, y la fuerza de Dios le acompaña en su viaje a los países extranjeros al servicio de la luz. El nuevo Marte, el nacimiento de la voluntad elevada en Dios, vuelve al espíritu del hombre celeste realmente inmanente.
            La energía dinámica del nuevo Marte es como el hierro de la sangre, que da calor y que eleva la sangre espiritual del alumno hasta una vibración totalmente nueva, capacitando de esta forma al sumo sacerdote para entrar en el propio templo interior, para hacer finalmente su morada en él y celebrar el servicio divino. Sólo tal hombre puede hablar realmente de estar al servicio de Dios.
            El nuevo Marte es el hombre‑dios que desciende en la carne; es la voluntad libre que va a emplear, de la manera deseada por Dios, todas las fuerzas de sabiduría puestas a su disposición. No especula ni abusa de sus poderes; él es obediente a la manifestación universal. El sumo sacerdote tiene acceso a la sabiduría absoluta, pero esta sabiduría se manifiesta según una ley. En su base hay un sistema, un proceso racional de devenir inatacable. La intención del Logos es que este plan divino sea ejecutado por sus hijos. Cuando la ley de la sabiduría da a conocer su exigencia, en tanto que vocación, al sacerdote ennoblecido para ello, éste, en concordancia con ella, empleará y dinamizará su voluntad para llevar a cabo la misión encomendada.
            Después de haber armonizado de esta forma su voluntad con la sabiduría divina, el llamado entra en el santo de los santos. El se reconforta en la tumba abierta, perece en la fuerza de amor divina. A continuación se levanta, corre el velo y sale para comenzar su trabajo. Así se convierte en un mago de Dios.


                                                                         IV

Marte es también Caín, el poseedor. Caín se encuentra frente a Abel, la vanidad. Caín es así el hombre que ocasiona el derramamiento de sangre, el guerrero que triunfa sobre el orden natural por medio del orden del espíritu. La ofrenda de Caín es aceptada solamente si va acompañada del declive de Abel. Caín debe dirigirse a la humanidad como el fuego divino, que toca el agua y así da nacimiento a los dos elementos secundarios: aire y tierra. Lo que quiere decir, en este contexto: un nuevo cielo y una nueva tierra, que deben descender de Dios por cabezas de hombres, corazones de hombres y manos de hombres.
            La vanidad debe ser destruida y transmutada por el poseedor del poder divino. No con el viejo martillo guerrero ‑según la naturaleza‑, sino con un nuevo martillo, la fuerza de amor divina, Venus, y con una nueva palabra, la sabiduría divina, Mercurio. La nueva voluntad es, por consiguiente, el fuego, la fuerza creadora según el espíritu. Este fuego sólo puede ejecutar un trabajo verdaderamente liberador y creador, cuando somete la cabeza y el corazón a su nuevo estado.
            Mercurio es el receptor, el contemplador, el iluminador. Venus es la emisora y la distribuidora. Marte es el sumo sacerdote, el hombre que como tal recibe la iluminación y ejecuta el trabajo mágico; es Caín que emplea su sangre contra la sangre de la vanidad.
            La nueva voluntad es también el señor del sistema del fuego de la serpiente, a través del cual toda la personalidad, con todos sus órganos y estructuras, se coloca bajo la dirección del sumo sacerdote. El no tiene ningún lazo con la fuerza sexual, con la fuerza procreadora, indispensable para el mantenimiento de la especie. Las fuerzas sexuales y los deberes sexuales, son las necesarias consecuencias naturales de la caída del hombre y de su permanencia en este orden de naturaleza terrestre. Son consecuencias de la degeneración humana, condenadas a desaparecer a partir del momento en que la muerte es vencida. El nuevo Marte se desata de la fuerza sexual, la aísla y la deja morir su propia muerte sin forzar.
            El sistema del fuego de la serpiente, que comienza detrás de la cavidad frontal, entre las dos cejas, y termina debajo del cóccix, en el plexo sacro, es designado también en el esoterismo como la vara de Moisés. Dado que este fuego de la frente irradia también hacia el exterior cuando el sumo sacerdote cumple su misión y envía al espacio un relámpago de luz, se habla también en el simbolismo sagrado del unicornio. Cuando el sumo sacerdote emite su fiat creador, vemos salir de su boca la llameante espada, lo que explica claramente el símbolo que encontramos en el prólogo del Apocalipsis.
            De este modo podemos considerar la voluntad como la actividad más dinámica en la forma corpórea, como la vara de Moisés, con cuya ayuda el Hombre de Dios recorre los caminos de Dios. La voluntad es también la espada de doble filo de Pérgamo, Marte, dirigida para la muerte y la vida: la muerte de la naturaleza y la vida según el espíritu.


                                                                          V

Cuando el alumno puede penetrar en su templo interior, como sumo sacerdote, elegido a esta dignidad por la Iniciación de Marte del primer Círculo Séptuple, aún está lejos de ser un elegido absoluto. Al contrario, ahora es cuando, con derecho y posibilidad de éxito, podrá emprender la lucha contra el viejo Marte, que todavía ejerce sobre él cierto poder.
            Por esto se escribe la carta a Pérgamo, una carta escrita por el quinto candelabro que se encuentra ante Dios: «Conozco tus obras... tus esfuerzos... tus sufrimientos... pero toleras ahí a quienes siguen la doctrina de Balaam.»
            Esta es la enseñanza del destructor Marte inferior. No el Marte sexual, sino el que de todas las maneras posibles fuerza su voluntad, poniéndola al servicio de la naturaleza terrestre; quienes operan con su voluntad al margen del plan de Dios y, por consiguiente, son altamente destructivos, tanto para sí mismos como para los demás. Son como el sumo sacerdote que abusa de su cargo. Quien es marcial de esta manera, quien lleva a cabo tal guerra, quien así maneja el martillo, verá que la guerra se vuelve contra él. Pues este Marte invoca todas las fuerzas de la oposición y de la contranaturaleza y... cae.
            Concluyamos diciendo que la conversión de la voluntad debe ser considerada como uno de los aspectos más importantes del primer Círculo Séptuple. La conversión de la voluntad significa al mismo tiempo la liberación de las cadenas de la sexualidad. La sexualidad en sus formas de pasión sin freno es siempre un resultado de la voluntad sin control, que introduce experimentalmente el fuego de la vara de Moisés en el santuario de la pelvis.
            Numerosos autores esotéricos enseñan que, por medio de ejercicios, la fuerza sexual puede ser dirigida "hacia lo alto" y "sublimada". Tales métodos son peligrosos, terrestres y vanos. Nosotros los rechazamos siempre. Cuando la voluntad incontrolada ha inflamado de fuego impío el plexo sacro, entonces no se puede santificar o sublimar esta impiedad. A lo sumo se la puede encerrar durante cierto tiempo hasta que, en un momento dado y de una manera u otra, se desencadena como un fuego devorador que explota hacia el exterior. Ningún mortal según la naturaleza escapa a estas explosiones. La conversión de la voluntad, después de la Iniciación de Mercurio y de la Iniciación de Venus, aporta inmediatamente la solución. Pues entonces es válido el «tal como es arriba es abajo» y no hay nada que deba ser sublimado. Se trata aquí de la conversión de la vida misma, el declive del viejo Adán y el nacimiento del hombre celeste.

                                                                         VI

Así aparece el sumo sacerdote renovado en su templo, con nuevas piedras de construcción. Pensamiento, sentimiento y voluntad están preparados según la vida divina y una parte importante del hombre celeste puede unirse ya al viejo ser dialéctico, el cual, por ellos, debe ser disgregado estructuralmente. El proceso de la permuta de personalidades está ya tan avanzado, que el alumno puede empezar y continuar el gran trabajo de la ofrenda.
            Ahora, Caín puede atacar al mundo de la bella apariencia y de la mentira. Ahora puede trabajar y, con sus instrumentos, construir una nueva ciudad, la ciudad de Enoch, la ciudadela de la iniciación.





                                                                        VII

                                  La Iniciación de Júpiter del primer Círculo Séptuple


                                                                           I

«Escribe también al ángel de la comunidad de Tiatira: Esto dice el Hijo de Dios, el que tiene ojos como llamas de fuego y pies semejantes al bronce brillante:
            Conozco tus obras, tu amor, tu fe, tu servicio, tu constancia y tus obras últimas, más numerosas que las primeras. Pero tengo contra ti que toleras que la mujer Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos a fornicar y a comer de lo inmolado a los ídolos.
            Le he dado tiempo para convertirse, pero no quiere convertirse de su fornicación. Mira: la voy a arrojar en el lecho del dolor. Y a los que adulteran con ella, los arrojaré en gran tribulación si no se convierten de las obras de ella. Y a los hijos de ella los mataré sin remisión, y todas las comunidades sabrán que yo soy quien escudriña los riñones y los corazones. Y os daré a cada uno según vuestras obras.
            Y a todos los demás que están en Tiatira, que no aceptan esa doctrina, y no han conocido lo que ellos llaman las profundidades de Satanás, os digo: No os impondré otra carga, pero lo que tenéis, mantenedlo firme hasta que yo venga. Al que venza y al que guarde mis obras hasta el final, le daré potestad sobre las naciones. El las regirá con vara de hierro, y serán triturados como vaso de alfarero, como el poder que yo he recibido de mi Padre. Y le daré la estrella de la mañana.
            Quien tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las comunidades.»

                                                                          II

De lo que precede se puede percibir cómo han comenzado los procesos estructurales de renovación del santuario de la cabeza y del santuario del corazón; el sumo sacerdote ha entrado en su templo y el alumno, así preparado, avanza hacia la Iniciación de Júpiter.
            Ahora va a realizar, en este mundo caído, su vocación recibida de Dios. Pasa de un trabajo preparatorio e interior a un trabajo exterior, cuyo resultado determinará a su vez la medida y la calidad del crecimiento interior. El alumno empieza a propagar, en esta naturaleza terrestre, en el campo de vida del orden dialéctico, el mensaje y el ser de la Fraternidad estática universal, la verdadera comunidad de vida del Reino de los Cielos, el orden divino. En este mundo es necesario establecer lo que «no es de este mundo» como una fortaleza temporal, o sea, un atrio de la Jerarquía, de la Escuela Espiritual. Esta es la misión del iniciado de Júpiter.


                                                                         III

En primer lugar, debe estar claro que ya no puede haber arbitrariedad alguna en el alumno. No deberá perseguir ningún deseo o especulación. Ningún objetivo terrestre o inferior debe estar presente. La voluntad propia va a unirse libremente, en tanto que nuevo Marte, a la voluntad de Dios. Su actitud será entonces: "Señor, ¿qué quieres que haga?"
            La nueva Venus hará posible que en el alumno irradie una clara vocación, que avance de la mano de los Hierofantes, mientras que el nuevo Mercurio velará para que el llamado comprenda su misión como una responsabilidad y una necesidad racional y moral.
            El principio fundamental de la tarea que debe ser llevada a cabo ha sido el mismo para todos los alumnos a través de los siglos: dar testimonio de la Fraternidad de la Luz estática universal. Las sugerencias y las fuerzas del Reino de los Cielos deben promover cierta actividad en este mundo; la cruz de Cristo debe ser clavada en esta tierra y la ofrenda de la sangre debe ser aportada a su servicio, con el fin de despertar a la verdadera vida a los hombres que son sensibles a ella y ayudarles en el camino.
            Este trabajo de salvación, si quiere ser bueno y fructífero, debe efectuarse siempre bajo la dirección y en unión de la Escuela Espiritual. Cuando esta unión no existe y, a pesar de todo, un trabajador persigue dichas ambiciones, se produce lo que la lengua sagrada denomina «el trabajo de la no casada». Semejante trabajo no está en concordancia con el santo de los santos, y es puramente experimental y arbitrario.
            Este tipo de trabajador es designado en el Apocalipsis como Jezabel, la no casada. Dicha persona prostituye lo divino y lo mutila, comete un adulterio espiritual, es aún el viejo Caín arbitrario, el hombre caído todavía no enderezado. Por ello, el trabajador llamado no puede dar ningún paso ni a izquierda ni a derecha al realizar su mandato, y si ocurriese que la amplitud de su tarea le llevase a relacionarse con otros trabajadores, entonces, con el fin de preservarles del pecado de Jezabel, tiene el deber de unirles a su mandato, en obediencia a él, ya que este mandato no puede ser comprendido dentro del marco de los motivos terrestres del yo, pues es el encargo divino mismo el que se expresa a través de este mandato que debe ser ejecutado en un tiempo determinado y de una manera determinada.
            A este respecto, leemos también en la Fama Fraternitatis R.C. de la antigua Fraternidad de la Rosacruz, que Cristián Rosacruz elegía a sus colaboradores, haciéndoles prometer serle fieles y esforzados, no divulgar los secretos y transcribir cuidadosamente sus indicaciones y su enseñanza.


                                                                         IV

Cuando el alumno‑enviado se exterioriza en el campo de trabajo, se acerca a la masa terrestre con las enseñanzas y fuerzas del Reino y funda un esbozo de la Escuela Espiritual, o colabora en una escuela semejante. La suprema finalidad es, evidentemente, despertar a esta masa e impulsarla al renacimiento. Esta finalidad, no obstante, es tan elevada y la masa está tan sumergida en el yo y en la naturaleza caída, que la realización práctica del objetivo planteado no puede ser alcanzada en el primer intento.
            Sin embargo, se obtiene un resultado inmediato. En cierto número de individuos, a causa de la lucha, las dificultades y las penas, y de los conflictos del yo solitario en la naturaleza terrestre, la coraza y la ilusión del arraigamiento terrestre se rompen lentamente y se despiertan aspiraciones más elevadas. El viejo Caín encalla ‑su sacrificio según la naturaleza no es aceptado‑ y va a la búsqueda de otras y más nobles posesiones. Estos hombres se acercan al atrio, ya fundado, de la Escuela Espiritual. Ellos son encontrados por la nueva luz. Al principio están llenos de un gran entusiasmo. Pero rápidamente se demuestra que la herencia de su sangre les detiene y que las exigencias de la Escuela son demasiado elevadas para ellos. Sus reacciones provocan demasiado a menudo el caos, la incomprensión, la oposición y grandes tensiones. El espíritu en el que fue emprendido el trabajo muy pronto se transforma, aparentemente, en una parodia que parece llevar al trabajador a la desesperación.
            Sin embargo, el alumno debe considerar, bajo la luz justa, la causa de las diversas reacciones. No se trata aquí de fracaso, sino de una primera reacción, desde todo punto de vista comprensible e inevitable, al trabajo de Júpiter en este mundo.
            El verdadero trabajador de Júpiter no conoce compromiso alguno. No se amolda a nada, ni se doblega a los deseos y estados de ser del público que se acerca. Por esto el primer encuentro debe forzosamente provocar un terrible caos. Un caos cuya amplitud es tanto más profunda, cuanto más dinámico es el primer encuentro.
            La luz del Reino toca y despierta a algunos buscadores de la luz en este sombrío mundo y el resultado es, al principio, perfectamente semejante a la descripción de la situación que se nos muestra en Las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz: «Quiera Dios que yo pueda ser capaz de describir el gran tumulto que reinaba allí abajo; cada uno intentaba asirse a la cuerda y así se lo impedían unos a otros».
            No obstante, tras este primer contacto los interesados no son del todo iguales a como eran antes. Ellos fueron alcanzados por la radiación de la luz, y la señal que esto imprime ya no puede ser borrada de su sangre. Tales hombres, al principio, posiblemente se forzarán a un regreso a la vieja vida, pero en lo más profundo de su ser su hambre es mucho más grande que antes. En este primer encuentro eran aún totalmente de la vida inferior, cuya fuerza de gravedad es aún muy fuerte; todavía eran incapaces de resistir a los impulsos dinámicos del yo. Sin embargo, ya no podrán deshacerse del toque realizado por el trabajador y la herida que la radiación ha causado en su ser inferior es incurable.


                                                                          V

En la obra de Júpiter hay tres fases: primero, la fase caótica o del comienzo; segundo, el período del cambio fundamental; y tercero, el desarrollo del primer Círculo Séptuple. La misión del enviado de la Jerarquía es conducir, a las almas buscadoras introducidas en su campo de fuerza, por la primera fase a la segunda y, por su ejemplo personal y la constante predicación de la Enseñanza Universal, hacer que el rebaño a él confiado reúna suficiente fuerza para realizar el trabajo de autofrancmasonería necesario para penetrar en el primer Círculo Séptuple.
            En cuanto se esbozan los primeros éxitos en el campo de fuerza del alumno‑enviado y los primeros hijos perdidos encuentran de nuevo la patria y pueden establecer con ella un lazo consciente, se desarrollan nuevas posibilidades para el alumno‑enviado. Los procesos de la Iniciación de Saturno, la séptima iniciación del primer Círculo Séptuple, empiezan a manifestarse.
            En la ciencia oculta, Júpiter es llamado el dios del fuego, el dominador de los cuatro elementos. Es representado igualmente por un cisne, que alza el vuelo o que nada ante una multitud. El cisne es un símbolo muy conocido del Espíritu Santo. Vemos igualmente aparecer a Júpiter bajo la forma de un fuego devorador, que consume la materia inferior. Y en el cristianismo esotérico y gnóstico es Miguel, el ángel que se encuentra ante Dios, es el dirigente de las legiones celestes. Y, finalmente, Júpiter también es designado como símbolo de la omnipotencia. Todo ello es muy claro para quien ha estudiado estas cosas. El nuevo Júpiter que, como sumo sacerdote, sale del santo de los santos, está dotado de gran fuerza. Es, en el verdadero sentido de la palabra, un mago. El verdadero hombre‑Júpiter viene con sabiduría, fuerza y voluntad espiritual, nacidas de Dios. El nuevo Júpiter está formado por los elementos de esta trinidad:
            ‑ la sabiduría del nuevo Mercurio, o ver a Dios;
            ‑ la fuerza de la nueva Venus, o encontrar a Dios;
            ‑ la voluntad espiritual del nuevo Marte, o dinamizar en sí mismo la voluntad de Dios.
            El nuevo Júpiter irradia en su plenitud la voluntad de Dios en la sombría noche del campo de vida terrestre. Júpiter es, pues, la síntesis alquímica de Mercurio, Venus y Marte, el gran Hijo de los Dioses de la mitología.
            La magia de Júpiter es también la causa de los fenómenos caóticos en la primera fase del trabajo de Júpiter. Sin embargo, este caos no es comparable a la decadencia terrestre corriente, que sigue al subir y al brillar de la que sólo queda la corrupción; este caos ha aportado constantemente una fuerza nueva, una fuerza que no es de este mundo, a la sangre de todos aquellos que están reunidos en el campo de trabajo. Nadie podrá escapar a esta magia de Júpiter y llegará el día en que la semilla sembrada, triunfante, crecerá y dará ricos frutos.
            El nuevo Júpiter es el mago, el Caín militante, el poseedor. El va al país enemigo provisto de la fuerza celeste; es un Miguel, un representante de la Jerarquía crística, un discípulo que un día conseguirá grandes victorias. Jesús dijo a sus discípulos que estaban activos junto a El en su obra salvadora: «En verdad os digo, cosas mayores que éstas realizaréis vosotros.»


                                                                         VI

Una apremiante advertencia es dirigida todavía a todos los que quieren emprender la tarea de Júpiter. Un peligro les acecha, el mismo peligro que hemos señalado en los capítulos precedentes. El nuevo Júpiter actúa en nombre del hombre celeste. El es el nuevo sumo sacerdote que comienza su obra desde el interior. Pero en el interior de su sistema vital todavía está presente el resto del viejo Adán, que se hace sentir de una manera muy dolorosa. En principio, la vieja naturaleza ha muerto, pero estructuralmente existe todavía la vieja herencia, que debe ser liquidada progresivamente.
            Encontramos esta advertencia en la carta a Tiatira, que significa "el indomable", un nombre muy adecuado y certero para el hombre jupiteriano. «Conozco tus obras [...] Pero tengo contra ti que toleras la mujer Jezabel.»
            Como dijimos, Jezabel es la no casada. De ella procede un hijo que no ha nacido de la progresiva actuación del hombre nuevo, sino engendrado por el viejo Adán, que se fuerza por ser un Adán nuevo. Tal hombre se sugestiona con ser un llamado y vive en la ilusión. Es un sacerdote que no ha sido llamado a su función. El no ha sido bendecido por la Jerarquía, sobre la base del cambio fundamental y después de las precedentes iniciaciones del Círculo Séptuple. Tal hombre demuestra el típico y negativo Júpiter terrestre: arbitrario, experimental, ignorante, especulativo. Es apariencia sin esencia; jovial sin amor; real sin posesión; trabajador sin auténtico interés; terriblemente orgulloso, sin nada por lo que estarlo.
            Todas estas cosas deben morir, y Dios y sus servidores deben examinar «corazones y riñones». En el corazón debe ser perceptible si Dios mismo habita en él. Y puesto que las suprarrenales son los órganos de la concentración de energía, con ello se dice que hay que examinar si la energía procede del hombre nuevo, que realiza su vocación al servicio de la luz.
            Si el alumno tiene éxito, también respecto a esta tarea, neutralizando completamente la influencia del viejo Adán, entonces se eleva la resplandeciente estrella de la mañana, la última iniciación del primer Círculo Séptuple.









                                                                        VIII

                                 La Iniciación de Saturno del primer Círculo Séptuple


                                                                           I

«Escribe también al ángel de la comunidad de Sardes: "He aquí lo que dice aquél que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas:
            Conozco tus obras; se dice que vives, pero estás muerto. Sé vigilante y asegura el resto que está a punto de morir; pues no he encontrado tus obras perfectas ante Dios. Recuerda, pues, cómo has recibido y has escuchado, y guárdalo y conviértete. Si no estás alerta, vendré como ladrón y sin que sepas a qué hora acudiré a ti.
            Pero tienes en Sardes unas pocas personas que no han manchado sus vestiduras, y andarán conmigo vestidos de blanco, pues son dignos.
            El que venza, será así vestido con vestiduras blancas. No borraré jamás su nombre del libro de la vida, y proclamaré su nombre ante mi Padre y ante sus ángeles."
            El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las comunidades.»


                                                                          II

De esta forma, el alumno continúa cumpliendo su grandiosa misión jupiteriana. Lo que ha recibido de quíntuple manera por el toque y la revivificación del hombre celeste, debe propagarlo y, a ser posible, fijarlo en el alma de los hombres, con el fin de llegar a ser, como todos los grandes, un "pescador de hombres". Todo lo que ha recibido debe demostrarse en la práctica de la ofrenda, y cuando pasa a esa práctica, se une voluntariamente a la naturaleza terrestre y ya no puede, ni debe, ni quiere volver atrás. Pues, así como el divino Creador de todas las cosas permanece unido a su creación y a su criatura y «no puede dejar que la obra de sus manos perezca», de igual modo el alumno se une voluntariamente y lleno de alegría a su tarea. Y este descenso en la materia, este sufrimiento y esta muerte es su ascensión. Desde ese momento le envuelve una seriedad elevada y santa, pues sabe y siente hasta en lo más profundo de su ser que, a pesar del carácter ínfimo y pobre de su persona, se ha vuelto un factor en los acontecimientos universales. Ha sido elegido para ser un eslabón imprescindible en el gran proceso de salvación puesto en marcha para la humanidad.
            «Dios no deja que la obra de sus manos perezca.» ¿Por qué? Porque el Logos evoluciona y se demuestra por medio de su creación y su criatura. Cuando los libros sagrados dicen: «Dios es luz» y, por consiguiente, Dios se manifiesta por la luz, es evidente que todo lo que enturbia la luz y la oscurece debe ser transmutado. Es necesario proseguir el trabajo hasta que todo se transforme de nuevo en luz. Y por esto puede decir la Biblia: «Dios nos acompaña en su Hijo hasta el final de los tiempos.»
            La criatura, el Hijo de Dios, debe mostrar la grandeza de Dios y volver inmaculada la luz oscurecida. Y así como el gran Hierofante de la jerarquía humana liberada, con todos sus servidores, «hasta ahora está gimiendo con dolores de parto», por el cumplimiento de la gran obra de salvación, del mismo modo el alumno, cual ínfimo eslabón en el trabajo de salvación de la humanidad, estará inflamado por la certeza de que el coronamiento del plan divino también depende de él.
            El alumno no tiene solamente en sus manos su propio destino, ni ejerce solamente una influencia sobre el destino de los hombres que entran en su campo de fuerza, sino que también es corresponsable, en concordancia con su estado de ser, de toda la actividad de la Jerarquía de Cristo. El alumno de Júpiter establece un lazo, en Cristo, con todos los que entran en su campo de fuerza y toman la decisión de realizar en sí mismos el gran proceso de salvación. El les acompaña hasta el cumplimiento de su tarea.
            Quien tome conocimiento de todo esto, sentirá profundamente la pesada carga que el alumno de Júpiter acepta, voluntariamente, sobre sus hombros. Sin embargo, él puede llevar esta carga, aunque a veces sea con inexpresables suspiros, porque se sabe fuerte y ennoblecido para esa tarea, debido a las cinco iniciaciones precedentes del primer Círculo Séptuple. Por ello, se advierte aquí a todo especulador sobre el pecado de Isabel, el adulterio espiritual, sobre el Júpiter negativo, que no es de Dios, sino que "juega" a ser Dios.


                                                                         III

Cuando los progresos, en esta grandiosa misión, empiezan a sobrepasar un mínimo determinado, mostrando resultados positivos, la iniciación de Saturno se abre al alumno.
            Por la manifestación, en la sexta iniciación, de lo que el alumno ha obtenido en las cinco primeras iniciaciones, se llega ahora a la coronación del primer Círculo Séptuple por la progresiva puesta en movimiento de un cambio total del conjunto de la entidad corporal. En este proceso, todo lo dialéctico es disuelto con precisión científica, y es establecido el núcleo de un nuevo cuerpo material inmortal, sobre este núcleo se puede proseguir la construcción. A medida que el alumno vence las dificultades inherentes a la tarea de Júpiter y que los conflictos entre la naturaleza y el espíritu contribuyen a la purificación y espiritualización, la puerta de Saturno se abre ante él.
            Es de suma importancia que cada alumno de los misterios comprenda esta ley. La iniciación y la espiritualización no se llevan a cabo en nuestra casa o en nuestra oficina. No se puede constatar el menor crecimiento espiritual, considerado desde un punto de vista superior, cuando el alumno no quiere aceptar sin reservas y voluntariamente el sufrimiento, el esfuerzo y el sacrificio inherentes a la tarea jupiteriana, con un perfecto amor al prójimo, en total olvido de sí mismo y sin temor alguno. El alumno que elude esta ley, comete un adulterio espiritual. Tal vez entre como un invitado no deseado en la Escuela Espiritual, pero será un hacedor de lapis spitalauficus, un especulador espiritual, y lo mejor que le puede ocurrir en estas circunstancias, es ser devuelto, con las manos vacías, con un «sorbo de olvido».


                                                                         IV

El milagro de la Iniciación de Saturno es extraordinariamente amplio, y queremos hacernos de él una idea más o menos vasta, con el fin de que estas perspectivas nos alienten y nos refuercen, a cada uno de nosotros, en nuestra futura misión.
            Todos los estudiantes de esoterismo saben que Saturno es el dominador del cuerpo material, especialmente de sus partes duras, como por ejemplo el esqueleto. La actividad de las fuerzas del antiguo Saturno en el cuerpo material es responsable de todos los procesos de cristalización. Los astrólogos de todos los tiempos nos han descrito siempre a Saturno como la fuerza de los impedimentos, la decrepitud y la decadencia. Sin embargo, el nuevo Saturno forma un cuerpo material completamente nuevo, que no conoce la cristalización ni sus consecuencias. Manifiesta un proceso metabólico armonioso, en el que la muerte natural de las células del cuerpo es compensada por la renovación de las células y de los grupos de células materiales.
            Las células y grupos de células del conjunto de la estructura material, reciben propiedades nuevas con el nuevo Saturno. El principio espiritual presente en cada célula, el núcleo de la célula, recibe del nuevo Marte un poder permanente, radiante, luminoso, magnético y nutritivo. Gracias a esta actividad, el antiguo cuerpo es demolido y reemplazado progresivamente por otro. Ese nuevo cuerpo resurgirá en tanto que cuerpo inmortal del hombre resucitado. El alumno debe comprender por qué el antiguo Saturno no puede cumplir este grandioso trabajo.
            La tarea de Saturno consiste en sintetizar y manifestar en sus formas correctas los valores, fuerzas y resultados de la vida. La tarea de Saturno es expresar, en una unidad, la suma de lo que es cada uno según el espíritu, el alma y el cuerpo. Saturno muestra todo lo creado por el hombre, es el revelador. Por esto es representado como "el hombre con la guadaña", el hierofante de la muerte, pues todos los valores del hombre dialéctico y satánico, todos los resultados de su egocentricidad, todas las furias de su vida inferior, son revelados, en un momento psicológico, a la luz del día. Saturno es el Padre del Tiempo, Cronos, que establece el "hasta aquí y no más lejos".
            Cuando el hombre, después del cambio fundamental y de la manifestación de su ser divino, comienza a vivir y a trabajar en conformidad total con la ley divina original, de forma que todo el ser puede responder a otros valores, fuerzas y resultados, que han sido anclados en el alma y purificados y puestos a prueba por el trabajo de Júpiter, entonces la suma de todo esto debe ser manifestado por Saturno. Este es el nuevo Saturno: nacido de la manifestación del hombre celeste.


                                                                          V

El alumno descubrirá que no se trata de un cultivo de la personalidad, sino de una permuta de la personalidad. Por las dos iniciaciones fundamentales, la triple luz de la conciencia celeste superior es introducida en el sistema del hombre inferior. Seguidamente vemos cómo perece, en principio, el antiguo poder del pensamiento y nace uno nuevo: el poder del pensamiento de la forma celeste, que penetra en el santuario de la cabeza y coloca los cimientos de un nuevo templo. Este trabajo de salvación se opera por la Iniciación de Mercurio.
            Por la cuarta iniciación, la de Venus, y por la quinta, la de Marte, el antiguo cuerpo del deseo, la esfera aural, muere según los principios del hombre antiguo, y el nuevo cuerpo del deseo, la nueva esfera aural, es llamada a la vida, como un firmamento microcósmico. El nuevo ser de los sentimientos (Venus) se manifiesta, y el verdadero sumo sacerdote puede penetrar, a través de las nuevas nubes aurales, en el nuevo templo, con el fin de percibir la voz de Dios en el santo de los santos.
            Ahora, el sumo sacerdote que ha sido inflamado en Dios según la idea (Mercurio), que ha perecido en Jesús el Señor según la esencia del corazón (Venus), y que ha vencido por el Espíritu Santo según la nueva voluntad (Marte), debe salir al exterior a través del atrio del templo, para emprender y cumplir, en la vida profana, su tarea al servicio del mundo y de la humanidad.
            La tarea de Júpiter o sexta iniciación, es la gran premisa para los posteriores desarrollos y realizaciones espirituales del hombre celeste. La nueva idea y el nuevo ser de los sentimientos, regidos por la nueva voluntad, deben irradiar sobre este mundo como una fuerza mágica, como la llamada de la voz de Dios. Así ira modificándose todo el sistema del hombre nacido de la naturaleza. Todos los dones y manifestaciones del hombre celeste son fundidos, como por una fórmula alquímica, en una maravilla. Lo que comenzó en la cima de la estructura corpórea, el poder del pensamiento, va ahora a demostrarse en la creación de una nueva estructura corpórea.
            El primer Círculo Séptuple está cerrado. Saturno, el ministro de la muerte en la naturaleza, se vuelve el heraldo del hombre resucitado imperecedero.


                                                                         VI

Toda muerte, cristalización y decadencia son las consecuencias del antiguo Mercurio, del antiguo Venus y del antiguo Marte y de su total anarquía.
            El antiguo Mercurio actúa en concordancia con las capacidades del cerebro del hombre biológico, el hombre animal. El antiguo Venus ofrece sacrificios a todo tipo de ídolos y el antiguo Marte es la voluntad descontrolada, caótica y desenfrenada que se ha apartado de Dios. Por esta triple degeneración ha surgido la ruina completa del alma y, por lo tanto, de la sangre, lo que ha provocado la ruptura casi definitiva entre el espíritu y la materia.
            El antiguo Marte polarizó en el alma humana el hierro de la voluntad especulativa; la antigua Venus polarizó en el alma humana el cobre del santuario del corazón profanado; el antiguo Mercurio polarizó en el alma humana el mercurio del intelecto biológico; y el antiguo Júpiter, Isabel, polarizó en el alma humana el estaño de la ilusión total. Así aparece, en el ser sanguíneo del hombre, el gluten del que habla Karl von Eckartshausen en su libro "La nube sobre el santuario". El gluten está compuesto de cuatro metales: hierro, cobre, mercurio y estaño. El antiguo Saturno añade aún el plomo gris del abandono de Dios, completando la composición del funesto gluten. La esencia de la muerte es unida de esta manera al alma como una fuerza, una fuerza que reacciona cruel y directamente cuando la voluntad desenfrenada, en su furor, enturbia y desorganiza los procesos ordinarios de la vida.
            Sin embargo, cuando el alumno llega a desarrollar una voluntad estática que se deja conducir por la mano de Dios y que cumple la ley de Dios, por los doce pares de nervios cerebrales son enviadas veinticuatro corrientes nerviosas armoniosas, que controlan todo el sistema, lo que implica que el antiguo fuego de la serpiente reencuentra su antigua gloria y se vuelve el "cetro" sólido, gracias al cual el alumno podrá recorrer el camino de la vida. La renovación de la sangre que resulta de todo ello, hace desaparecer el gluten de la circulación sanguínea, y los metales sanguíneos del hombre inmortal se harán valer nuevamente.
            Es así como las fuerzas espirituales de todas las iniciaciones anteriores guían al alumno hasta el nuevo Saturno, que le abre la puerta de la vida nueva, la puerta del verdadero Reino de Dios, el Reino de los Cielos, el campo de vida original de la humanidad. Únicamente el hombre inmortal, resucitado, penetrará en este grandioso reino de luz.
            A medida que el proceso del nuevo Saturno progresa, las iniciaciones anteriores se elevan a una manifestación cada vez más grandiosa, en una mayor expansión de luz, teniendo en cuenta que la resistencia que el alumno debe vencer disminuye cada vez más debido a su crecimiento en fuerza y poder. El Espíritu Santo Séptuple ha transformado el microcosmos antiguo en uno nuevo, la cadena del primer Círculo Séptuple está cerrada. El hombre ha renacido según la naturaleza del orden divino original.


                                                                        VII

La lengua sagrada de todos los tiempos muestra abundantemente que Saturno puede ser relacionado con el Espíritu Santo. Los antiguos judíos estaban fuertemente unidos a Saturno. El espíritu de Saturno era su estrella conductora. Una de sus misiones consistía en engendrar de su ser sanguíneo un vehículo material apropiado para el Redentor del mundo: Jesucristo.
            "Jehová", el Dios de los judíos, significa, por otra parte, en una combinación determinada, "Saturno", y el "día del Señor" judío era el sábado, día dedicado a Saturno.
            El mayor pecado de los judíos consistió en regresar una y otra vez a la materia densa y, por consiguiente, a la cristalización, el Saturno inferior.
            Cuando el alumno en el primer Círculo Séptuple prosigue su tarea de manera correcta y el hijo de los dioses, el hombre celeste, nace en él, puede ser reconducido a la Tierra Prometida, al Canaán del Orden Divino. Es liberado de la esclavitud de la tinieblas, emprende su peregrinaje a través del desierto del mundo y finalmente le es permitido el echar una mirada, por la puerta de Saturno, en el orden divino de las cosas.


                                                                        VIII

Sin duda, el alumno comprende ahora la seria advertencia de la carta a Sardes. Sardes significa: "lleno de peligros". Ahora bien, para el alumno persiste largo tiempo el gran peligro de considerar la materia aparente, en todos sus aspectos, como si fuese la materia esencial con la que debe ser construido el Reino de Dios.
            Tosco o refinado, el hombre Saturno no liberado es un materialista. Por ello, el alumno debe ser prudente, pues quien dice que vive, no debe ser encontrado muerto. «Sé por ello vigilante y asegura el resto que está a punto de morir. Si no estás alerta, vendré sobre ti como un ladrón», pues los efectos de servir a la materia inferior siempre se manifiestan de repente. "Pero quienes no han manchado sus vehículos, que han sido reconstruidos de nuevo, andarán conmigo vestidos de blanco."

























                                                                         IX

                                               El segundo Círculo Séptuple: Urano


                                                                           I

«Al ángel de la comunidad de Filadelfia escribe: "Esto es lo que dice el Santo y el verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, el que cierra y nadie puede abrir:
            Conozco tus obras. Mira que he dejado ante ti una puerta abierta, que nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has negado mi nombre. Mira: voy a traerte a algunos de la sinagoga de Satanás, que dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten. Los voy a obligar a que vengan y se postren a tus pies, y sepan que te amo. Porque has ejercido la paciencia según mi ejemplo, también yo te guardaré en la hora de la prueba que está por venir sobre todo el mundo para probar a los que habitan sobre la tierra. Vengo enseguida. Mantén lo que tienes, para que nadie te arrebate la corona.
            Al que venza, lo haré columna en el templo de mi Dios, y ya nunca saldrá fuera de él. Sobre él escribiré el nombre de mi Dios y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que desciende de los cielos, y mi nombre nuevo."
            El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las comunidades.»


                                                                          II

El hombre celeste ha conquistado la estructura corporal, comprendida según la naturaleza terrestre. Desde su átomo del pensamiento hasta la célula material, el viejo Adán es atacado y su manifestación es progresivamente demolida. La puerta de Saturno está abierta: la estructura corporal del hombre celeste va a manifestarse en este mundo, aunque no sea de este mundo. El alumno, en conformidad con el primer Círculo Séptuple, sostiene las siete estrellas en la mano derecha. Y ahora, saliendo al exterior por la puerta de Saturno, ve el Séptuple Círculo de Urano brillar para él en Oriente. Esta es la verdadera "estrella de oriente" que el alumno de los Misterios Crísticos podrá ver surgir un día.
            La ciudad de Filadelfia está situada al este de Sardes. De este modo, la posición geográfica subraya la significación profunda del Apocalipsis. Tan pronto como la "estrella de oriente" comienza a brillar para el alumno en el segundo Círculo Séptuple, todo cambia en su existencia. El vive y experimenta el triple Logos Planetario de una manera completamente nueva. Va a Belén, a la casa del pan, con el fin de tomar directamente y sin intermediarios el pan de la vida; penetra en la gruta del nacimiento, en el establo, para honrar y adorar al niño Jesús en un encuentro personal, con el oro del espíritu, el incienso del alma y la mirra de una corporeidad renovada, nacida del amargo cáliz, forjado según la forma del loto.
            El alumno que entra en el Círculo de Urano es uno de los reyes. Por eso, en las Escuelas Espirituales se representa al Iniciado de Urano engalanado con una corona. El iniciado mantiene presente en su memoria la advertencia: «Vengo en seguida. Asegura con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate la corona.»
            Tal alumno es también los "tres reyes", ya que es un hombre triple; representa al triple Logos; es espíritu, alma y cuerpo. De este modo, los tres reyes viajan hacia la estrella que brilla en oriente. El espíritu y el alma son los primeros en llegar, se adelantan a la forma corporal que es más lenta. El tercer rey llega después, le es difícil seguir las huellas; tiene que buscar, encuentra peligros, crea peligros.
            Encontrarse ante la "puerta de Saturno" no significa todavía la liberación completa para la estructura corporal. La nueva estructura ha nacido definitivamente, pero todavía debe liquidar completamente la antigua. Al alumno que ha recorrido el primer Círculo Séptuple le espera un nuevo nacimiento, y cuando puede entrar en el Círculo de Urano, ese nacimiento es un hecho. Es el nacimiento del nuevo ser‑alma celeste, que también posee siete aspectos. Este nuevo ser‑alma es personificado por el niño Jesús, acostado en un pesebre, indefenso y en pañales. El alumno debe emprender ahora un camino también séptuple para la consolidación de lo que acaba de nacer, y para hacer de ello una fuerza invencible. Por esta razón encontramos a la puerta de Saturno "al mago maldito" emboscado, esperando poder asesinar a la criatura recién nacida.
            Sin embargo, si el alumno recorre la senda correcta y sabe distinguir el mal, encuentra el camino. A él se le aplican las palabras: «Esto es lo que dice el Santo que abrió tu puerta. Que abre y nadie puede cerrar, que cierra y nadie puede abrir. Yo abrí ante ti una puerta que nadie puede cerrar, porque tú, aún teniendo poca fuerza, guardaste mi palabra y no negaste mi nombre.»
            Cuando el alumno recorre el camino tal como lo hemos descrito, y es encontrado fiel a él, está seguro y nadie puede arrebatarle la corona.
            En el primer Círculo Séptuple, tuvieron que ser asentados ya los cimientos de la morada divina para el verdadero espíritu. El Sumo Sacerdote tuvo que edificar un templo. Y al candidato en el primer Círculo Séptuple, le fue concedido el privilegio divino de que Dios viniese a su encuentro en ese templo. Pero en el Séptuple Círculo del Alma de Urano, la luz de Dios nace corporalmente en él, haciéndose parte integrante de su ser. El iniciado de Urano puede decir: «Cristo en mí.»
            Existe una antigua leyenda de la profetisa Ammia que vivía en Filadelfia. Ammia significa: pueblo de Dios. Habitar en Filadelfia, pertenecer al Círculo de Urano, quiere decir, literal y corporalmente: "integrarse con un sentido nuevo en el pueblo de Dios". Existen también narraciones sobre gigantes uranianos, titanes en fuerza, que disponían de grandes poderes. En la mitología y en la ciencia oculta, Urano es el padre de los dioses, el principio y el creador de un nuevo camino. Urano es también, tal como lo puede saber cualquier estudiante de esoterismo, un símbolo superior de Cristo. En este sentido, Cristo ya no es el cordero "que borra los pecados del mundo", ni tampoco el pescador de hombres, sino la grande y radiante fuerza de amor universal, la verdadera y auténtica vibración cósmica universal.
            "Dios es Amor", y el Hijo ‑Cristo‑ nos lo ha revelado. Y puesto que ese amor universal va a tomar forma en el alumno después del primer Círculo Séptuple, él entra en el Círculo de Urano coronado como un rey y saluda, como rey, al niño recién nacido. Tal alumno no pierde su tiempo recordando el personaje histórico, en parte envuelto en las brumas de un lejano pasado, ni entra en controversias primitivas sobre "cómo habrá sucedido". El vive el Señor de toda Vida en el presente, en su propio microcosmos, como un séptuple príncipe del alma.
            En el Círculo Séptuple de Urano se eleva un nuevo Cristo Solar, y el Consolador sigue a ese Sol con la manifestación de cinco nuevos estadios de crecimiento. El celeste pentagrama del alma se desarrolla como "eternidad en el tiempo".


                                                                         III

Ahora puede preguntar el lector en qué consiste lo esencial de las iniciaciones de Urano. Consisten en estar lleno y revestido de la luminosa fuerza del amor universal y poseerla enteramente. Cuando decimos: «Dios es amor y quien permanece en ese amor, permanece en Dios», reconocemos que hay una fuerza universal de Dios de la que nacen todos los valores, todos los poderes y todas las estructuras, por la que se mantienen y dan testimonio de la majestad de Dios. El iniciado en quien ha nacido esa luz de amor, entra en la Jerarquía de la Luz y participa en el poder de Cristo y en la magia de Cristo.
            Hasta ese momento, el alumno todavía no había conocido en su camino semejante fuerza, semejante poder de amor, pero ahora va a ser ennoblecido para un estado de ser que no se explica por la naturaleza terrestre. Este es el Círculo de Urano. La unión con el amor que sobrepasa toda comprensión se obtiene por la Iniciación de Venus. Pero poseer una fuente propia interior de ese amor, en armonía con el nuevo pensamiento que ha nacido, es privilegio del Iniciado de Urano.
            En ocasiones, el alumno en el camino, que todavía no se ha ennoblecido para ese Círculo, puede ser asaltado por un profundo anhelo, un anhelo por obtener ese amor. Puede llegar a acusarse a sí mismo y decir: "Estoy sin amor, apenas tengo radiación de amor." En efecto, reconoce cuán limitado es todo amor terrenal. Algunos exoteristas dicen que el amor humanitario, el denominado altruismo, es el amor de Urano. Nada es menos cierto. Se puede decir, a lo sumo, que no pasa de ser un reflejo débil y caricaturesco del mismo.
            En la naturaleza terrestre conocemos tres tipos de hombres que tratan de reaccionar a la fuerza de Urano. Primeramente, quienes se apartan de todas las normas y todas las leyes que mantienen este orden mundial más o menos en equilibrio y, siguiendo las disposiciones de su propio ser, fuerzan nuevos caminos de manera irresponsable. En segundo lugar, el hombre que aplica todas las formas de altruismo terrenal, pero muy vigilante de que su yo no se quede atrás. Y en tercer lugar, existe en este mundo una tentativa de aplicación de amor al prójimo, de una manera mística y elevada, que alberga una gran dosis de abnegación, pero que es puramente experimental y que se desarrolla en una línea horizontal. Ese amor al prójimo se exterioriza en el hombre cuando observa los sufrimientos del mundo, lo que le lleva a esforzarse con piedad y compasión por realizar especulativamente, una variedad de proyectos, utopías e ideas, con la esperanza de eliminar de este mundo los sufrimientos de la humanidad.
            Sin embargo, la fuerza, la esencia y los poderes del amor universal del Círculo Séptuple de Urano, pertenecen a otro orden totalmente diferente. Es la fuerza animadora y renovadora de la creación original, nunca excesiva, nunca experimental, y que no participa de la conciencia biológica del yo, pues tal conciencia ya desapareció en el hombre ennoblecido con la posesión de esa fuerza.
            El Iniciado de Urano trabaja en este mundo al servicio de la Jerarquía de Cristo, pero nunca podrá evidenciarse a la conciencia dialéctica. A un trabajador le aclamarán y a otro le clasificarán como "malhechor", tal como lo experimentó Jesús ante el Sanedrín, o Esteban que fue lapidado.
            El Iniciado de Urano, cuando está al servicio del Maestro, no puede dejar que las consideraciones humanas determinen su conducta, y podemos imaginarnos muy bien a dos hermanos de ese círculo, uno de los cuales escoge al servicio de la obra la carrera militar, mientras que el otro asume por principio una actitud pacifista.
            La corriente de vida humana ha caído en un estado subanimal, y la salvación de esos hijos de Dios perdidos, que se nutren con la comida de los cerdos, exige muchas veces normas y conductas que la conciencia biológica del cerebro no es capaz de sondear.


                                                                         IV

El hombre que ha entrado en el Círculo Séptuple del Alma de Urano se vuelve un habitante de Filadelfia. Este nombre significa: amor fraterno excepcional, excelente.
            Tal iniciado podrá trabajar en el mundo de una manera nueva. No sólo está en posesión del conocimiento de los misterios (Mercurio); no sólo encuentra a Dios en la cámara real del corazón (Venus); no sólo ha apartado su voluntad de la naturaleza y la ha colocado en equilibrio (Marte); no sólo se ha convertido por la ofrenda de su ser en un trabajador al servicio de la luz (Júpiter); y, finalmente, no solamente muestra los elementos de una nueva forma corporal (Saturno), sino que es y se transforma, en sentido absolutamente nuevo, en un animador. El sabrá inflamar su campo de fuerza hasta devenir un fuego devorador, será un mago místico, una formidable octava superior de Venus.
            El iniciado de Urano posee todos los valores místicos creadores de la eternidad que deben ser introducidos en el tiempo, para una resurrección, o para una caída. Las fuerzas animadoras que emanan de Urano no son solamente despertadoras y vivificadoras como las de Venus, sino también transformadoras. Trabajan como un fuego que consume, eléctrico, magnético.
            A los participantes en ese círculo se les dice: «Mira: voy a darte algunos de la sinagoga de Satanás, que dicen ser judíos ‑la palabra "judíos" significa "hijos del León", es decir, auténticos cristianos‑ y no lo son, sino que mienten.» Son los religiosos de las apariencias que, sea como fuere y fuera donde fuere, confunden y obstaculizan a la humanidad. Ante esto se coloca la perspectiva de que: «Yo haré que vengan y se postren a tus pies.» De esta manera, la vida espiritual es colocada en nuestros tiempos en nuevas manos, las de la Fraternidad Mundial nuevamente formada, que asegurará la dirección según el espíritu de una parte de la humanidad, la cosecha de este período. Este es un organismo espiritual nuevo en manos del círculo de Urano. Y puesto que este círculo trabaja en país extranjero, en tierra hostil, resuena la advertencia: «Mantén lo que tienes, para que nadie te quite la corona. Yo te guardaré en la hora de la prueba. Al que venza, lo haré columna en el templo de mi Dios.»
            Estas palabras nos orientan directamente hacia el tercero y último Círculo Séptuple, el de Neptuno.
            Para terminar decimos con énfasis que el amor fraternal por excelencia, propio del habitante de Filadelfia, no se dirige de ninguna manera a una persona particular. El amor de Urano es impersonal y envuelve a toda la humanidad. Es irradiado inteligentemente de acuerdo con un plan, para conducir a la humanidad hacia la renovación o para destruirla cuando ésta se desvía cada vez más de los caminos de Dios.

















                                                                          X

                                                            El misterio del alma


                                                                           I

Es de extraordinaria importancia, para todos los que desean llegar a una idea correcta de los grandiosos desarrollos del Círculo Séptuple de Urano, penetrar en el misterio del alma, tal como lo considera la Orden de la Rosacruz. En primer lugar, el alumno debe comprender claramente cuál es la esencia y la vocación del alma, antes de que pueda saludar al alma del hombre celeste.
            Las indicaciones de los libros sagrados exponen al alumno el triple concepto de espíritu, alma y cuerpo. Pero él debe comprender que esta triple designación sólo puede ser aplicada al hombre tal como debería ser. El estado actual del hombre dialéctico ya no permite que se hable de él como poseedor de un alma inmortal, ni de que tiene una verdadera unión con el espíritu. Pues precisamente para conseguir el restablecimiento del verdadero estado humano, los misterios redentores del cristianismo vivo son revelados a la humanidad. Solamente cuando la trinidad "espíritu, alma y cuerpo" ha sido restablecida de manera elemental, a lo largo del camino del cambio fundamental, puede comenzar a desarrollarse el trabajo del primer Círculo Séptuple. Que el lector atento mantenga esto presente mientras estudia lo que sigue.
            Los citados tres aspectos del hombre fluyen uno en el otro, pero pueden ser distinguidos claramente. Cuando se considera la estructura corporal, como llave del ser humano, se descubre que, en el transcurso de los tiempos, esta estructura siempre fue concebida como una manifestación séptuple. En esta estructura distinguimos el cuerpo material denso que es mantenido por fuerzas etéricas, activadas por el dinamismo de la esfera aural, y dirigidas por el pensamiento, así como por un triple principio de conciencia, un triple foco del ego en la estructura corporal. Este triple foco, el pensamiento, las fuerzas aurales, las fuerzas vitales de los éteres y del cuerpo material, forman juntos la configuración corporal. El espíritu y el alma se distinguen claramente de esa séptuple estructura corporal.
            Además hay un fluido vital, un gran principio de vida que reúne en un todo la séptuple estructura corporal, que controla el pensamiento, mantiene al ser aural dentro de unos límites determinados y también hace que las fuerzas vitales de la naturaleza que vienen al hombre en forma de éteres ‑dentro de cierta escala vibratoria‑ sean asimilables por la estructura corporal, lo que permite cierto grado de salud. Este principio vital es, por consiguiente, la sustancia que controla y mantiene en equilibrio la manifestación del hombre. Le anima y delimita en completa concordancia con las calidades y posibilidades del hombre en cuestión. Este principio de vida, que se hace conocer en todos sus aspectos como "luz", no es una nube de fuerza vibratoria sin más, sino que se demuestra como una luminosa "vida" propia, como un alma inteligente y consciente, como una estructura de alma.
            Todas las sugerencias del espíritu, antes de que se manifiesten en la estructura corporal y pasen a la actividad, son transformadas por esa estructura de alma. Si este fluido de vida, que controla, equilibra y en ocasiones restringe, no estuviese presente, una simple influencia del espíritu destruiría y aniquilaría inmediatamente la forma corporal, debido al estado actual de la existencia humana. Toda protección se vendría abajo y la estructura corporal, se quemaría en muy poco tiempo, debido a los poderosos toques del Espíritu.
            Por lo tanto, ese principio de vida, esa alma, debe ser considerado como una bendición, pero al mismo tiempo también como una punición, ya que el hombre sólo puede reaccionar a la llamada del espíritu, en la medida en que la calidad del principio de vida se lo permite. Cuando, debido a su estado de ser, el hombre no puede reaccionar desde su interior a la llamada del espíritu, se encuentra colocado ante la necesidad de tener que regenerar su ser y recorrer caminos que puedan liberar su alma y eliminar los obstáculos en el camino.
            La estructura anímica, como mediadora entre el espíritu y la estructura corporal, es denominada "alma" en todos los escritos sagrados. Ella "anima" al cuerpo y, a su vez, es inflamada por el espíritu. El alma es la radiante "intérprete" del espíritu invisible.
            Cuando se la considera según su aspecto material, se habla entonces de la sangre. Cuando se ve al alma en relación con las fuerzas etéricas, se habla de fluido nervioso. Cuando se la considera en su actividad con las fuerzas aurales, se habla de radiaciones de luz aurales. Si se la asocia al pensamiento, se habla de materia de pensamiento. Finalmente, cuando el alumno considera el encuentro del alma con los focos del espíritu, se trataría del fuego espiritual espinal.
            Estas diferenciaciones del alma, del gran principio vital que penetra completamente la forma corporal, están englobadas en lo que vulgarmente se conoce como "sangre". Cuando el místico esoterista, que tiene conocimiento de estas cosas, habla de la "sangre", está pensando en el maravilloso principio de vida individual, en el mediador entre el espíritu y la manifestación; sobre este principio de vida Goethe dice las conocidas palabras: «La sangre es un fluido muy especial».
            El alma, mediadora entre el espíritu y la personalidad, ata fuertemente a la mayor parte de los hombres de la naturaleza terrestre. La calidad de alma de la mayor parte de la humanidad actual es un terrible obstáculo para los impulsos espirituales, en lugar de ser su canalizadora. El alumno sólo podrá comprender las indicaciones y consejos de la Fraternidad plasmados en este libro, en la medida en que su calidad de alma se lo permita. La calidad de alma gobierna toda la personalidad. En cuanto un determinado concepto estuviese por encima de la facultad de comprensión de su alma, sería imposible que el alumno pudiera percibir su sentido. La individualización del alma, que tuvo por objeto ser una bendición, se ha transformado en una prisión para el hombre. Por ello los hombres son extraños unos a otros. De esto da testimonio el Evangelio de Juan cuando dice: «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la comprenden».
            Las almas de los hombres están degeneradas, corrompidas y mancilladas. Ellas deben ser salvadas, para que se puedan transformar en perfectas mediadoras del espíritu. La salvación de las almas no tiene nada que ver con un misticismo exaltado, acompañado de fanfarrias y aplausos. Es un poderoso proceso de naturaleza muy penetrante. Ese grandioso trabajo de salvación debe realizarse por medio de una fuerza salvadora y por una colaboración inteligente con esa fuerza. El alumno recibe esa fuerza de salvación de la Fraternidad de Cristo, y la colaboración inteligente surge cuando él ya no desnaturaliza su alma, sino que se esfuerza al máximo para mejorar sus poderes y cualidades de alma.
            El alumno debe ejercer una nueva psicología aplicada no dialéctica. Si tiene éxito según la forma indicada en el proceso del primer Círculo Séptuple, entonces realizará también el alma celeste en el Círculo Séptuple de Urano.


                                                                          II

Vamos a responder a dos preguntas que tal vez han surgido en el lector. La primera podría ser: "¿Es el alma mortal o inmortal?" La segunda podría formularse de la siguiente manera: "Si el renacimiento de la forma corporal depende del renacimiento de la estructura del alma, ¿no debería tener lugar primero el renacimiento del alma y después el de la estructura corporal?"
            El alma, por vocación y origen, es inmortal, de la misma manera que la estructura corporal; pero en la fase actual, para la mayor parte de la humanidad el alma es casi totalmente mortal. Dado que la situación psicológica es diferente para cada hombre, esto sólo permite dar algunas indicaciones generales.
            Para el esoterista, el problema de que el alma sea mortal o inmortal, no debería ser un tema de controversia, puesto que los dos puntos de vista contienen elementos de verdad. Tan pronto como, por medio del alma, el espíritu conduce a la estructura corporal a una acción determinada, el resultado de esa acción se comunica a su vez al alma. Toda acción incorrecta perjudica por lo tanto al alma, o sea, daña su calidad y limita su actividad. Cuando, por un acto incorrecto, es decir, contrario a su naturaleza original, el alma sufre daños, cuando según el lenguaje popular el alma "peca", o sea, cuando es penetrada por reflejos pecadores, este daño del alma debe ser neutralizado. La fuerza mancillada del alma debe ser expulsada: «El alma que peca debe morir».
            Esta muerte del alma puede producirse de dos maneras: en sentido particular y muy individual durante la vida y, en sentido general, por la muerte. Durante la vida, por actividades correctas, conscientes, llenas de amor y purificadas de la estructura corporal, se puede expulsar, purificar y renovar las fuerzas y la sustancia del alma nocivas y mortales. Cuando se produce la muerte, una parte del alma pecadora se disuelve al mismo tiempo que el cuerpo; la otra parte continúa cumpliendo cierta función en esta esfera terrestre.
            La muerte del alma durante la vida consiste en una lucha diaria, en un combate continuo, en una penitencia cotidiana. El alumno comprende que esta muerte del alma durante la vida tiene una importancia extraordinaria y representa un enorme beneficio. Así se muestra que el toque del hombre celeste, descrito en el cambio fundamental, implica un proceso de renacimiento, tanto para el alma como para la estructura corporal. Por el cambio fundamental, el alma se vuelve la mediadora para un impulso liberador que será transmitido a la estructura corporal. El acto liberador resultante purifica el alma y la capacita para ser animada a su vez por el alma superior de la forma celeste del Círculo Séptuple de Urano.
            Si el candidato al misterio crístico de la santa Rosacruz consigue llegar, durante su vida, a la muerte del alma y a la obtención de un alma nueva, además del grande y maravilloso beneficio personal adquirido, ha creado una grandiosa y nueva posibilidad de ofrenda al servicio de toda la humanidad. El nuevo ser sanguíneo puede ser empleado, tal como fue descrito, para irradiar la luz reveladora del amor divino en este mundo de tinieblas, como rescate para muchos.















                                                                         XI

                                               El tercer Círculo Séptuple: Neptuno


                                                                           I

«Y al ángel de la comunidad de Laodicea escribe: "Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios: Conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
            Por eso, porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, estoy por vomitarte de mi boca. Porque dices: Soy rico, y me he enriquecido y de nada tengo necesidad, sin saber que eres desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que compres de mí oro acrisolado por el fuego, para enriquecerte, y vestiduras blancas, para vestirte y que no quede descubierta la vergüenza de tu desnudez; y colirio, para ungir tus ojos para que vean.
            Yo, a cuantos amo, reprendo y castigo. ¡Animo, pues, y conviértete! Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.
            Al que venza le haré sentar conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono."
            El que tenga oídos, oiga lo que el espíritu dice a las comunidades.»


                                                                          II

El Círculo Séptuple de Urano, tal como se expuso, guarda relación con el nacimiento y el desarrollo de la estructura celeste del alma, cuya característica fundamental es un radiante amor universal que todavía no podía manifestarse en el primer Círculo Séptuple.
            El amor universal del Círculo Séptuple de Urano no es una propiedad, sino el principio de toda la estructura del alma. Es el ser del alma que impulsa y guía todo lo demás y que se manifiesta como luz. Este principio de la palabra de Dios en la estructura del alma del Iniciado de Urano, se vuelve una estrella radiante, la luminosa estrella de oriente que precede al alumno, inflama su alma y provoca un fuego intenso que llena toda su estructura corporal. En dicho estado, se desarrolla una nueva fuerza mágica: la magia del alma.
            La característica de la magia de la estructura física es la realización de la idea; la esencia de la magia de la estructura del alma es la unión de amor con la idea; y el aspecto más elevado de la magia de la estructura espiritual es el alumbramiento de la idea. Se puede decir que la magia del alma es la argamasa con la que hay que construir. El alumno debe ser profundamente consciente de la necesidad absoluta de realizar una completa regeneración del alma. Por ello es conveniente comprender claramente los cinco desarrollos del Círculo Séptuple de Urano:
            la Iniciación de Mercurio del Círculo Séptuple de Urano hace que el candidato "comprenda" la Enseñanza Universal de Dios como una vibración de amor;
            la Iniciación de Venus le hace "experimentar" la Enseñanza Universal de Dios como una vibración de amor;
            la Iniciación de Marte hace que el candidato "coloque en la vida" la Enseñanza Universal de Dios como una radiación de voluntad y amor;
            la Iniciación de Júpiter le hace "exteriorizar" la Enseñanza Universal de Dios como fuerza de amor;
            la Iniciación de Saturno le hace "incorporar" el Plan de Dios, la Enseñanza Universal, como prâna de amor en cada célula del alma y de la materia.
            Este gran edificio, sostenido por esta quíntuple unión de amor universal, es indestructible y puede desafiar a cualquier tempestad de la naturaleza terrestre, demostrándose como eternidad que, al servicio de la luz, irrumpe en el tiempo.
            De esta forma hemos conducido al lector a través del primer Círculo Séptuple de la estructura corporal renacida, y a través del segundo Círculo Séptuple, el de la estructura del alma.
            Mientras el alumno trabaja en estos dos desarrollos, pronto descubre "un nuevo planeta": Neptuno, el dios con el tridente, el dios que posee, gobierna y exterioriza plenamente los tres poderes, los tres aspectos purificados y sublimados del hombre.


                                                                         III

El brillo del Círculo Séptuple de Neptuno es una gracia infinita y una riqueza que deja sin habla; por eso, cuando los primeros resplandores de la luz de ese nuevo Círculo Séptuple penetran en el ser del candidato, para él se abre, al mismo tiempo, un peligro terrible, un peligro que podría ser un impedimento para progresos posteriores. Es necesaria una exposición pormenorizada para que se pueda comprender la naturaleza de ese peligro.
            El Círculo Séptuple de Neptuno tiene relación con la manifestación de la estructura espiritual. Es la aparición del poder creador universal, el fiat creador, la propia divinidad interior.
            Decimos que la magia de la estructura espiritual se da a conocer como "el alumbramiento de la idea". En este Círculo se permite al alumno, el regreso al orden divino como "hijo del Padre", con todas las consecuencias inherentes. El candidato a los misterios ya no camina "de la mano de Dios", como en el primer Círculo Séptuple, ya no vive del poder esclarecedor de la luz de Dios, como en el segundo Círculo Séptuple, sino que él mismo da a luz la idea divina, pues en el Círculo Séptuple de Neptuno él está en Dios. Las palabras: «Tú estás llamado a la libertad», son más válidas que nunca para el Iniciado de Neptuno.
            Usted comprenderá que se trata de un poder divino insondable, que puede escapar muy fácilmente a todo control y a toda ley. Pero el joven hermano, que recorrió el camino del renacimiento de abajo hacia arriba, jamás podrá ser víctima de ese peligro, ya que en el pasado aprendió que el mal uso de la libertad divina conduce de manera natural a una caída más profunda. Ha experimentado plenamente todas las consecuencias de semejante caída. Por ello, el peligro que acecha ahora al candidato es muy diferente, es el peligro al que se alude en la carta a Laodicea.
            La estructura espiritual es la primera emanación manifestada del microcosmos. Como primera y más elevada portadora de imagen de la sublime chispa divina trascendente, es la más directamente tocada por esta chispa divina. La triple estructura del hombre se manifiesta en y por su creación; la propia chispa divina está al exterior de esa creación.
            En el Círculo Séptuple de Neptuno, el joven hermano vivifica la estructura espiritual, por lo que está en unión consciente y directa con su chispa divina, su principio supremo otorgado por Dios. Por esta unión, de vez en cuando es elevado por encima de su campo de creación y de vida, y colocado en lo completamente abstracto, en un ‑según la comprensión terrestre‑ perfecto no ser. En concordancia con ello, la filosofía esotérica dice también que Neptuno en realidad no pertenece a nuestro sistema solar, sino que es una puerta "de salida al exterior" divina, de separación del cosmos solar.
            Por esta razón, el nuevo iniciado que experimenta por primera vez esa perfecta libertad del no‑ser, tiene la tendencia a perderse en ello, a narcotizarse con ello. Se sumerge en esa riqueza ilimitada... pero su sueño dorado le aleja de su tarea, de su cosmos, de su trabajo creador. La esfera de influencia neptuniana ocasiona también a veces, en los hombres de la naturaleza, un deslizamiento hacia el ensoñamiento en lo abstracto, un incorrecto "estar libre de todo".
            La idea debe descender como un rayo en la estructura del alma, e inflamarla para, de esta forma, conducir la estructura corporal a una construcción, a una francmasonería. En esta construcción directa, sostenida por el universo, el candidato debe estar desprendido del mundo inferior.
            El incorrecto "estar libre de todo" es negar la edificación, apartarse del mundo y aislarse, ensoñarse en la idea y en la vida de su propio mundo de ideas. Este comprensible y natural peligro se desarrolla cuando el iniciado de Urano entra en contacto con el Círculo Séptuple de Neptuno; la correspondiente advertencia de la carta a Laodicea no deja nada que desear en cuanto a claridad.
            Por ello, el joven iniciado de Neptuno tiene que llevar adelante su combate y, al respecto, nunca debe olvidar que Dios se revela siempre por su creación y su criatura, y así evoluciona. Dios sólo es Dios y manifiesta su divinidad cuando anima la idea y la realiza, venciendo la resistencia que surge en ello.


                                                                         IV

Posiblemente es importante destacar que el hombre que aún está completamente prisionero de la naturaleza terrestre, que todavía no recorre el camino de la regeneración en sentido esotérico y que, a lo sumo, intenta dar salida, de manera humanitarista, a cierto anhelo de liberación, periódicamente es inquietado por las esferas anímica y espiritual de Urano y de Neptuno.
            Estos hombres intentan reaccionar a ello. Unos quieren expresar de manera claramente terrestre la fuerza universal del amor, que no puede ser de este mundo; otros tienen la tendencia a encerrarse en la idea, que tampoco puede tomar forma en la naturaleza terrestre. Además, la idea no dispone de un espejo limpio para poder reflejarse sin alteraciones, lo que da origen a reacciones erróneas. Esas reacciones son, por su parte, responsables del ensombrecimiento negativo, de la mediumnidad y de la locura.
            El iniciado de Urano que se ha ennoblecido a la esfera de Neptuno, lógicamente no puede ser víctima de este negativismo. La mediumnidad y la locura no pueden alcanzarle. Cuando se pierde en el no‑ser, entonces se desarrolla lo que la carta a Laodicea llama "frío y tibio".
            Cuando en el Círculo Séptuple de Neptuno, la estructura espiritual ha sido inflamada por el espíritu que procede de Dios, se manifiesta un fuego dinámico, un alumbramiento de la idea. Este alumbramiento tiene un poder radiante que se manifiesta como un gran calor. Este calor se revela en la estructura del alma como luz del alma y en la estructura del cuerpo como actos ardientes. En la terminología de la Rosacruz se puede decir: según la idea abstracta, la rosa del corazón es incolora, resplandeciente, pura, blanca; según la idea realizadora, la rosa es roja‑naranja, como los actos ardientes que deben salvar a este mundo.
            "Laodicea" alude al desvelamiento de todo lo escondido, a la posesión de todo lo escondido. También puede ser traducido como: "haber llegado a juzgarse a sí mismo" o "penetrar en el conocimiento del verdadero ser". En esta carta del Apocalipsis habla al alumno "el principio de la creación de Dios", nombre místico que designa al Hierofante de Neptuno.
            «Conozco tus obras: sé que no eres ni frío ni caliente. Por eso, porque eres tibio ‑porque se pierde en la idea abstracta‑ estoy por vomitarte de mi boca. Porque dices: Soy rico, y me he enriquecido y de nada tengo necesidad, ‑naturalmente que es rico por su sublime unión con la chispa divina‑ pero eres desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo,» ‑porque niega su elevada vocación, la meta de su creación: el hombre ha surgido para ser Dios, para ser como Dios, y ahora descansa antes de comenzar. «Te aconsejo que compres de mí oro acrisolado por el fuego, para enriquecerte,» ‑el oro del espíritu sólo es metal noble cuando se forja en el fuego luminoso del alma, con el martillo del acto.
            El Hierofante del Círculo Séptuple de Neptuno está ante la puerta y llama. Que el alumno iniciado oiga esa voz y abra la puerta. El Hierofante del misterio más elevado entrará en su casa y cenará con él. El Padre ha dado la bienvenida a su hijo perdido y le devuelve todos sus derechos.
            El misterio de iniciación crístico de la Santa Rosacruz para la nueva era se ha vuelto un hecho. El iniciado de Neptuno sube al trono. El es Hermano de la Rosa Blanca y por una ofrenda de amor de ámbito mundial la colorea de rojo‑naranja.
            El que tenga oídos, oiga lo que el espíritu dice a las comunidades.



                                                                          V

Así, el joven Hermano de la Rosacruz sostiene las siete estrellas de los tres Círculos Séptuples en la mano derecha. La triple estructura celeste ha sido despertada y ha resucitado. En el primer Círculo Séptuple, el alumno es salvado según la naturaleza. En el segundo Círculo Séptuple, la idea luminosa se vuelve para él una posesión. En el tercer Círculo Séptuple regresa al Orden de Dios, a la Casa del Padre.
            En tres veces cinco desarrollos, dirigido por la Jerarquía de Cristo y el Espíritu Santo Séptuple, la gran construcción es coronada. El camino de auto‑francmasonería es culminado a través de veintiuna iniciaciones "en el interior del círculo de doce". Así va a festejar la santa cena el Hermano del trigésimo tercer grado.




















                                                                        XII

                                          Los aspectos esotéricos del hombre nuevo

                                             Algunas consecuencias importantes (I)


Coincidiendo con el final del dominio del fascismo mundial y ante el inicio de un nuevo y prolongado caos de aspectos angustiosos, la Escuela Espiritual de los Hierofantes del Cristo, conocida como la Fraternidad de la Rosacruz, intensificó su actividad en todo el mundo, con el fin de situar a aquella parte de la humanidad que en los campos esotéricos parece estar madura para la cosecha, ante el misterio de iniciación crístico de la santa Rosacruz para la nueva era.
            En las páginas precedentes fue presentado, a todos los que tienen "oídos para oír y ojos para ver", un esbozo de este misterio de iniciación, en un lenguaje suficientemente claro para quienes están ennoblecidos y pueden ser conducidos hacia el camino correcto. En los años venideros, ese misterio de iniciación será anunciado de palabra y por escrito, a todos los que se esfuerzan por encontrar la luz.
            Ahora bien, existe el peligro de que quienes tienen un parentesco espiritual con nosotros y aceptan de buena voluntad y con alegría los principales aspectos del nuevo misterio de iniciación presentado, continúen tanteando mientras tanto en las tinieblas las numerosas y muy incisivas consecuencias de todo esto.
            El lector conoce ahora los principales aspectos del nuevo camino propuesto: no se trata de división de la personalidad ni de cultivo de la personalidad tal como los practicaron los antiguos, sino de un cambio o permuta de personalidades, de un renacimiento estructural completo, del declive de la existencia humana según la naturaleza y la triple revivificación del hombre celeste. Esta es la importante y sublime misión del hombre que entra en el campo de vida gnóstico.
            Y ahora nos encontramos, en concordancia con este camino, ante una serie de consecuencias. Esto es evidente. Pero, teniendo en cuenta la disposición espiritual y material del hombre biológico, es obvio que los alumnos pasan por alto ciertas consecuencias fundamentales. Por ello, el camino de la verdad debe ser liberado también en este estado preparatorio.
            Cuando Cristián Rosacruz, en la víspera de pascua, es invitado a sus "bodas alquímicas", comprueba que la manera, la naturaleza y el objetivo de esa invitación es absolutamente diferente a lo que él había imaginado. Cuando, más tarde, entra en el templo de iniciación, lo encuentra repleto no solamente de especuladores espirituales, sino también de reyes, es decir, de magos y de formidables sabios. El se siente tan pequeño, tan indigno de aquel lugar, que se avergüenza.
            Pero tras experimentar, como uno de los muy pocos, por no decir el único, la unión de las bodas espirituales, y cuando esos "reyes" muy poderosos ya han desaparecido, Cristián Rosacruz escribe la célebre frase: «La suma de todo saber es que no sabemos nada».
            Del conjunto de las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz, se puede deducir cuán peligroso es mantenerse en cierto punto de vista y ser conservador. El alumno debe estar completamente convencido de que en cualquier momento puede ponerse de manifiesto que, respecto a algún punto, se ha equivocado en su camino y que, habiendo ya avanzado por ese camino, tiene el deber de retroceder y encontrar la dirección verdadera. Debe comprender que en todo momento un nuevo saber puede interferir sus antiguas convicciones. Toda auto‑confianza es un peligro, un obstáculo en el camino.
            El hombre es sorprendentemente conservador. Lo que en algún momento el hombre alcanza espiritualmente, lo quiere conservar, y esto muchas veces es un completo error. El hombre que busca tiene, evidentemente, una posesión interior. El la ha conquistado, probablemente, tras largos años de angustiosas luchas; tal vez ha nacido de las noches de los tiempos. Cada paso al frente fue un sufrimiento. No hay que hacer ninguna objeción sobre la inmensa importancia de ese desarrollo. Las bellezas de todo cuanto el buscador cultiva y conserva son indiscutibles. Y sin embargo, todo esto puede ser un impedimento, puede oscurecer su visión, puede hacerle rechazar la luz cuando ésta aparece. ¿Quién tiene el valor, como Cristián Rosacruz, de seguir a la Virgo Lucífera, oponiéndose diametralmente a sus propias concepciones y a todo lo que esperaba? Quien, al respecto, se imagina de antemano ser un rey o una autoridad, está perdido. Quien, seguro de sí mismo, rechaza las consecuencias del nuevo camino, no puede recorrer este camino.
            El problema está claramente representado. No se discute la nobleza espiritual de quienes estudian este libro, no nos burlamos de su estado de ser. Se trata aquí de un problema bastante claro. Este problema, de que «los caminos de Dios son diferentes a los nuestros» ‑ palabras de Isaías (55)‑ no significa que el camino de la luz sea distinto al camino de las tinieblas, pues esto es lógico. Tales palabras indican que la preparación para el camino de la luz, que cada alumno explora interiormente desde abajo hacia arriba, no está naturalmente en concordancia con los caminos y con las exigencias del hombre divino original.
            Cristián Rosacruz se había preparado durante muchos años, científica y estructuralmente, para recorrer los caminos del Señor. Sin duda, fue un elocuente ejemplo para todos sus alumnos y para los alumnos de sus alumnos. Nadie osaría pretender que tal preparación haya sido superflua, todo lo contrario. Pero el camino de Dios para el que en cierto momento fue escogido Cristián Rosacruz, provocó en él una gran sorpresa, incluso desconcierto, puesto que todo lo que le estaba aconteciendo no concordaba en ningún punto con su minuciosa preparación. ¡He aquí el problema! Con este problema comienza el libro de Las Bodas Alquímicas de Cristián Rosacruz y también el Evangelio de Jesucristo. Este es también el problema que el alumno debe afrontar si quiere comprenderlo.
            A partir del momento en que la Rosacruz despierta un interés en la vida de un hombre, éste emprende cierto cultivo de su vida, busca, con mayor o menor éxito, una base elemental, con el fin de hacer posible ese cultivo. El impulso espiritual del pre‑recuerdo le agita y, en unión con la Escuela Espiritual y la vida, desarrolla los poderes esotéricos dormidos en él, según lo que pueda recibir en un momento dado. El escoge también un comportamiento de vida que no esté en contradicción con la finalidad y la naturaleza del camino. Consecuentemente, sus vehículos terminan por demostrar algunos aspectos esotéricos. Sus órganos sensoriales, por ejemplo, se muestran más sensibles, el poder del pensamiento más flexible. En suma, todas las actividades de la vida adquieren una base más amplia y dan testimonio de ello.
            En todos los alumnos serios, reunidos en el atrio de la Rosacruz, se vuelve evidente un cambio de vida y de ser, naturalmente en concordancia con su estado de ser. Esto es un buen presagio y los trabajadores del Círculo de Júpiter tienen constantemente motivos para sentirse muy alegres, al observar semejante transformación en un hermano de espíritu, del mismo modo que se entristecen al no ver en otros mayores posibilidades de desarrollo.
            Todo el desarrollo de la preparación activada por el impulso espiritual del pre‑recuerdo y estimulada por la religión, la filosofía y la ciencia esotérica es, sin embargo, locura ante Dios. Esto quiere decir que la suma del desarrollo en cuestión, su naturaleza, en cierta forma no tiene ningún significado para el hombre celeste divino. Y de hecho, si alguien en un momento psicológico permanece aferrado a la cultura de la ilusión, se cerrará la puerta de su realización.
            Hay, por lo tanto, una noble adquisición interior y una vida interior que, en un momento dado, deben ser abandonadas por completo. Es preciso querer perder esa vida para poder encontrar la vida verdadera. ¡Esta es la locura de la Rosacruz! Y es indispensable descubrir la causa de esa locura.
            Dicha causa reside en el hecho de que la triple idea vital que ponen de manifiesto los hombres según la conciencia, el alma y el cuerpo, ‑aunque esa idea vital esté por encima o por debajo de la línea de desarrollo normal‑ no concuerda en modo alguno con el triple aspecto verdadero del hombre celeste divino.
            En nuestra opinión debe aprender a considerarlo así: Al comienzo de las cosas, el hombre resplandecía glorioso como un perfecto hijo de Dios triple, pero ese hombre divino original ya no puede expresarse ni según el espíritu, ni según el alma, ni según el cuerpo, en el actual campo de vida en que ahora habita la humanidad. En consecuencia, el hombre ya no es ni siquiera una burda caricatura de la realidad. Los hombres son fenónemos vitales que tan sólo poseen algo de su estado humano original. Sería una exageración comparar la relación entre el hombre actual y el original con la relación que existe entre un aparato de radio mal sintonizado y el locutor que está en el estudio. El locutor no es el aparato de radio y el aparato de radio no es el locutor. Se oye simplemente la voz, la voz de un ser humano que llega hasta nosotros por medio de un ingenio electrónico. El hombre que genera aquella voz, no forma parte del aparato. Pero la construcción biológica, el ser humano, ya no está en condiciones de poder transmitir la voz del hijo original de Dios, ¡ni siquiera con señales acústicas! El hijo de Dios encadenado no puede controlar o influir de ningún modo sobre la construcción biológica actual, el ser humano. Se puede decir que el ser humano, al nacer, recibe a lo sumo una débil imagen de su ser celeste. Ciertos hombres traen consigo, como mucho, si así se pudiese decir, una impresión fotográfica de su ser verdadero, una imagen extremadamente tenue. ¡Eso es todo!
            Estas conclusiones y sus inevitables consecuencias, no constituyen ninguna novedad. Platón y Pitágoras enseñaban lo mismo. Pablo, que era un iniciado, sostenía que existe una manifestación humana en la materia corruptible, y al mismo tiempo otra eterna, construida en la sustancia incorruptible. Y el gran iniciado Yago (*) es todavía más explícito con respecto a lo que intentamos hacer comprender al lector. Yago dice que la sabiduría de nuestro ser inferior es terrenal y demoníaca, y que existe otra sabiduría opuesta, la sabiduría celeste: «La sabiduría de los hombres es locura ante Dios.»
            Se está demasiado inclinado a identificar el intelectualismo y sus demenciales resultados con la "sabiduría de los hombres", pero la lengua sagrada mide con la misma medida a toda sabiduría, incluida la sabiduría esotérica según la naturaleza y sus consecuencias. Y no puede ser de otro modo, ya que en la fase actual de existencia humana, el ser superior ya no tiene ninguna unión con el ser inferior, y este ser inferior, a lo sumo, lo único que trae consigo es una impresión fotográfica, una proyección, una débil imagen de ese ser superior. Por esto, toda sabiduría dialéctica, tanto la intelectual como la esotérica, es locura para el hombre divino. La Rosacruz moderna lanza una ofensiva, de manera totalmente consciente, contra los aspectos y resultados esotéricos del hombre terrenal.
            Es erróneo decir que el yo, actualmente unido al ser humano inferior, encontrará en un momento dado a su ser verdadero para fundirse en él. No, el verdadero yo, la verdadera chispa divina se encuentra en el ser verdadero, y es esa verdadera chispa divina del ser celeste la que debe ser liberada del yo del hombre terrenal. Por lo tanto, lo que ocurre es que se invierten las cosas: el hombre terrenal quiere ser liberado, ¡pero él debe perecer! El otro, el hijo celeste de Dios, debe crecer; el hombre terrenal debe menguar.
            Esto se realiza por el auto‑vaciamiento y la auto‑negación, por la auto‑destrucción y la auto‑renuncia del ser humano dialéctico, con la ayuda de la Jerarquía de Cristo que le da la fuerza para ello. Se realiza atacando científicamente todos sus asideros, todos sus caballos de batalla e ideas fijas, toda su ilusión. Se realiza reconociendo la incapacidad de todo supuesto poder superior del hombre terrenal y de todo el potencial mágico concernido, exclusivamente originario de su pasado natural. Se realiza como un emisario, un monje mendicante o un precursor, que allana los caminos para el verdadero hombre divino, que dice, como Juan Bautista: «El debe crecer y yo debo menguar.»
            Este proceso no puede realizarse hasta que el viejo hombre no coloque su cabeza en el tajo. De esta oblación se libera el hombre celeste.
            No soy "yo" quien recibe el hombre celeste ni el hombre celeste me recibe a "mí", sino que por mi desaparición "yo" libero el camino para el hijo de Dios. Esto, naturalmente, representa todo un proceso. A medida que un ser desaparece, el otro debe despertar. Por ello acechan grandes peligros al alumno en el camino. Corre el peligro de tomar los frutos del viejo Adán por los del nuevo Adán y así contentarse con ellos. Pues la vieja naturaleza es astuta y el hombre se aferra de buen grado a todo lo que tanto le gusta conservar.
            Sea prudente, pues podría suceder que aquellos a quien evita como prostitutas y publicanos, le precedan en el camino de la liberación. ¡De qué manera los hombres son esclavos de la ley! ¡Creen saber lo que está permitido y lo que no está permitido! Se pueden enmendar la plana tan bien unos a otros, tienen su conocimiento de primera mano y su visión etérica, su brillante esto y su puro aquello...
            Pero nosotros le decimos: todo esto no es nada, al menos es demasiado poco. No se consigue nada con las medidas espirituales de la dialéctica. El conocimiento, la visión y los poderes humanos, comprendidos según la naturaleza, se quedan cortos, tal como se pone en evidencia en los Evangelios. En los momentos psicológicos, cuando llega el momento, cuando se trata de todo o nada, los discípulos de Jesús no dan la talla. Ellos no comprenden, no ven, no oyen.
            ¿Cree usted que este fenónemo es atribuible al estado más primitivo de los discípulos? Podemos garantizarle que se trataba de entidades muy cultivadas. Pero el Evangelio quiere hacerle comprender que la sabiduría de los hombres y sus consecuencias se quedan cortas ante las exigencias y la realidad del hombre celeste.
            Cuando Juan Bautista ya estaba en prisión y esperaba su ejecución, envía un mensaje a Jesús con la pregunta: «¿Eres tú quien ha de venir, o esperamos a otro?» ¡Comprenda esta pregunta! Ella no expresa duda o irresolución, sino que es hecha para que el alumno comprenda que la suma de toda su cultura espiritual según la naturaleza se queda corta en lo referente al otro.
            Por su estado inferior, los hombres caminan entre enigmas, y nada puede cambiar esta situación, ni con un supuesto desarrollo esotérico. ¿Ocurrirá entonces como enseñan algunos místicos, que ese conjunto de sabiduría, todas las reformas vitales, la suma de todas sus experiencias y aspiraciones hacia la luz, son superfluas?
            De ningún modo, ya que tan pronto como el impulso espiritual del pre‑recuerdo ‑que es la débil proyección del ser celeste en el ser inferior‑ haya sido inflamado y le impulse, nunca más tendrá reposo, ya no podrá resistirse a él ni un segundo. Entonces, sale en busca de sabiduría, fuerza y belleza. En tal caso, el fuego divino se abate sobre él y le hace estremecer, y él intenta responderle. Entonces surge cultura en su vida; los acentos animales en él son desplazados y se imagina ser el vigoroso protagonista que avanza resueltamente hacia el Olimpo.
            Después se detiene y los obstáculos le bloquean y aparece un movimiento circular. El alumno se convierte en un habitante de la frontera, en un habitante de Éfeso. No puede franquear esa línea divisoria, que es como si fuese un muro. Y piensa: "Es un círculo de tiza", y salta, pero es rechazado. El sufrimiento le purifica y fortifica para el sacrificio y le permite ver su limitación estructural. Y puesto que es inflamado en Dios según la naturaleza, depone todo su ser del yo en el sepulcro del tiempo y se aniquila en Jesús el Señor, con el fin de permitir que el hombre verdadero resucite lleno de gloria.
            Lo que recibió de Dios y construyó según la naturaleza, él lo depone en la tumba de la naturaleza, con el fin de que, creciendo en el Espíritu Santo, llegue al cambio de la personalidad.

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NOTA A PIE DE PAGINA

(*) Conocido en español como Santiago (Sant Yago).









































                                                                        XIII

                                                    La soledad del hombre nuevo

                                            Algunas consecuencias importantes (II)


Se hizo evidente en la primera consecuencia, que el misterio de iniciación de la Orden de la Rosacruz, tal como es presentado para usted en esta época, exigirá el sacrificio de la totalidad del hombre según su manifestación dialéctica.
            Ningún estudiante de la lengua sagrada se alarmará ante esta condición, pues le resultará familiar al estar acostumbrado a meditar sobre los misterios cristianos. Y si, además, está orientado esotéricamente, la idea del "auto‑sacrificio" le parecerá completamente normal. ¿Quién, entre los que se esfuerzan por recorrer el camino, no comprendería que lo mejor que vive en él como amor, fuerza y aspiración a la luz, debe ser consagrado y ofrecido al mundo y a la humanidad?
            La teoría, la belleza y el valor de tal comportamiento es algo innato en el hombre que se esfuerza. Para algunos, esta postura se ha vuelto una necesidad vital, no pueden vivir de otro modo. "Servir" es para ellos como su aliento, no podrían vivir fuera de tal atmósfera. La vida voluntariamente dedicada al servicio de la humanidad es pesada, a menudo demasiado pesada e ingrata; casi siempre va acompañada de mucho sufrimiento. Pero quienes se entregan a este trabajo, ¿querrían acaso otra cosa? ¡Ciertamente no! ¿No tiene, en el trasfondo de su ser, conciencia de que ese auto‑sacrificio será recompensado? Verdaderamente la recompensa no ocupa el primer plano, puesto que el amor a los hombres ocupa una posición demasiado central en su ser. Para ellos, la recompensa es algo evidente, tan evidente que de hecho no pierden tiempo pensando en ello.
            «Produce más dicha dar que recibir», dice el Evangelio. Pero, sea como fuere, también ese recibir está asegurado, ¡es una ley! Es el salario que resulta de toda actividad en la vida. La antigua sabiduría, la lengua sagrada, da innumerables pruebas de esto.
            Cuando alguien, poco importa dónde, se ofrece al servicio de los hombres en aras del amor a la humanidad, surge para tal persona un beneficio místico o esotérico, e incluso muchas veces material, completamente en concordancia con su estado de ser.
            Pero, desde hace algún tiempo, hay alumnos serios que pasan por experiencias muy singulares. Tales experiencias no son en absoluto nuevas, sino que se vienen repitiendo durante los dos últimos milenios. Pero este fenómeno es actualmente más frecuente y consideramos que dentro de algún tiempo se podrá hablar de ello como de un hecho común. El referido fenómeno se caracteriza por una carencia de beneficio espiritual, que debería ser la consecuencia natural del sacrificio personal al servicio de los hombres. Mucho de lo que los alumnos, en el transcurso de los años, habían contado con que se convirtiese en ganancia espiritual, les es arrebatado en esa experiencia. Progresivamente, con rigor científico, estos hombres son empujados hasta el fondo del pozo de la soledad: ¡esta es la ganancia! En lugar de una iluminación espiritual, les sobreviene una nueva cadena, un nuevo peso: ¡esta es la ganancia! Estar tan solo, que se carece de palabras para expresarlo.
            Hace unos años, se encontraron dos alumnos en la habitación de un hospital. Uno de ellos estaba gravemente enfermo, padecía cierta enfermedad del corazón, a consecuencia de sus esfuerzos en la senda del servicio. Conversaban acerca de la soledad, a la que estaban sometidos por su unión con la Fraternidad. Estaban considerando cuáles serían las intenciones de la Jerarquía, al conducir al alumno tan profundamente a la soledad, como recompensa de una tarea a cuya realización se había entregado por completo. Una soledad tan grande, que ningún lazo de amor, ni de la naturaleza, ni del espíritu, sería capaz de romper. Un aislamiento tan completo, que incluso la voz de un amigo sonaba como si fuese el chirrido de las ruedas de un carro.
            En aquel momento de sus reflexiones no encontraban ninguna solución. El enfermo del corazón, con ojos que apenas veían, quedó de pronto con la mirada fija y grisácea. Dando un grito, cayó de su lecho y su amigo lo recibió, ya sin vida, en sus brazos. Había muerto con el corazón roto. ¡Recompensa a una vida ofrecida enteramente a Cristo! ¿Cuántos podrían soportar esta carga, aunque la luz recorriese este camino con ellos, a través de la soledad, del sufrimiento y de la muerte? Y, no obstante, ésta es la oblación total del hombre según su manifestación dialéctica.
            Llega un momento, en el desarrollo de las cosas, en que el resultado de la bondad, la verdad y la justicia según la naturaleza ya no pueden ser aceptadas por los Hierofantes. La recompensa resultante del comportamiento del ser dialéctico, es tal vez suficiente y capaz para crear una especie de pequeño paraíso dialéctico al otro lado de esta contra‑naturaleza ‑el reino de los muertos en el más allá‑, pero es desesperadamente insuficiente como base para alcanzar el orden divino de las cosas. Las antiguas escuelas espirituales, que podían ayudar a sus alumnos basándose en esa ganancia espiritual dialéctica, han concluido su trabajo antes de esta nueva era.
            ¿Qué busca entonces el hombre en la Rosacruz? ¿La seguridad en Cristo cuando entre en el más allá, en el valle de la muerte? Si esto es lo que busca, mejor sería que se dirigiese a alguna de las iglesias existentes, donde estaría en su debido lugar.
            ¿O tal vez quiere ser consciente en los planos superiores, en el campo de vida etérico, en el mundo de los deseos o en el mundo mental de este estrato de vida? Si sus intereses se inclinan hacia tales cosas, entonces no está en su sitio en la Rosacruz moderna.
            El alumno de la Rosacruz de la nueva era quiere ser un cristiano, en el significado esencial de esa palabra. Quiere recorrer el camino de regreso al Orden Divino original de las cosas, quiere regresar a ese Reino de Luz perdido, quiere regresar al estado del hombre original.
            Ciertamente, el lector habrá tomado muchas veces conocimiento de este objetivo. ¿Pero sabe también que la Orden de los Maniqueos fue masacrada por Agustín y sus seguidores, debido a las consecuencias de este objetivo? ¿Que la Orden de los Cátaros, por este mismo esfuerzo, fue exterminada entre los años 1208 y 1224 por el Papa Inocencio III y su ejército de 50.000 mercenarios? ¿Sabe además que en Holanda, en el siglo diecisiete, y por los mismos motivos, los Rosacruces fueron perseguidos, exiliados, encarcelados y asesinados, esta vez, para variar, por nuestros antepasados calvinistas?
            ¿Y no sería también muy útil pensar en los acontecimientos de 1940 a 1945? Porque durante esos años, los centros de la Rosacruz en Europa, y sobre todo en Holanda donde su posición era más fuerte, fueron expoliados, y sus trabajadores perseguidos y amenazados de muerte sin excepción por los nacional‑socialistas católico‑romanos...
            Para dormirse en Cristo y ser dirigido a su debido tiempo hacia el pequeño mundo celeste del más allá, no hay necesidad del sacrificio total del hombre según su ser dialéctico. Un poco de moral y de religión son ampliamente suficientes.
            Es muy fácil progresar según los métodos esotéricos del pasado. Un poco de cultura aquí, una pequeña modificación allá, naturalmente también moral y religión, y evidentemente ciencia, ciencia esotérica, y, finalmente, en el momento oportuno, preferentemente bajo la vigilancia de un grupo esotérico, se hace que el candidato evolucione en el más allá mediante cierto número de ejercicios.
            El esoterista, comprendido según el pasado, podía disponer de un gran conocimiento mágico, de un gran potencial mágico para alcanzar cierto grado de iluminación. Sin embargo, para llegar a ello, no era necesaria la oblación íntegra del hombre según su manifestación dialéctica. El evolucionaba, como esoterista del pasado, hasta su presente estado de ser. Eventualmente, se puede acrecentar ese estado de ser con un poco de filosofía Rosacruz, o con cierto barniz crístico. Es posible que todo lo escrito en estas páginas despierte un recuerdo subconsciente, de modo que algunos sientan una afinidad con ello y piensen haber alcanzado "eso", Tao.
            Pero sea usted quien sea, sea lo que sea y sea como sea, ¡la Rosacruz y sus exigencias son muy diferentes!

Hay un aspecto del mundo actual que presenta una gran analogía con el mundo de los antiguos griegos, a quienes Pablo habló en el Areópago. Existe en el mundo una gran religión, con múltiples subdivisiones, que cuenta con millones de sinceros creyentes. Esta religión está muy cultivada, pero siempre carece de un eslabón. Los antiguos griegos tenían la íntima convicción de esa carencia. Por este motivo habían erigido una estatua "al Dios desconocido". Pablo pudo tomar ese eslabón como punto de partida para llevar a cabo su misión.
            Pero los hombres religiosos de nuestros días, y sobre todo los que hacen profesión de esoterismo, demolieron la estatua erigida al Dios desconocido, pues creen poseer el eslabón que falta. Ellos llaman al Dios desconocido, por ejemplo, "Dios manifestado en Jesucristo". Pero ese Dios les es tan desconocido como antaño a los antiguos griegos; su manifestación no es comprendida y Jesucristo es solamente un sonido. El actual estado de este orden mundial corrobora ampliamente todo esto.
            ¿Qué es, entonces, lo que quiere y propone la Rosacruz? La Rosacruz quiere y propone, en el presente, el Logos que todavía es desconocido para la humanidad dialéctica, un Dios por el que decenas de miles de hombres han vertido su sangre; y un proceso por el que han corrido ríos de sangre santa.
            ¿Qué proceso? Un proceso que se resume en la idea: Jesús y la resurrección. Es el proceso mediante el cual el verdadero hombre divino, tal como era originalmente, resucita de la tumba de la naturaleza al tercer día, al final del tercer Círculo Séptuple, como ciudadano de Cristianópolis, como ciudadano del orden divino, por la triple liquidación de todo el ser dialéctico. Es el proceso del que Pablo da testimonio en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 17, que a continuación les citamos según la traducción de la Rosacruz:
            «Por lo tanto somos de linaje divino, pero no debemos suponer que esa divinidad pueda ser justificada por el más noble espíritu, el oro, o por la más pura alma, la plata, o por la corporeidad más perfecta, la piedra, comprendidos según esta naturaleza. Dios, considerando los efectos de esa ignorancia, anuncia ahora a todos los hombres que se conviertan (que inviertan su rumbo), pues en la marcha de las cosas está fijado el momento en que cada uno será juzgado, según su estado de ser, en relación con un prototipo representado en esta naturaleza por un hombre escogido para ello. Y El dará a todos la certidumbre, resucitando a ese hombre de la muerte por la transformación.»
            Se ha especulado durante siglos sobre el sentido real de esa "transformación". Se la ha querido considerar como si fuese un visado para la eternidad, comprendido exclusivamente según la naturaleza. Pero podemos imaginarnos que en la eterna marcha de las cosas, se manifiestan acontecimientos mundiales a los que la humanidad tiene que adaptarse. Se puede comprender que esos acontecimientos mundiales plantean exigencias fundamentales que los hombres deben satisfacer según la conciencia, el alma y el cuerpo.
            Pablo no hace alusión al momento en que la humanidad resucitará como por milagro, al cual se asistiría estupefacto, con ojos de no estar comprendiendo nada, sino que hace referencia a un acontecimiento mundial científicamente cierto, a un momento psicológico de la manifestación universal, en que la humanidad será resucitada.
            ¡Jesús y la resurrección! El hombre celeste que resucitó al tercer día, se regeneró en el transcurso de un triple proceso, por un declive de la naturaleza. Jesús y la resurrección, ¡mediante la cruz! El absoluto sacrificio de sangre según la naturaleza con el fin de liberar al hombre celeste. ¡Esta es la Rosacruz roja!
            No un rompecabezas vital cualquiera en la cruz. No una carencia cualquiera clavada a la cruz. No la transmutación de una parte de su ser. Sino la crucifixión del espíritu más noble, del alma más pura, y de la corporeidad más sana, comprendidos según la naturaleza. ¡Esto es lo que propone la Rosacruz roja!
            ¡Qué locura! ¡Qué demencia más formidable! ¡El autor es un maniático! «Estás loco, Pablo» ‑le dice el gobernador Festo‑ «tu mucho saber te hace perder el juicio.»
            «Es un blasfemo» ‑declara el Sanedrín a Jesús. Y le abofetean el rostro.
            «Mani es un impostor» ‑acusa Agustín. «Matémosle», gritan los fanáticos. «¡A la hoguera con sus obras!»
            «La ciudad de Albi es un foco de la más peligrosa y repulsiva herejía», declara el Papa Inocencio III. «Acabemos con él.»
            «La Rosacruz y su francmasonería son una peste mundial», dice el Dr. Schwier, un jesuita del sur de Alemania que, en nombre de los nazis, persigue a la Rosacruz en Europa.
            ¡Jesús, la resurrección y la cruz! ¿Por qué es tan peligrosa? ¿Por qué Jesús y sus discípulos fueron declarados peligrosos malhechores?
            ¡Debido a las formidables consecuencias que se desprenden de esta triple misión! Si la apreciación puramente objetiva afirma sin rodeos, como Pilatos: «Nada encuentro de culpable en este hombre», la apreciación subjetiva, representada por el grupo de autoridades religiosas naturales que actúan en este mundo, se considera desenmascarada, atacada y amenazada en su existencia.
            El cristianismo positivo pronuncia un juicio sobre este mundo, sobre el campo de vida del hombre, sobre el conjunto de su constelación espiritual y corporal. Si un hombre extrae las consecuencias que implica este juicio y así ataca las bases de la existencia del mundo, tal persona es considerada en algunos círculos como un peligro extraordinario.
            El Estado, como idea, como institución, nunca emprendió acción alguna contra Cristo o sus discípulos por iniciativa propia, al menos que el autor sepa. El estado, a lo sumo, les consideró locos. Fue siempre la Iglesia la que atacó a los hijos de Dios. Y cuando la Iglesia no poseyó fuerza suficiente para pronunciar y ejecutar sus propias sentencias, incitó al Estado a hacerlo. El ejemplo clásico de Pilatos y el Sanedrín se ha repetido, innumerables veces, en el transcurso de la historia del mundo. Muchos, entre los cuales se encuentra el conocido escritor inglés Wells, consideran un hecho probado que la Iglesia romana pretendió utilizar los fenónemos del nacional‑socialismo y del fascismo para alcanzar su objetivo.
            ¡Jesús, la resurrección y la cruz! El alumno que acepta esta peligrosa tarea, construye para sí mismo, siguiendo el ejemplo de Cristián Rosacruz, una tumba‑templo; un sepulcro que puede ser dividido en tres partes. En este sepulcro deposita voluntariamente todo su ser según la naturaleza, con una firme y positiva decisión: «De este modelo reducido del universo (caído), he construido para mí, estando vivo, una tumba.» ¿Por qué?
            Porque la forma celeste, el redentor, simbolizado por Jesús, es todo para él.
            Porque, por ese declive, ya no existe una separación entre el espíritu caído y sus vehículos celestes.
            Porque él suspira en este mundo bajo el yugo de la ley de la decadencia.
            Porque él conoce la libertad perfecta que le hace percibir el Evangelio divino.
            Porque la gloria del hombre divino, una vez reconquistada, será intocable.
            Al respecto, leemos en la Fama Fraternitatis Rosae Crucis: «En el centro había un altar redondo, cubierto con una placa de bronce, sobre la que estaba grabado: De este compendio del universo, construí para mí, mientras estaba vivo, una tumba. Alrededor del primer círculo o anillo se encontraban escritas estas palabras: "Jesús mihi omnia". En su centro había cuatro figuras, cada una de ellas encerrada en un círculo, alrededor de los cuales estaba escrito: Nequaquam vacuum ‑ No hay espacio vacío. Legis jugum ‑ El yugo de la ley. Libertas Evangelii ‑ La libertad del Evangelio. Dei gloria intacta ‑ La gloria de Dios es intocable.»
            Todo está claro y es evidente: El águila del espíritu surca el espacio y colma el universo; el buey de la contumacia empuja el arado a través de la dura corteza terrestre, en la lucha por la existencia inferior; el León de Judá ruge a la entrada del templo de la iniciación; y el hombre celeste se eleva como sobre alas y se dirige hacia la aurora.
            ¡Dei gloria intacta! ¡Jesús, la resurrección y la cruz! ¡El total sacrificio del hombre según su manifestación dialéctica!
            Este triple proceso, esta demolición voluntaria del viejo templo, esta muerte consciente en la tumba de la materia y este renacimiento al tercer día, esta nueva construcción del Templo en tres días, es la misión que el alumno debe realizar en la soledad, en el gris aislamiento de la tumba de la naturaleza, en el Patmos del cambio fundamental.
            «Trabajad para vuestra propia salvación con temor y temblor.»



































                                                                        XIV

                                          La auto‑francmasonería del hombre nuevo

                                           Algunas consecuencias importantes (III)


En este orden mundial dialéctico hay dos direcciones de vida, dos puntos de vista, dos orientaciones que se encuentran frente a frente. A un lado vemos las agrupaciones religioso‑ortodoxas, con sus opiniones de que: "El hombre no es nada y el mundo está en manos del mal; la bienaventuranza os llama en el país del más allá." Al otro lado vemos al humanitarismo con su policroma mezcla de aspectos religiosos, ateos, esotéricos, políticos y sociales, con sus consideraciones de que: "El hombre es bueno y el mundo es bueno; no existen sino resistencias a las que hay que vencer, deformaciones a corregir." Por una parte, el más férreo conservadurismo, por la otra, el elemento progresista.
            "El mundo está en manos del mal", piensa y declara el hombre conservador. "Es triste, pero Dios precipitó al mundo en el mal, por ello ningún cambio fundamental puede ser llevado a cabo, pues este orden está destinado a la punición de nuestros pecados. Ordenar el desorden sería ir contra Dios. Ordenar el desorden nos reconciliaría con algo que no está incluido en el plan de Dios. Por eso, está bien como está."
            En consecuencia, si alguien está abandonado y olvidado en este mundo de lágrimas, y si otro tiene un sitio confortable y bien acondicionado en este mundo... ¡Dios lo quiso así! Si un tercero se arrastra en andrajos y en un profundo atraso social... ¡Dios lo quiso así! Si otro, sufriendo lo indecible se debate entre horribles sufrimientos físicos... punición de sus pecados... ¡Dios lo quiso así!
            "No" ‑declaran y testimonian los otros‑ "el mundo es bueno y el hombre es bueno. ¡Dios lo quiso así! Y si El no lo quiso así, es que un demonio se apoderó de este mundo. Entonces no hay Dios. El egoísmo y la fuerza de la ignorancia, el desorden económico y social, la trasgresión de las leyes elementales de la vida, son las causas del desorden."
            "Afilad las guadañas y la hoz y... ¡adelante! Que la justicia social, la igualdad económica, el auxilio a todos, los pensamientos humanitarios, la belleza del arte y el consuelo que nos aporta el arte y una nueva apertura mística según el espíritu, el alma y el cuerpo, combatan la pobreza y la estupidez, el crimen y la prostitución, las guerras y todo lo que aflige al mundo y a la humanidad."
            ¡Los grandes ideales de la humanidad de los últimos siglos animan a la juventud! Y los poetas cantan sus himnos y sus poemas dedicados a la luz que vendrá inevitablemente, y a la aurora que ya despunta: Venid, apresurémonos; el canto mágico continúa. La luz abre un camino a través de las tierras, los mares y la noche.
            Las cabezas se yerguen; los fatigados y los oprimidos recuperan la confianza. Levantan sus banderas y se ponen en marcha, y millares se sobresaltan oyendo los pasos de esas legiones. Todavía hay belleza y heroísmo en el crepúsculo de la naturaleza terrestre. ¿Se da cuenta de cuán poderosas son las fuerzas dormidas que se despiertan y se hacen oír sobre este mundo, gracias a ese impulso hacia la bondad, la verdad y la justicia?
            Así como a un lado la conciencia vive en la idea de que "todo está perdido", en el otro lado existe también ese deseo indestructible, dinámico, que como un volcán puede exteriorizarse en actos, levantando la cabeza por encima de la bruma gris, y gritar al mundo: "¡Venid con nosotros, camaradas, al encuentro del amanecer!"
            Si comprende algo de esto, tendrá ya una idea de la grandeza del hombre que, aunque esté en el infierno, da pruebas y testimonio de su origen divino. Aunque esté perdido, en el fondo no deja de ser hijo divino. Lo es, y aunque esté en un estado de perdición, demuestra la gloria imperecedera de su filiación divina.
            Cuando al inicio de la Reforma fue destruido el poder mundial de la vieja Iglesia, las dos grandes tendencias de vida estaban claramente visibles en el amanecer de los nuevos tiempos: la nueva Iglesia de Lutero y Calvino, y el humanismo personificado, por ejemplo, en el inmortal Erasmo. Y, ¡oh maravilla!, en esos primeros tiempos los polos de la actividad estaban claramente cambiados: la nueva Iglesia era revolucionaria, ella daba un duro golpe en la raíz del orden mundial que estaba en vigor y estaba en plena acción. Mientras que el humanismo estaba todavía totalmente en el campo del pensamiento.
            En el período de guerras en el que entró a continuación la humanidad, los dos polos de actividad cambiaron de nuevo, y nuestra época nos muestra una Iglesia encallada en el pensamiento y un humanismo entregado a la acción. La Iglesia busca una nueva orientación, nuevas normas teológicas. Ella procura subordinar su comportamiento futuro a las nuevas maneras de ver. Quiere otra vez actos nuevos. El humanismo, a pesar de la abundancia de sus actos, no tiene éxito en crear un mundo bueno, y por ello se pregunta si en sus planteamientos teóricos hay algo erróneo.
            Como resultado de la gran idea humanista, en los primeros años de la primera guerra mundial se desarrolló la grandiosa revolución rusa, que trataba de elevar por encima de la barbarie de la Edad Media a una masa de doscientos millones de personas. Desde entonces, el mundo entero se vio obligado a contar con aquel nuevo poder y con la idea que lo sustenta, desarrollándose en el mundo eslavo una evidente reorientación. Los dos polos de actividad cambian por enésima vez y, siguiendo cada uno su camino, se cruzan, para apartarse en seguida como cometas. En Rusia, la Iglesia se vuelve a restablecer como un poder evidente.
            Durante los años de la segunda guerra mundial, las dos corrientes se encontraron de nuevo en Europa occidental, en los campos de concentración, en las mortíferas cámaras de gas y en las de tortura. Allí se acercaban y simpatizaban, cambiando miradas y apretones de manos, mientras que, espantados, miraban los restos de la tan afamada cultura mundial europea. ¿Qué otra cosa podría hacer el hombre sincero? En aquella confraternización no podía haber hipocresía alguna.
            El hombre persuadido de que "el mundo está en manos del mal", sentía que esto no podía continuar así. En aquellos momentos él se sentía agarrado por la garganta por el mal!... estaba amenazado de ejecución, ... su mujer era expoliada, ... su hijo padecía hambre y era reducido a la esclavitud. El mal no tenía respeto ni por una sotana, ni por los títulos de nobleza, ni por la sangre azul. Todos fueron apresados. De esta forma, los hombres no se encontraron a gusto "en manos del mal".
            El humanitarista salió también de su sueño. Algo estaba en contradicción con su idea de que "el hombre es bueno". Los humanitaristas, que en numerosos países tenían en sus manos la tarea de gobernar, cuando no disponían de un gran poder, no pudieron hacer nada para salvar al mundo y a la humanidad de aquellos horrores... también ellos sintieron los flagelos directa o indirectamente.
            De este modo, se encontraron enfrentados el "mundo del mal" y el "mundo del bien". Nació una gran confraternización y se establecieron acuerdos. Los conservadores se orientaron hacia el humanitarismo, y los humanitaristas hacia la religión de los teólogos. ¡Todo iba a ser ideal! ¡Un compromiso entre dos puntos de vista, nuevas doctrinas!
            Tal vez el lector intentó también la aventura... la lucha a su inicio parecía tan bella... contenía tanto romanticismo... una nueva epopeya heroica iba a ser escrita... nacería una nueva Iglesia.

Pero desde la sombría niebla que nos envuelve se oye una voz. Una voz del lejano pasado de la humanidad:
            «Todo es vanidad. ¿Qué provecho saca el hombre del trabajo que realiza bajo el Sol? Una generación va y otra viene... y todo permanece como antes. Y el Sol nace y el Sol se pone. El viento va hacia el sur y luego vuelve hacia el norte, siempre en su circuito. Todos los ríos van al mar, pero el mar nunca rebosa. Todas las cosas son muy fatigosas. Nadie podrá decir que no se cansan sus ojos de ver ni sus oídos de oír.
            Lo que fue, de nuevo será, y lo que se hizo, eso se volverá a hacer. Si de alguna cosa dicen: ¡Mira: esto sí que es nuevo!, es algo que ya existió en los siglos que nos precedieron. He examinado cuanto se hace bajo el Sol, y veo que todo es vanidad y esfuerzo inútil. Lo torcido no puede enderezarse, y lo deficiente no puede completarse.»
            ¿Es esta la voz de un pesimista, de alguien que odia al mundo y a la humanidad?
            Esta voz representa un tercer punto de vista, un punto de vista hacia el cual, en esta época, son llamadas muchas personas: ¡es el punto de vista de la Rosacruz! Esta actitud frente a la vida nos enseña ‑y la ciencia esotérica y la experiencia lo confirman‑ que la humanidad, tanto a éste como al otro lado del velo de la muerte, se manifiesta en un campo de vida dialéctico.
            Esta dialéctica ocasiona el cambio constante de los dos polos de vida, de forma que todas las cosas, todos los valores y todos los estados se convierten en su opuesto. El día conduce a la noche, la luz se transforma en oscuridad, el bien se convierte en mal, y viceversa. No hay valores inmutables en nuestro campo de vida. Si se sitúa en el polo del bien, no puede pensar "ahora estoy a salvo", porque ese polo se invierte.
            El mundo no está en el mal, el mal no es inherente a este campo de vida dialéctico, sino que fue el hombre quien creó el mal, lo satánico en este campo de vida. Dicho campo de vida no puede ser designado como bueno ni como malo. No es ni lo uno ni lo otro. Es "maya", ilusión. El hombre es mantenido prisionero, en esta ilusión, por el mal, o como quiera que se le llame.
            Por consiguiente: «Lo que fue, será de nuevo.»
            Al servicio de esta voz, fraternidades tales como la de los Esenios, la de los Maniqueos, la de los Cátaros y la de los Rosacruces han querido destruir la gran ilusión y continúan haciéndolo.
            Pero, «lo que fue, será de nuevo.»
            ¿No será también este esfuerzo una vanidad? El cambio perpetuo sin esperanza, ¿no será siempre el fin inevitable?
            «Lo que fue, será de nuevo.» Considere estas palabras ahora como la expresión de un optimismo radiante, como una gran alegría que será un día la de todos los pueblos. Una vez existió... no se encontraba en el campo de vida dialéctico... un orden del mundo original... un orden de los hijos de Dios... y un día será de nuevo...
            La humanidad no tiene necesidad de construir ese orden mundial, no es necesario fundar ese Reino: ¡ya existe! Esa mitad desconocida del mundo, de la que da testimonio la Fama Fraternitatis Rosae Crucis, nos ha sido revelada. En ella se encuentra la Fraternidad Universal. Allí reside la fuerza de amor que sobrepasa toda comprensión.
            El hombre no accede a esa mitad desconocida del mundo cuando da su último suspiro, porque ella continúa siendo desconocida para quien sirve a la gran ilusión, esté o no en su cuerpo material. Esa mitad desconocida del mundo es omnipresente. Ella penetra nuestro campo de vida, de la misma forma que la cuarta dimensión es perpendicular a las tres dimensiones conocidas. Toda la humanidad conoció un día ese mundo desconocido. Por ello existe, en un gran número de personas, el recuerdo indestructible y la conciencia de ser de origen divino. Por eso hay combate, lucha y clamores por la libertad, y existen esos cánticos que dicen "el hombre es bueno", y también "la contundente realidad del mal".
            Comprenderá por qué vienen mensajeros y profetizan: «¡Despertad hijos de la Luz, porque lo que fue, será de nuevo!» Y el camino, el camino de la vida misma, el camino de regreso, ha sido revelado.
            El teólogo que ve este camino, siente vergüenza, ya que confundió a su rebaño con un oropel de crepúsculo de los dioses, y mutiló las sagradas escrituras de todos los tiempos. Y el humanitarista que ve este camino, siente vergüenza, pues su idealismo se desvanece ante la realidad del reino original. Y el teólogo convertido se siente agradecido, pues él buscó a su Señor y le ha encontrado. Y el humanitarista convertido siente un gozo interior, pues no ha interrumpido sus esfuerzos. El buscaba el gran amor, y lo ha encontrado.
            Y el iniciado Pablo siente un gran regocijo ante las profundidades y las riquezas espirituales. Y vemos todas las filas de testigos de Dios, hablando del nuevo reino. Y el alumno que conoce esa alegría, también da su testimonio y lucha contra la gran ilusión.
            ¡La mitad desconocida del mundo! Podemos entrar en ella gracias al noble arte mágico, al arte real de la construcción. Este es el verdadero renacimiento evangélico, el proceso del cambio estructural de todos los aspectos del hombre dialéctico, como ya fue ampliamente expuesto en los capítulos precedentes: el camino de la auto‑francmasonería. Se trata ahora de obtener un claro discernimiento sobre cómo es preciso practicar el arte real.
            En la mitad desconocida del mundo vive una humanidad en un estado vehicular muy diferente del que dispone la humanidad del campo de vida dialéctico. Es imposible pasar de un estado a otro, mediante un cultivo basado en el sistema vehicular terrestre común. Este es el principio fundamental del camino de la auto‑francmasonería: «La carne y la sangre ‑cualquiera que sea el modo por el que sean cultivados‑ no pueden heredar el Reino de Dios.» Es necesario un renacimiento orgánico absoluto. Durante muchos siglos, se supuso que esto era así, y en las religiones exotéricas de todos los tiempos se pueden encontrar fragmentos de esta enseñanza, sobre todo en el cristianismo exterior. La humanidad jamás supo lo que era necesario hacer al respecto, por faltarle el conocimiento interior y rechazar a los instructores.
            Para la religión común, el renacimiento es una forma de conversión, la despedida de un estado pecador y la adopción de una norma de vida superior. Nadie pretende decir que un cambio de este tipo no sea necesario, pero en este caso no se trata de un cambio fundamental, sino de una cultura racional y moral de la manifestación dialéctica.
            Tal conversión debe ser el primer paso que hay que realizar; es la primera reacción del hombre, que se encuentra prisionero en la naturaleza terrestre, ante la luz que brilla en las tinieblas. Se trata de una preparación para el renacimiento, de un proceso de preparación inteligente, en el cual todos los aspectos místicos, espirituales, físicos y mágicos deben tener su lugar.
            Ciertos místicos de antaño aseguraron poder realizar ese primer cambio, y demostrar su despedida de la materia, renegando de toda idea de higiene, de tal manera, que nadie se les podía arrimar y vivían como parásitos a costa del trabajo y de las posesiones de los demás. Cada uno debe comprender que con tales prácticas no se puede asumir el renacimiento en el sentido del arte real.
            Para los fieles de la religión cristiana, el renacimiento no es sino una renovación abstracta de las normas de conciencia. Cuando, por ejemplo, un individuo deja un estado de corrupción para vivir de acuerdo con los preceptos del cristianismo, según una determinada interpretación dogmática, entonces dicen que se ha vuelto una nueva criatura y, suponen, que ha nacido de nuevo. El hombre, estando considerado como muerto en su estado de corrupción, inicia su vida propiamente dicha por la renovación de su estado de ánimo.
            La estrechez de tal comprensión la hace definitivamente errónea. Los gnósticos de todos los tiempos siempre combatieron con todas sus fuerzas esa deplorable mistificación, porque conocían el verdadero significado y la evidencia de las palabras del Cristo: «Nadie verá ni entrará en el Reino de los Cielos si no renace primero a partir del agua primordial y en el espíritu.»
            Y la gran esoterista Helena Petrovna Blavatsky, hablando sobre estas cosas, atestiguó: «No es verdad que una persona fuertemente arraigada en el mal, pueda convertirse súbitamente, y hacerse igualmente fuerte, en el bien. Su estructura corporal está demasiado corrompida y se ha vuelto totalmente inadecuada. No se puede usar una barrica que haya contenido arenques salados para conservar en ella aceite de rosas. La madera está demasiado impregnada de salmuera.»
            Las células de la estructura corporal son plenamente semejantes a un microcosmos. Ellas funcionan según determinadas leyes dialécticas. Están unidas a la naturaleza dialéctica terrestre y son incapaces de comprender un cambio de dirección ni absorber fuerzas que provengan de otro universo. Si fuesen forzadas a ello, el resultado sólo sería enfermedad, locura y muerte.
            La conversión, en sentido gnóstico, es un proceso de preparación, y el alumno debe aprender a discernirlo. Por esto, la Escuela Espiritual coloca al alumno en el Atrio para realizar este proceso preparatorio, de naturaleza triple, según la conciencia, el alma y el cuerpo.
            Existe, sin embargo, el gran peligro de que el alumno considere que ese triple proceso de cambio es el proceso de renacimiento. Si lo hace ‑¡y son muchos los que lo hacen!‑ la ley de los cambios de este campo de vida le conducirá al proceso contrario.
            Por lo tanto, el arte real implica, en primer lugar, un proceso de cambio triple, y cuando por ese mismo proceso el candidato llega al límite extremo de sus posibilidades, y persevera, la puerta de «la mitad desconocida del mundo» se abre ante él. Con un gesto de los sentidos, en una verdadera elevación interior, ve ante sí la forma del hombre celeste, la estructura vehicular del verdadero hijo del Hombre.
            Y viéndole, el candidato se encuentra perfectamente en condiciones de decir, desde lo profundo de su ser y en verdad: "¡Jesús mihi omnia, este portador de salvación es todo para mí!" Entonces, el triple proceso de preparación es seguido de un triple proceso de perecimiento según la antigua naturaleza y, al mismo tiempo, de un triple proceso de renacimiento según la nueva naturaleza.
            De este modo es desvelada la mitad desconocida del mundo por tres veces tres procesos, por tres días de manifestación. Este es el arte noble, ésta es la resurrección al tercer día. Esta es la auto‑francmasonería del hombre nuevo.
            «Que quien tenga oídos para oír, oiga lo que el Espíritu dice a las comunidades.»



















                                                                        XV

                                                  La conciencia del hombre nuevo

                                           Algunas consecuencias importantes (IV)


El alumno en el camino, que en cierto momento ha tomado la decisión de volver a encontrar el camino que conduce al reino de luz perdido, está obligado a estudiar diariamente las leyes y la naturaleza del campo de vida dialéctico, para preservarse de las innumerables ilusiones. Este estudio es vital para él, si desea obtener alguna visión de la conciencia del hombre nuevo. Entre otras cosas descubrirá entonces, completamente en concordancia con la característica del entorno en que vive, que cada cosa, cada objeto, cada aspecto, cada estado de la vida terrestre, es doble. Lo mismo ocurre con los poderes del hombre corriente. Todos los sentidos, todos los órganos, todas las actividades físicas y psíquicas tienen por completo una doble característica.
            Por lo tanto, se puede decir, como axioma, que la conciencia del hombre terrestre es doble. La ciencia material desconocía antes esta duplicidad de la conciencia, que siempre fue enseñada por los esoteristas. Actualmente, además del reducido círculo del esoterismo, casi en todas partes se admite la dualidad de la conciencia del hombre. Todos los hechos y fenómenos que se basan en esta dualidad ya no son considerados como extraños, anormales o enigmáticos.
            Cuando, por ejemplo, se estudian los cinco sentidos del hombre ‑comprendidos en el marco de su personalidad dialéctica natural‑ se debe tener en cuenta que cada uno de esos órganos es doble y, por consiguiente, tiene una doble función. Sin embargo, cualquiera que sea la función que actúe en un determinado momento, la personalidad dialéctica permanece semejante a sí misma.
            El hombre, como masa, ve con sus ojos materiales de la misma forma. Todos ven, por ejemplo, un árbol. El comerciante en maderas o el talador pueden contemplarlo como un árbol del que salen tantas planchas de madera. Los ojos de un artista ven el árbol con toda su belleza; el burgués lo ve como un tronco con ramas y hojas. Y aunque la reacción ante la vista de un árbol difiere de un observador a otro, de acuerdo con la naturaleza de su sangre y de su ser, bajo ningún concepto existe ninguna divergencia de opinión ante el hecho de la impresión "árbol". Sería muy distinto si se viese al árbol con su doble etérico, en cuyo caso, se despliega el otro aspecto del poder visual dialéctico. En tal caso se ve el árbol en su actividad vital, de qué manera asimila los éteres planetarios y otras fuerzas, de qué modo las diversas fuerzas naturales semi‑conscientes trabajan con él, cómo está envuelto de luz y de una poderosa vibración. En resumen, es un proceso de vida múltiple.
            Por ello expresamos nuestro mayor interés por un pintor como Vincent van Gogh, que se esforzó por pintar ese proceso de vida multiforme, y casi lo consiguió, ya que según nuestra opinión, se elevó por encima del pintor que, con una conciencia unilateral, pinta paisajes o interiores. Vincent van Gogh era un visionario que, en su época, fue tenido por un loco.
            Observamos que muchos pintores más modernos se sienten atraídos a desenmascarar y reproducir la inmundicia de la radiación etérica que envuelve a ciertos hombres, como si fuese una coraza aural. Algunos pintores lo hacen como filósofos, expresando así las imágenes de sus pensamientos interiores. Otros pintan inspirados por sus sentimientos y aún otros lo ven así realmente con sus sentidos, pues son unos visionarios. Y todos se sienten empujados a colocar ante los ojos de los hombres que tienen una visión burguesa de la vida, y que por ello muestran una conciencia unilateral, la terrible corrupción del mundo y de la humanidad como si se tratase de un espejo acusador.
            Aunque se pueda admirar una u otra de estas formas de arte, se juzgue una forma determinada como necesaria en una época, o se sepa apreciar el impulso divino que hace que un arte desenmascare y rasgue los velos, iluminando este mundo como un relámpago, todas estas manifestaciones artísticas, tanto las que proceden de la conciencia unilateral como las que proceden de la conciencia doble, permanecen encerradas en el campo de vida dialéctico.
            En el arte se puede buscar consuelo, belleza, magia, religión o una vehemente acusación ‑consideramos que el hombre tiene a veces necesidad de todo esto y que le puede ayudar‑, pero no es menos cierto que todo ello pertenece a la esfera dualista de la dialéctica. Una cosa es tan poco liberadora como la otra.
            En nuestra opinión, Vincent van Gogh fue más interesante que otros artistas corrientes, debido a que su conciencia dualista, que llegó mucho antes a un punto muerto, chocó más rápidamente contra los muros de la vida infernal, mostrándose entonces como el loco que realmente era, puesto que se aferró a su miseria y no encontró un camino liberador.
            Cuando se vive la profesión de artista como Van Gogh la vivió, sólo existen dos opciones: elevación o caída. Escapar a estas inquietudes artísticas o ser totalmente destruido. En Van Gogh prevaleció la última opción. Consumido por el último rayo de un fuego poderoso, agotado y completamente vacío, su fin fue un revólver y una bala en la cabeza. Pero esa vida, tras el sacrificio de todo su ser al servicio de todos, zozobrando en la desesperación total y la locura, tuvo a nuestro parecer, mucha más valía que la de todos esos artistas profesionales llenos de éxito, a veces tan distinguidos.

Hemos querido citar este ejemplo con algunos detalles, para dar al lector una vigorosa idea de lo que es la conciencia del viejo hombre, como un trasfondo sombrío de contradicciones, frente al desarrollo claro y luminoso del hombre nuevo.
            Cuando el alumno de la Escuela Espiritual decide recorrer el camino y coloca su vida en concordancia con las exigencias de ese camino, constatamos en él, junto a todo lo demás, cierta cultura dialéctica. Y esta cultura es absolutamente doble. Cuando, conforme a las exigencias del camino, el alumno pone orden en su personalidad según la naturaleza, y se desarrolla el dualismo de su conciencia comprendida en el marco de la personalidad terrestre corriente, el otro lado de su naturaleza, o sea, las posibilidades físicas y psíquicas más ocultas, comienzan a manifestarse.
            Muchos hombres poseen parcialmente esas posibilidades físicas o psíquicas más ocultas, o las han desarrollado sin haber tenido en cuenta las exigencias de la Escuela Espiritual, lo que demuestra hasta qué punto esas cosas están estrechamente ligadas a la vida dialéctica. Se puede desarrollar el lado escondido de la naturaleza terrestre, siguiendo una línea regenerativa, pero también puede llevarse a cabo por una línea degenerativa. Por ejemplo, se puede obtener cierta videncia etérica densa por el abuso del alcohol, por un régimen alimenticio carnívoro determinado, por el empleo de ciertas hierbas y también con ayuda de otros muchos métodos indeseables y negativos.
            Como consecuencia de errores cometidos en existencias microcósmicas anteriores, como resultado de la calidad de su sangre y de su estructura corporal, muchos presentan mediumnidad innata. Todo esto nos permitirá comprender que el hecho de poseer una conciencia más o menos sensitiva, podría ser muy bien el resultado de haber seguido una línea degenerativa. No se trata en este caso de ningún progreso espiritual verdadero y, disponiendo de una buena porción de habilidad y audacia, se puede reforzar considerablemente ilusiones de todo tipo en los diferentes campos de vida esotéricos.
            Pero, ¿qué ocurre con el hombre que se concentra en su desarrollo interior en la línea regeneradora? ¿Cuáles son sus experiencias en el camino, en el camino de la Rosacruz?
            En primer lugar, el grado de sensibilidad del cuerpo material aumentará, manifestándose sobre todo en la percepción sensorial; en segundo lugar, se producirá un nítido cambio en el cuerpo etérico. Los dos éteres inferiores serán cuantitativamente subordinados a los dos éteres superiores y, cualitativamente, crecerán casi diariamente en claridad y sutileza, lo que le llevará a una manifestación de una u otra forma de la conocida visión etérica. En tercer lugar, observamos una clara modificación en el ser de la voluntad y de los sentimientos, y en cuarto lugar una purificación del órgano del pensamiento.
            Puesto que su voluntad, sentimiento y pensamiento toman una orientación completamente distinta, y se dirigen hacia valores, fuerzas y estados que no son de este mundo, se manifiesta entonces una fortísima receptividad según el pensamiento, la voluntad y el sentimiento para las impresiones de tipo etérico, perfectamente en concordancia con el estado de ser de la persona en cuestión. Esas impresiones del pensamiento, voluntad y sentimiento despiertan al mismo tiempo, en el organismo que se ha vuelto extremadamente sensible, una conciencia plástica.
            El alumno ve desde su interior lo que se da a conocer, o se quiere dar a conocer, en el estado más elevado de ese desarrollo, por la acción de un fuego espiritual espinal que, a través de algunos centros correspondientes de la columna vertebral, penetra en espiral en el santuario del corazón. Así obtiene la clarividencia espiritual, y controla este poder en mayor o menor medida.
            En la práctica, la inmensa mayoría de los alumnos no alcanzan ese estado más elevado de poder dialéctico, y en la mayoría de los casos la línea de desarrollo es extremadamente caprichosa. Es cierto que todos los que entran en el camino, realizan cierto crecimiento en la dirección indicada, pero es un crecimiento que, sin excepción, termina por encallar en una frontera determinada, de acuerdo con el estado de ser del alumno.
            De este modo son explotadas por el alumno las posibilidades extremas de la dualidad dialéctica. El potencial de desarrollo de la personalidad dialéctica es utilizado completamente y los obstáculos de la limitación se hacen sentir cada vez más.
            En esa situación, que muchos alumnos han alcanzado con unas crecientes dificultades, estaba abierta antaño la posibilidad ‑gracias a los métodos practicados en las antiguas escuelas espirituales‑ de "salir" de sí mismo y emprender viajes psíquicos conscientes, participando en reuniones y servicios en templos espirituales, y así establecer contacto con la Fraternidad que existía en el más allá.
            De esta manera, mediante esa "salida de emergencia", el alumno podía avanzar. Pero cada buscador sincero de la liberación percibe claramente cuán "parcial" es esa situación. Las limitaciones dialécticas naturales son de hecho eludidas, y no se puede hablar de una solución fundamental al problema del desarrollo humano.
            En la época en que ahora ha entrado la humanidad, los alumnos son colocados de regreso continuamente, y de una manera cada vez más insistente y apremiante, en sus propias limitaciones dialécticas. Un alumno con las cualidades que acabamos de describir ve que su radio de acción se restringe cada vez más y que es clavado cada vez más a la realidad diabólica de la existencia terrestre. Ya no tiene ocasión de perderse en lo indefinido, ya no tiene ninguna oportunidad de practicar la antigua renuncia mística del mundo.
            ¿Por qué no? Porque la humanidad, tal como ha sido explicado repetidas veces en este libro, ha entrado en un cambio mundial, en una gran revolución del mundo y de la humanidad. El alumno es llamado ahora a salir de esta dialéctica mediante una revolución individual: la resurrección, o, tal como se la denomina en este libro, la permuta de su personalidad, en tres procesos, en tres círculos séptuples, en "tres días".

En este orden de naturaleza, hay numerosos fenómenos sociales, políticos y económicos, sobre los cuales los hombres dicen o piensan: "¡Esto es la revolución mundial!" Pero hay una revolución distinta en curso, que modificará el aspecto del globo terrestre, y que precisa desde ahora una transmutación total, estructural e individual del ser humano.
            Y ahora los alumnos de la Escuela Espiritual deben escoger: permanecer dentro de los límites de su cultura intelectual dialéctica y en los moldes de la ciencia espiritual terrestre, o avanzar hacia un bien superior. Es indispensable advertir a quienes meditan sobre estas cosas, que si el buscador esotérico continúa atándose a su personalidad natural, por muy cultivada que ésta sea, creyendo ver en ella la posibilidad de elevarse hasta un bien superior, verá realizarse un estado psíquico que mostrará todos los signos de la demencia.
            Los síntomas de locura aumentan cada vez más en este mundo, y más todavía, tal vez, entre aquellos cuyas disposiciones interiores se orientan hacia la luz y hacia la otra vida, pero que todavía no han entrado en el camino de la liberación.
            Muchos tienen el intenso deseo de manifestarse y declararse en este mundo con el remedio supremo y absoluto, con un trabajo limpio, como obreros en la viña de Cristo. Pero no pueden hacerlo porque son anormales, tal como le ocurrió a Van Gogh, que era un desequilibrado y, en el curso de una búsqueda desvariada, luchó contra el fantasma de su innata naturaleza de artista, dejándose casi morir de hambre y quemándose con el violento sol meridional, martirizándose como los antiguos místicos. Pero el final fue el sufrimiento... y la agonía de la muerte... y la desesperación delirante... y la ruina de un deseo no saciado.
            Y he aquí que el privilegio de los alumnos de la Escuela Espiritual es que, habiendo llegado a los límites de sus posibilidades de manifestación terrenal, ven claramente la salida ante ellos, con la clara idea de que: «la carne y la sangre ‑o sea la naturaleza terrestre‑ no pueden heredar el Reino de Dios.»

Cuando se observa a la humanidad en sus hechos y omisiones, se percibe hasta qué punto es anormal, sin que tenga la menor noción de su demencia. Si se observa a los hombres que han desarrollado el lado más escondido de su ser, a lo largo de la línea degenerativa, se descubre su peligrosa locura; ellos ni siquiera tienen idea de todo esto. Y si se observa a los hombres que se cultivan a lo largo de la línea regenerativa, se constata en ellos una creciente locura que, una vez alcanzado el punto muerto, desemboca en la anomalía, o en la degeneración, o es una puerta para el renacimiento estructural.
            La Escuela Espiritual de la Rosacruz moderna reconoce tres estados de conciencia en el campo de vida dialéctico: el estado anormal natural, el estado anormal degenerativo y el estado anormal regenerativo. Cada uno de esos estados de conciencia posee su propia esfera, sus propias tensiones, peligros y resistencias. Todo el campo de vida dialéctico está dominado y caracterizado por esas tres manifestaciones de la conciencia. En resumen, la humanidad vive en un gran y espantoso manicomio y «No hay nadie que sea bueno, ni uno sólo.»
            Estas palabras son de Jesucristo. En cierta ocasión alguien se acercó a El y le preguntó: «Buen Maestro, ¿qué debo hacer?» Y Jesús le corrigió: «¡Nadie es bueno, ni uno sólo!»
            Esto es desagradable para quienes se atan a la doctrina de Dios hecho carne. Cuando una entidad desciende en el campo de la dialéctica y nace de una mujer según la naturaleza, hay anormalidad, ilusión. En esto también Jesús el Señor se asemeja a uno de nosotros.
            Y desde el lejano pasado, un poeta surrealista de hace 3000 años denuncia:

            Nadie es justo, ni uno solo.
            Nadie es razonable.
            Nadie busca a Dios.
            Todos se apartan.
            Juntos se volvieron inútiles.
            No hay nadie que haga el bien.
            ¡Ni tan siquiera uno!
            Su garganta es un túmulo abierto.
            Su lengua vomita la impostura.
            El veneno de la serpiente está en sus labios.
            Su boca está llena de maldición y amargura.
            Están prestos a derramar sangre.
            Sus veredas son miseria y devastación.
            No conocen el camino de la paz.

Y es así como los hombres, en salvaje remolino, se debaten en el campo de vida dialéctico. Uno aturde sus sentidos... otro se tira al agua... un tercero regresa a las ollas de carne de Egipto... el siguiente, con la glándula tiroides totalmente desorganizada, camina por la vida con la cabeza completamente perturbada, como un rey en andrajos... y el resto combate, lucha y se defiende contra los ataques de los demás.
            Si observa cuidadosamente con el microscopio el comportamiento de los microorganismos, verá cómo se conservan devorándose mutuamente, para multiplicarse enseguida por división. Lo mismo ocurre con el hombre: ésa es su vida, ésa es su manifestación.
            Independientemente de que los hombres sean anormales según la naturaleza, anormales degenerativos o anormales regenerativos, se devoran entre sí... no importa cómo... para dividirse enseguida de nuevo... no importa cómo...
            La demencia humana es tan genial, que recubre el infierno terrestre con un barniz lustroso, lleno de romanticismo, de arte y, sobre todo, repleto de la gran mentira: ¡la religión exotérica! Y mientras tanto, el hombre hace su maldición más diabólica y el infierno más demoníaco, con su técnica y su ciencia.
            Y a este antro de pecados desciende Jesucristo, y haciéndose uno de nosotros. Y los discípulos, con su estado anormal regenerativo, caen a sus pies y le preguntan: «Buen Maestro, ¿qué debemos hacer para heredar la vida?» Y es cuando ellos oyen la reprimenda: «¿Por qué me llamáis bueno? No hay nadie que sea bueno, ni uno solo.» Nadie es bueno, a excepción de la manifestación original del Logos... el Hombre Celeste.
            «¿Qué debemos hacer?» ‑le preguntan desesperados. «¡Id, vended todo lo que tenéis!» Que cada rico y cada uno de los que se enriquecieron en la ascensión regenerativa en el campo de vida dialéctico, abandone ahora voluntariamente toda cultura espiritual según la naturaleza. Que cada uno abandone ahora los frutos de su desarrollo regenerativo dialéctico, abandone ese género de riqueza y, desnudo y completamente vacío, como un mendigo, como un ser indigno, llame a la puerta de la vida nueva.
            Y entonces se pueden hacer dos cosas: o apartarse entristecido, como el "joven rico", y apegarse de nuevo a la demencia del consuelo, de la belleza, del romanticismo, de la magia y de la religión según la naturaleza, o despedirse definitivamente de la ilusión, apartarse voluntariamente de todo aquello que se posee, y seguir al Hombre Celeste, a Jesús, por las puertas de la vida nueva.

Si el alumno consigue entrar por las puertas de la vida nueva, todo se vuelve absolutamente diferente. En ese estado, él no tiene necesidad de elevar queja alguna, acusando o atacando. Porque allí encontramos la alegría de la vida nueva y la paz que sobrepasa toda comprensión según la naturaleza.
            Porque allí, Dios mismo habita en él y todas las cosas son nuevas. Y lo divino, lo celeste, enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá más muerte; allí no tendrá más disgustos, ni lamentaciones, ni luto, porque las primeras cosas habrán desaparecido.
            El principio fundamental de esa eterna alegría es: vaciado según la naturaleza, como una virgen, y unido a su chispa divina, estar ante la puerta de la realización.
            Este principio fundamental no es un descubrimiento de la Rosacruz moderna, sino que está al eterno abrigo en todos los tiempos. Si deseamos encontrar la verdad, debemos renunciar a las demencias de la vida dialéctica. El alumno debe tener el valor de demoler y construir como un verdadero francmasón. Cuando se apercibe de que un muro no fue construido debidamente a plomada, él dice: metamos la piqueta y comencemos de nuevo.
            El nuevo camino, en el que irrumpió la Rosacruz moderna y que este libro describe, es un camino muy antiguo, que la demencia humana recubre con malas hierbas y parásitos.
            El alumno, con los instrumentos que tiene a su disposición, debe encontrar de nuevo la puerta de la eternidad. Sólo entonces tendrá derecho a entonar su canto triunfal:

            Venid, fieles combatientes,
            tensad vuestros arcos,
            elevaos a la nueva era,
            resistid firmes en la adversidad.

Lo que este libro intenta transmitir, se encuentra innegablemente en la Enseñanza Universal. Entre las grandes figuras crísticas, vemos surgir desde las profundidades de los tiempos más remotos, al incomparable Hermes Trismegistos, quien, en su divino Poimandres, describe las nupcias del Hombre Celeste con la virgen del mundo, el cual se manifiesta abandonando la dialéctica y volviéndose hacia la luz. Más próximo en el tiempo a nosotros, en los primeros siglos de nuestra era, el autor del Apocalipsis, ¿no da testimonio de las nupcias del Cordero celeste con su Novia vuelta virgen? Es así como de nuevo se realizaron las palabras mágicas: «Volví a llamar a mi Hijo de Egipto.»
            Desde el alba de la Era Aria, viene hacia nosotros el misterio de la salvación del hombre nuevo. Y este misterium magnum es divulgado en nuestra época en un ámbito mayor, ya que: ¡el tiempo ha llegado! Allí donde se celebran las nupcias del hombre celeste con su novia dialéctica fundamentalmente transformada, allí debe ser realizado un cambio total de la personalidad y un nuevo estado de conciencia debe manifestarse.
            Vamos a aportar algunas explicaciones sobre ese nuevo estado de conciencia.

La propiedad elemental más destacada de la nueva conciencia es la omnipresencia, el experimentar y poseer todas las dimensiones en el cosmos, ser uno con la manifestación universal, estar en todas partes al mismo tiempo y, por lo tanto, "no‑ser".
            Este es el testimonio de quienes experimentaron por primera vez la sensación de la nueva conciencia. Sentir la omnipresencia, poseer y formar parte de todas las dimensiones en el cosmos, fundirse con la manifestación universal, dar y crear una realidad tan diferente de aquélla a la que se está habituado en el campo de vida terrestre, que se está inclinado, en esa invasión del universo, en esta total integración en él, a negar todo foco de conciencia. El alumno ya no ve ni espacio, ni Logos, ni orden, ni razón, ni plan, ni criatura, ni apariencia. Solamente luz, en la que se pierde bienaventurado; solamente fuerza, con la que se une por completo. Una grande y omnipresente nada, a la cual está unido sin lazos.
            Pero ésta es solamente la primera sensación, la primera sorpresa de la nueva conciencia. Es el preludio, la alegre entrada del hombre celeste en la nueva Jerusalén. Es la conmoción del Amor en el cual el candidato se sumerge como en un bienaventurado no‑ser.
            Y entonces... entonces se abre el ojo de Shiva, el ojo de Dangma, el tercer ojo de la mitología. Entonces se abre la puerta celeste mencionada en el Apocalipsis. Este ojo de Shiva, decididamente no es la pineal que ha entrado en unión de fuego y luz con la hipófisis en actividad a partir de la corporeidad dialéctica, sino que es la unión del poder de pensamiento celeste con el poder del pensamiento dialéctico que se ha vuelto virgen. Este ojo de Shiva, esta puerta hacia el cielo, hacia la estática del orden divino, el Reino de los Cielos, del que habla Pablo, se vuelve cada vez más claro, se abre cada vez más ampliamente, a medida que el alumno consigue demoler su viejo templo con el fin de reconstruirlo en tres días. ¡Que quien pueda comprender, comprenda!
            Y tan pronto como este ojo de Shiva, con una mirada clara y luminosa, contempla el nuevo mundo ‑tras la resurrección al tercer día, que es como la ascensión a una montaña‑ aquel que se ha vuelto omnipresente no se vuelve un bienaventurado embriagado de luz en un "no‑ser" místico, sino que él es, él se vuelve, con Aquél que guía los cielos y la tierra, un realizador, un coheredero, un co‑constructor del plan de Dios para el mundo y la humanidad. El es entonces un miembro vivo y consciente del Cuerpo de Cristo, de la Jerarquía, del Templo que no fue construido con la ayuda de un martillo.
            La nueva conciencia capacita al alumno para participar en el extraordinario proceso de creación y purificación que, por mandato de Dios, fue comenzado y se continúa para todas las criaturas. Por esto leemos, en el Apocalipsis, que el alumno que consigue atravesar los tres Círculos Séptuples puede decir:
            «Después de eso miré, y vi una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que había oído como de trompeta, me hablaba y decía: Sube y yo te haré ver las cosas que han de acaecer después de éstas.
            Y Aquél que estaba sentado sobre el trono dijo: Mira, yo hago nuevas todas las cosas. Y El me dijo: Escribe, pues estas palabras son fieles y verdaderas.»
            ¡Escribe ‑ actúa ‑ habla ‑ construye!
            Y aquél que da testimonio de estas cosas, y aquél que sabe, y aquél que ve el ojo de Shiva lucir en el horizonte de la nueva vida dice: «Sí, voy enseguida. Sí, ven, hombre celeste.»


























                                                                        XVI

                                                         La tarea y la obra de la

                                                 Escuela Espiritual en la nueva era


Cuando se estudia los diferentes campos de trabajo en este mundo, en los que se proyectan las ambiciones humanas, se descubre que el hombre procura realizar siempre sus objetivos con el mismo método. Los partidos políticos, las asociaciones humanitarias, las organizaciones eclesiásticas y las diversas asociaciones esotéricas plasman sus programas, los dan a conocer y se esfuerzan, con diversas actividades, en fortalecer su influencia sobre el público y en reclutar el mayor número posible de personas.
            Se puede hablar, en este sentido, de un método de acción horizontal. Este método siempre tiene éxito, cuando se sabe esperar el momento psicológico para despertar los intereses, por medio de una literatura fácil de comprender y apoyándose en una organización coherente. Con una táctica científicamente apropiada, se puede insuflar un nuevo impulso de vida a la institución más enflaquecida, sin que se quede en ridículo.
            Del mismo modo que en el comercio puede ser vendido un artículo de ínfima calidad, y continuar vendiéndose gracias a una propaganda psicológica apropiada, llena de promesas inexpresables, también es posible, si no se cometen necedades, despertar y mantener el interés en relación con cualquier deseo, idea y enseñanza, o con cualquier institución que proclame ocuparse de la salvación de la humanidad.
            Así gira en círculo la humanidad en un océano de ideas, lanzada de derecha a izquierda para, finalmente, cuando está amenazada con ahogarse, agarrarse a los restos especulativos que mejor correspondan a su tipo. Ella no tiene la seguridad de poder llegar así a la orilla deseada. Todo es pura especulación. Poco importa que el clavo ardiendo al que usted está aferrado se le caiga de las manos, hay muchos otros que con gusto le serán ofrecidos y puestos al alcance de la mano.
            El mar de la vida está repleto de todo tipo de embarcaciones. Todas tienen la pretensión de ser un barco de salvación y navegan en todas las direcciones en medio de una gran confusión. Hay centenares de ellas en las que su tripulación afirma "tener a bordo al Hijo del Padre y tener a la vista la orilla segura". Pero la cuestión de saber quién es el que tiene a bordo al Hijo del Padre no está todavía resuelta, y la orilla que todos ven de un modo tan seguro parece muy caprichosa, pues todos siguen caminos completamente divergentes. Tales situaciones requieren toda la atención de los alumnos buscadores, pues ellas oscilan de aquí para allá en el mar de la vida y son avivadas por los tripulantes.
            Naturalmente el lector considerará al autor de este libro, como a uno de tales, y creerá que pretende ser el comandante del más poderoso barco de salvación, que tiene a bordo, en su cabina, al Hijo del Padre con mayor autenticidad que nadie, y que tiene a la vista la orilla más segura, según el ojo artificial esotérico patentado. Tal vez piensa que la Rosacruz está en la vanguardia de muchas otras instituciones, debido a la naturaleza excepcional del camino que proclama.
            Muchos decidirán subir a nuestro barco, pero también habrá muchos que estén indecisos. Hallarán el curso de la embarcación un tanto extraño y se fijarán atentamente en las manos de los que les advierten desde otros barcos, así como en los garfios de abordaje de los grupos que muestran sus armas, lo que podría resultar peligroso, pues ya sucedió que muchos barcos repletos de pasajeros, fueron atacados y aniquilados por piratas espirituales.
            También puede ocurrir que el objetivo no sea la orilla segura, sino más bien la fundación de una sociedad de navegación, que mantenga las naves navegando permanentemente, y de una asociación encargada de administrar los intereses de la tripulación. Algunos saben esto. Numerosos poetas, pensadores y escritores que desenmascararon la gran explotación espiritual y su ilusión, y no es necesario citarles ni añadir nada al respecto, pues la traición y la especulación siempre son colocadas al descubierto y puestas en evidencia.
            El hombre buscador se da perfecta cuenta de ello, pero también está debatiéndose en el mar académico y supone que existen otras naves a las que podría acceder, en las que se le daría la bienvenida con una fuerza liberadora a bordo, y que le llevarían en línea recta a una playa segura. Con otras palabras, desea sustituir una ilusión por otra. Pasa de una especulación a otra.
            ¿Por qué arriesgar con la Rosacruz? Lo que la Rosacruz enseña y quiere, ¿no es en su mayoría una especulación a los ojos del buscador? ¿Puede el buscador controlar directamente la exactitud de lo que la Rosacruz afirma que es irrefutable? Aunque dijéramos: "La orilla segura es de esta manera", el lector común no tiene la facultad de poder controlar la exactitud de esta declaración. A esto se añade el hecho de que son muchos los que aún dudan seriamente de nuestra lealtad hacia la verdad y están totalmente en desacuerdo con nosotros.
            La mayoría de los seres humanos, náufragos en el mar académico, no posee ningún poder crítico que les permita sondear la verdad. El hombre dispone por supuesto de una facultad crítica, pero está unida a la sangre y a la ilusión de las hipótesis. Una verdad puede ser tenida por auténtica, sin que por eso tenga un poder liberador.
            Si alguien acepta una verdad sin reconocerla en su inicio como tal ‑lo que generalmente se hace‑, llegan momentos en que no podrá, o no querrá someterse a las consecuencias de ello, y, por lo tanto, romperá la unión con esa verdad.
            Reconocer una verdad significa poseerla interiormente. Suponga que nuestra interpretación sobre la orilla segura sea la correcta y que usted reconoce como exactas nuestras indicaciones al respecto. Esto significaría que conocemos, tanto usted como nosotros, la orilla segura, que conocemos el camino o que lo poseemos. Por lo tanto no nos será necesario atraerle hacia nosotros y nos reconoceremos como hermanos.
            Pero es también muy probable que usted no tenga la menor certeza de que la verdad preconizada por este libro sea verdadera y pueda serle liberadora. Usted carece de la facultad de control y, por consiguiente, la posibilidad de reacción justa y espontánea. Por esto la verdad viva suspira diciendo: «Mi pueblo se pierde por falta de conocimiento.» Por ello hay oídos que, aunque oyen, no pueden oír, y ojos que, aunque ven, están ciegos. Esto es una ley dialéctica. Por lo tanto, los lectores que son confrontados con el contenido de este libro, deben reaccionar de manera muy diferente a la habitual ante la lectura de un libro en general.
            La Rosacruz no organiza ningún barco rápido hacia una u otra orilla, y el lector no debe buscar nada parecido. Debe tomar la decisión de jamás hacer uso del método horizontal. Este es un consejo que damos, un consejo que no queremos imponer a nadie con cualquier táctica de capataz. Los trabajadores de la Rosacruz son extraños a esos ejercicios de deporte metafísico de las iglesias, asociaciones y sociedades.
            El contenido de este libro solamente tiene sentido, y si Dios lo quiere utilidad, para quienes están interiormente en estado de reconocer. Sobre la base de la igualdad, el autor quiere mostrar con toda sencillez a quienes están con él en la luz, algunas consecuencias de la nueva era, sin querer imponerse como autoridad.
            Cuando la Escuela Espiritual de la Rosacruz anuncia que ha asumido una iniciativa mundial y ha formado una nueva Fraternidad Hermética activa, y que se da a conocer como Ekklesia Pistis Sophia, nadie puede pensar que quiera llegar a su objetivo por el método horizontal, pues con este método, la Rosacruz nunca alcanzaría tal objetivo. Los hombres que buscan la liberación no tienen ninguna necesidad de una nueva agencia de alquiler de naves esotéricas. Cualquier grupo de ese género, ciertamente no tiene nada que temer en cuanto a una posible competencia de la Rosacruz.
            La idea de formar una fraternidad mundial dialéctica es tan vieja como Matusalén, e incluso más vieja aún, y la Rosacruz no tiene intención de persuadirles con esa idea. La empresa de intentar una reforma mundial la han asumido, sin éxito, miles de hombres en los años y siglos precedentes, y la Rosacruz no desea ilusionar a nadie con semejante empresa. Todo cuanto se quiera emprender en ese sentido no tiene perspectivas, y toda ilusión en ese campo reacciona engañosamente.
            A lo largo de los siglos, la Fraternidad de la Rosacruz expuso lo estéril de ese punto de vista. Como ejemplo de ello sirva el texto "La reforma general del mundo entero", escrito satírico del italiano Trajano Boccalini, que fue imprimido junto a la primera edición de la Fama Fraternitatis R.C., en 1614, en lengua alemana. En él leemos que un gran número de sabios, autoridades competentes y personas eminentes, convocados por Apolo en el monte Parnaso, discutían, sin éxito, sobre la posibilidad de una reforma general del mundo. Lo que uno suponía posible, otro lo rechazaba. Finalmente, esos señores, consternados y amargamente desilusionados, no sabían qué hacer, a lo que su secretario, Mazzoni, tomó la palabra y dijo:

«Señores míos, les pido que sepan disculparme si digo que me parecen médicos irreflexivos, que pierden su tiempo en disputas y se atormentan con discusiones, sin ver antes al paciente y sin oír el relato de su dolencia.
            Se nos ha encargado curar al siglo de la peligrosa debilidad con la que va tan abatido. Todos los aquí reunidos estuvimos ocupados en ello, y hemos exprimido nuestros cerebros para encontrar la causa de la dolencia y un remedio saludable, y ninguno de nosotros fue lo bastante razonable como para realizar una visita y examinar al paciente.
            Por esto, señores, soy de la opinión de que debemos mandar llamar al propio siglo e interrogarle sobre sus molestias. Desnudémosle y examinemos aquí sus miembros lesionados. De esta manera el tratamiento se nos hará más factible, ya que por el momento no encontramos ninguna esperanza de éxito.»
            Esta propuesta de Mazzoni agradó de tal modo a los presentes, que en aquel mismo instante dieron orden para que fuese llamado el siglo. Este fue llevado por las Cuatro Estaciones en un asiento, al interior del palacio de Delfos.
            Era un hombre de edad, de buena presencia, y disponía de una constitución tan robusta, que aparentaba poder vivir todavía muchos centenares de años. Estaba solamente asmático y se quejaba siempre con voz cavernosa y tos ronca. Los señores se sorprendieron y le preguntaron qué era lo que le atormentaba tanto, puesto que su tez presentaba un estado de frescura y normalidad, índice de un calor natural suficiente y de un estómago en buen estado. Acordáronse entonces de que cien años atrás, él había tenido mal color, como si hubiese padecido ictericia. Pero, con todo, se expresaba con vivacidad y con fuerza. Pidieron al paciente que les contase todo lo referente a su molestia, puesto que le habían llamado para curarle.
            A todas esas preguntas de los filósofos respondió: «Señores míos, poco tiempo después de mi nacimiento, empecé a sentir las dolencias que ahora me atormentan. Mi buen semblante que los señores ven, proviene de la pintura con la que los hombres me embadurnaron. Mi dolencia es como el flujo y reflujo del mar: el mar sube y baja según tiempos determinados, pero siempre contiene la misma cantidad de agua. Observo estos mismos cambios en mí. Cuando parezco bien de salud y exteriormente me presento convenientemente, y mi tez se muestra suave y agradable, la dolencia es interior, como lo es en el presente. Mientras que, cuando tengo mala fisonomía y un aspecto ruin, estoy bien de salud interiormente. Puesto que desean saber cuáles son las dolencias que me atormentan, retiren de mí la vestimenta con la que los hombres me disfrazan, para esconder un miserable cuerpo que parece muerto. Véanme desnudo, tal como la naturaleza me creó, y comprenderán que soy como un cadáver viviente.»
            En esto, dichos señores se aproximaron a siglo e, inmediatamente, tras haberle desnudado, vieron que tenía todo el cuerpo recubierto de cuatro dedos de espesor de una sarna que le consumía. Los señores reformadores mandaron traer diez navajas para liberarle de la sarna, pero se dieron cuenta de que había penetrado tan profundamente, que llegarían al esqueleto sin poder encontrar ni un sólo pedazo de carne sana en todo el enorme cuerpo. Quedaron de tal manera horrorizados, que le volvieron a colocar apresuradamente el vestido y le despidieron.
            Convencidos, tras el examen, de que no existía ninguna esperanza de cura para el siglo, resolvieron abandonar la tarea de promover el bienestar general que les había sido encomendada, y sólo se preocuparon de encontrar medios para conservar intacta su reputación y su consideración ante el mundo.
            Para dar la apariencia de haber solucionado el caso, y convencer al mundo de que habían cumplido bien con su obligación y defendido los intereses generales, esos mismos señores dictaron a su secretario, Mazzoni, el texto de una reforma general, en el cual, con palabras pomposas, demostraban hasta qué punto estaban interesados por el bienestar de la humanidad.
            Esta sátira expresa muy claramente nuestra intención. La Fraternidad de la Rosacruz no desea ningún plan de reforma para un mundo agonizante, no se hace ninguna ilusión al respecto.
            Pero, se podrá preguntar, ¿cuál es entonces la misión y la obra de la Escuela Espiritual en la nueva era? ¿Se puede todavía hablar de una misión y de un trabajo en las actuales circunstancias?

En los años venideros, la Fraternidad de la Rosacruz manifestará por sí misma una verdad cierta. Ya pasó el tiempo en que la mayor parte de la energía de los trabajadores era empleada en exteriorizar la verdad de la manera intelectual dialéctica corriente. Toda la humanidad que se dice espiritual e intelectual está discutiendo entre sí sobre lo que es "verdad" y lo que es "mentira". Y si lo que afirmamos es exacto, es decir, que la mayor parte de la humanidad ya no está en condiciones de poder distinguir la verdad de la mentira, ¿qué interés podría haber en presentar de nuevo, con un esfuerzo suplementario, la verdad de la Rosacruz?
            Por ello, la Escuela Espiritual no ha fundado una nueva organización de la verdad, ni ha establecido debates sobre la verdad, sino que pretende demostrar, por los resultados de su trabajo, la fuerza por la que existe y actúa. La Escuela Espiritual de la Rosacruz está ocupada en manifestar un estado real no sometido a ningún tipo de especulación: la realidad del hombre nuevo.
            Este estado real no tendrá un carácter reformador en el sentido social o espiritual terrestre, pero, desde muchos puntos de vista, actuará en sentido esclarecedor y demoledor.
            Cada cual podrá ver y comprender claramente la situación en que se encuentra el mundo y la humanidad actual en el orden de existencia y, ante la realidad del hombre nuevo, determinar la actitud que tomará en favor o en contra de la luz.
            Por lo tanto, pensamos que, en un tiempo relativamente corto, cada hombre, tanto el de profundo saber espiritual como el muy superficial, estará en condiciones por su propio ser para juzgar, sacar conclusiones y determinar su actitud respecto a la realidad de la verdad y de la mentira claramente visibles. Esta decisión será tomada de forma independiente, y nadie podrá ser forzado por ninguna autoridad.
            Un cambio espiritual se fructificará, no para dirigir al orden natural terrestre hacia alguna nueva línea política, social o económica; ni para ponerse en contra de una idea determinada, de un gobierno o de una iglesia; sino que, haciendo uso de las nuevas condiciones atmosféricas y magnéticas, producirá fenómenos que influirán en todos los reinos naturales, de tal forma que las concepciones, las relaciones y las ideas se transformarán completa y necesariamente.
            Cualquier aclaración detallada sobre estos acontecimientos venideros, podría ser, para la mayor parte de nuestros lectores, un motivo de nuevas especulaciones, por lo que guardaremos silencio. Mas un hecho es cierto: las iglesias con su forma actual, con sus experiencias metafísicas, desaparecerán; el periodismo, tal como lo conocemos ahora, no tendrá nada con que alimentarse, y la ciencia, las letras y las artes se modificarán profundamente.
            La humanidad despertará de un sueño y será colocada ante una elección. Algunos darán la espalda resueltamente a los tripulantes combatientes que, solos o en sociedad, con su supuesto Hijo del Padre a bordo, les quieren conducir a la orilla segura... que nunca alcanzan.
            La Fraternidad Mundial no preguntará a los posibles interesados: "Si esto es de su agrado, ¿desea venir con nosotros?", sino que ella entrará en escena, se demostrará manifestando el ya referido estado de hecho.
            Al comienzo de la citada fase final, fue dirigida a todo el campo esotérico la siguiente declaración: "Pueden unirse a nosotros, si lo desean y si se consideran aptos; pero ello no es indispensable, pues podemos prescindir de ustedes." Que el lector considere este libro como una modesta parte de esa declaración.
            La Fraternidad que va a llevar a cabo el trabajo en cuestión vive, está plenamente preparada para realizar su tarea, completa en cuanto al número y llena de fuerza. Un cambio espiritual absoluto se va a efectuar en el mundo. ¡Con usted o sin usted! Tal vez sin usted... pero, de todas formas, ¡para usted!
            Que quienes participan en el Reino Inmutable sirvan, de todo corazón, al Señor y a su Fraternidad.
            Esperamos y rogamos que muchos puedan reflexionar sobre nuestro ofrecimiento y que examinen abiertamente nuestro arte y exploren el presente con toda su dedicación y, si es posible, den a conocer con todas sus fuerzas nuestros puntos de vista.
            La Gran Obra será realizada. ¡Dios no deja que la obra de sus manos perezca!


                                                      DEI GLORIA INTACTA

                                         LA GLORIA DE DIOS ES INTOCABLE

















                                                                     Epílogo


Cruel, insensata y demente es la vida. Se podría decir que un dios monstruoso se está divirtiendo en un lúgubre juego con sus criaturas. El hombre, indefenso, es arrastrado a este infierno. El llegó a pensar que vivía, y que el camino que seguía le llevaba a un bien superior más amplio y más perfecto. Pero regresa para descubrir que es triturado sin sentido en los molinos del tiempo.
            Las ilusiones son desvanecidas y, día tras día, se encuentra cara a cara con la muerte. Apenas nace, comienza ya a calcificarse, y el cáncer consume sus fuerzas vivas. Desde niño se encuentra a las puertas de un gran destino... ¿Pero de qué destino? ¿Quién lo sabe? Es un salto en profundas tinieblas de insondable distancia.
            Y mientras tanto, los hombres se congregan para una bendición nupcial y dicen: "¡Sí!" ¿A qué dicen sí? A que ellos santificarán sus vidas. Y los mejores de ellos intentarán hacerlo, consiguiendo muy poco. Luchan como héroes y heroínas... pero ¿cuál es el resultado?
            Hay quienes se ríen, otros se encogen de hombros en señal de desdén. Y existen también quienes no quieren juzgar una vida por su resultado, sino por el esfuerzo del hombre, por la lucha que mantiene contra lo que está establecido para él por la naturaleza. ¿Pero quién sería lo suficientemente psicólogo para apreciar el valor de una vida según la esencia de la lucha que en ella se expresa?
            La lucha en la que se encuentran los hombres, es de un color muy particular para cada uno de ellos y tan variada como hombres existen. Hay un pasado sanguíneo viejo de eones, que el hombre arrastra en este valle de lágrimas, y también está su forma corpórea, cuyos aspectos más vitales, en su mayor parte, proceden de sus padres. En esta situación, debe llevar la tarea de su vida a buen término.
            ¿Ha meditado usted ya sobre esto? ¿Se ha dado cuenta de que tiene que realizar el plan divino con un instrumental que, en su mayor parte, no ha confeccionado usted?
            Los hombres son llamados "entidades auto‑creadoras", pero no lo son. ¡Hace mucho tiempo que dejaron de serlo! Es evidente y lógico que su propio ser sanguíneo bloqueó su manifestación. Con todo, es necesario que el alumno se impregne profundamente con la idea de que él debe su forma corpórea a quienes denomina padres, ¡y eso es monstruoso y demencial, y fuertemente antinatural! Sin embargo, por ese proceso de procreación natural, él es creado en este mundo, y esto es una ley, la ley de emergencia de la dialéctica.
            Cuando la madre está inclinada sobre el lecho de su hijo y le acaricia llena de ternura, es la madre animal, pero si consideramos al ser humano según el plan de Dios, ella es completamente anormal. Y cuando un hombre, lleno de tristeza, se inclina sobre la tumba y llora a sus muertos, es un acto lógico según la naturaleza, pero como ser humano, según el plan de Dios, es anormal.
            ¿Descubrió ya con nosotros qué ha ocurrido? ¿Ha descubierto la ilusión, la inmensa y profunda mistificación? Usted habita en un cuerpo que en el fondo, y según los designios de Dios, ¡no es el nuestro! Usted se encuentra prisionero detrás de unas rejas y la ilusión de la carne es más peligrosa y terrible de lo que usted se puede imaginar. Pues su prisión no está hecha solamente de carne y huesos, de una estructura celular y de un corazón que late, sino que también tiene una contrapartida etérica y un pozo de deseos, una facultad pensadora y, por consiguiente, una conciencia biológica.
            Es, por lo tanto, una locura espantosa, a la que se bautiza, se casa, procrea y a la que sepultamos y vemos como se disgrega: «Tú eres polvo, y en polvo te convertirás.»
            Y el hombre se encuentra detrás de todo esto. ¿Quién es el hombre? ¿El señor tal o la señora cual, inscritos en el registro civil de esta o aquella ciudad? ¡Esta es la ilusión!
            Detrás de todo esto se encuentra el Hombre, el verdadero Hombre, el Hombre que es de Dios y que quiere regresar a El. El quiere manifestarse, pero no puede hacerlo. El carrusel biológico gira locamente, realizando su circuito con estrépito ensordecedor, y el hombre verdadero intenta escapar de él, y procura hacer señas, pero estos intentos son igualmente vanos.
            Buscador, ¿ha encontrado ya, en el transcurso de una noche febril, desesperada, la faz incomparable de su propio ser humano superior? En una concentración de los sentidos, ¿sondeó usted alguna vez la sublimidad y la gloria de la vida verdadera, mientras el médico se ocupaba, tal vez, en mantener en funcionamiento su aparato biológico anquilosado?
            ¿Reflexionó ya cuán amiga es la muerte? ¡Pues la muerte es una oportunidad de vida!
            Usted no comprende esto, y por ello cree oír unas palabras destinadas a alguien cansado de la vida, que aspira al fin, y que incluso aspira a facilitar un poco ese fin.
            Pero le decimos: la muerte es una oportunidad de vida, una grande y pálida amiga, tal como la denomina la escritora sueca Selma Lagerlöf, una gran posibilidad para quienes pueden ver desde el interior a Jesús el Señor.
            ¿Cómo es posible que en la existencia de un hombre terrenal hable el impulso hacia la vida superior y verdadera, el impulso para devenir un ser humano absoluto? ¿Cómo llega un hombre a reaccionar a ese impulso, de un modo u otro, tal vez sin resultado dialéctico visible? Es el recuerdo, el pasado subconsciente el que le habla.
            Pero, ¿por qué ese pasado subconsciente habla interiormente en unos y no en otros?
            Ese recuerdo es provocado por un despertar parcial del verdadero hombre superior, por el despertar del núcleo espiritual central que hace valer sus derechos recibidos de Dios y clava una espada en el hombre biológico.
            Y, por la influencia de ese despertar, hubo quienes han querido proveer la prisión terrestre de placeres, de comodidades esotéricas. Otros han tratado de preparar un lugar para el hombre celeste en la ilusoria forma biológica. Pero también existen quienes rehúsan terminantemente asociarse con este elemento de desmoralización, con esta decadencia espiritual... y esto es la Rosacruz... ¡éste es el misterio de la salvación!
            Cuando el hombre aprende a reconocer que la influencia del hombre superior no puede ser desviada ni por el cultivo de la personalidad ni por la división de la personalidad, sólo le queda un camino, un método. El ser superior debe inflamar ese recuerdo hasta transformarle en un incendio, en una aflicción opresiva, en una soledad, en un inconmensurable deseo, en una acuciante nostalgia febril, como si se apretara la cara contra una almohada para sofocar los sollozos, en una manifestación de pensamientos de desprecio ante una vida perdida, en la que todo se volvió oscuro.
            Pues bien, ése es el secreto de la salvación. Porque esa muerte de la naturaleza, ese desmoronamiento de la carne, es la liberación. Porque esa desesperación, ese oscuro y profundo abismo, regado de lágrimas, prepara el campo para el maravilloso crecimiento. En esta aflicción según la naturaleza, crece el hombre celeste en usted, el Cristo en usted. Nace de nuevo, no por la voluntad del hombre, ni por la voluntad de la carne, sino por la propia vida divina.
            Ese hombre celeste no tiene nada en común con la manifestación dialéctica. Ni un cabello, ni una fibra, ni la menor célula participa en ese proceso.
            A medida que el pre‑recuerdo importuna al hombre y no le deja en paz y le fuerza a recorrer el mundo profiriendo lamentos, tal como el judío errante de la leyenda, el hombre celeste crece, el cual vuelve a ser una entidad autocreadora. Pero los peregrinos lo ignoran y se miran mutuamente con ojos ardientes suplicando: "Oh Dios, muéstranos la salida", pues se sienten morir, se sienten sucumbir.
            Y mientras tanto, el hombre celeste crece, ¡pero ellos no lo saben! ¡Y esto es la Rosacruz! Y el poeta del Cantar de los Cantares entona sus himnos: «Qué bella eres, oh amiga mía», pero el alumno no la ve todavía. Y Jesús el Señor testimonia: «El Reino de los Cielos está en vosotros», y El lo dice a quienes se encuentran en esta muerte según la naturaleza; pero los peregrinos no conocen todavía ese misterio de salvación.
            ¡Pero un día lo conocerán! En un momento psicológico, en su "día del Señor", se encontrarán, caídos y perseguidos según la naturaleza, en su isla árida y desierta, en su Patmos del aislamiento, y en ese momento, y solamente entonces, el hombre celeste se les manifestará en toda su gloria. El proceso del crecimiento de la renovación está ya tan adelantado que se puede festejar el fin, el misterio de la iniciación y de la redención de la nueva era. ¡Y éste es el misterio de la salvación!
            En la existencia sombría de la humanidad, la muerte no es liberadora, sino un simple cambio de situación, un giro de la rueda. Pero morir mientras se vive puede volverse la puerta de la eternidad. La pérdida de la vestidura terrestre, inútil, no es más que un fenómeno de importancia secundaria, porque el hombre liberado asciende en su cuerpo celeste; la novia celeste está preparada y el hombre, libre de la rueda de los nacimientos, ya nunca más deberá reencarnarse, salvo que lo haga voluntariamente al servicio de la Gran Obra.
            Para muchos alumnos que recorren el camino, tal como fue descrito en este libro, es posible que en el momento en que la muerte natural se les presente, no les haya sido posible todavía despertar en Patmos, con un renacimiento total del hombre celeste, pero lo que ellos conquistaron de ese "ser celeste", ya no les podrá ser arrebatado. Por un crecimiento posterior en el Vacío de Shambhala, dispondrán de la gran oportunidad de poder liberarse de la rueda, para entrar entonces, realmente, en la paz eterna del gran Reino.
            Millares de hombres emparentados con nosotros por el espíritu, están bajo la influencia de las tensiones y agitaciones ocasionadas por los procesos que hemos intentado describir. Y ahora hemos atacado fundamentalmente su ilusión dialéctica y sus sueños erróneos. Tuvimos que apartarles todo aquello que les hubiera servido para apoyarse y aferrarse. Les hemos tocado en su corazón dialéctico y la lectura de algunos pasajes de este libro les deben de haber irritado mucho. Pero nuestra misión al servicio de la Rosacruz fue incitarles a esa muerte según la naturaleza.
            ¿Y no es todo eso maravilloso, desconocido amigo? Pues usted fue impulsado hacia su Patmos y hacia su victoria y a volverse un día la cosecha de la Rosacruz de Oro. El hacha ya está en las raíces del árbol de la ilusión, y con pasos resueltos, traspasamos las puertas de la eternidad. Si está con nosotros en este camino, entonces reconoce y aprecia la verdad de estas palabras y posee ya al hombre celeste en crecimiento.
            Comprenderá por qué el antiguo poeta cantaba: «Aquél que habita en los cielos sonreirá.» Pero ese sonreír es la alegría del conocimiento y del sentimiento que no se explican con palabras. Es una sonrisa de felicidad, en la que las lágrimas acuden a los ojos y caen como perlas en la oscuridad de la noche, donde brillan como estrellas silenciosas. Nosotros deseamos esa sonrisa a todos.
            Sintamos esa alegría, pues la magnificencia eterna nos llama al despertar, en el destello de una nueva aurora.

                                             ¡QUE LA PAZ ESTE CON USTED!







                                                                     Glosario


Alma: En este libro se comprende como el intermediario entre espíritu y materia, es decir, como la luz y la sangre que unen el primer aspecto de la triple manifestación humana con el tercer aspecto. El alma de la triple manifestación dialéctica debe ser mortal por naturaleza. Por eso Cristo es llamado el Salvador del alma, ya que sin un alma‑intermediaria purificada es imposible una vida más elevada.

Campo de Respiración: El campo de respiración, o esfera aural, o cuerpo del deseo, es el campo de fuerza en el que se realiza la triple manifestación dialéctica. Este campo de fuerza es luminoso, vibrante, tiene una estructura de líneas de fuerza individual y también posee puntos centrales de fuerza que muestran un movimiento de gran dinamismo. Todas las fuerzas y materiales que penetran del exterior en el campo de respiración son, según el estado del campo de respiración, admitidas o expulsadas, dañadas en su efecto o dinamizadas, acogidas en el sistema interno o rechazadas. El campo de respiración forma parte del triple sistema dialéctico del hombre y es uno con él.

Conciencia biológica: Es el centro de la conciencia ordinaria natural del triple sistema dialéctico humano rodeada por el campo de respiración. Nunca se debe confundir con el aspecto espiritual más elevado del hombre.

Dialéctica: El campo de vida actual de la ola de vida humana. Este campo de vida es movido por los contrarios (día‑noche, luz‑oscuridad, bien‑mal, vida‑muerte, etc) y por eso es llamado dialéctico. En su estado original era concebido para contrarrestar la cristalización y el aferramiento a la forma en este campo de vida por medio de una disolución natural y armónica de la manifestación y forma. Con otras palabras: la permanencia en el estado de vida dialéctico era y es concebido como temporal, como un tránsito hacia el bien más elevado, es decir, como un orden de emergencia. Por eso, en el campo de vida dialéctico, se pueden distinguir dos procesos, uno regenerativo y otro degenerativo, y por eso, finalmente, una separación entre la masa que en un principio habita el campo de vida.
            En el orden dialéctico, un hombre puede regenerarse, ascender hacia el bien más elevado, penetrar en un campo de vida más alto, o degenerar, hundirse en el pecado, penetrar en un campo de vida más bajo. En la Biblia se designan estas regiones respectivamente como "Reino de los Cielos" y "tinieblas más exteriores".

Esfera aural: Ver campo de respiración.

Espíritu central humano: El núcleo de conciencia original, el núcleo espiritual del hombre verdadero e inmortal. Con la caída del hombre y su expulsión del actual campo de existencia dialéctico, la personalidad celeste se vació y perdió el núcleo espiritual central y, por consiguiente, su posibilidad de manifestación. Desde entonces está atada a su personalidad terrenal y perecedera, a la que no puede controlar y debe contemplar impotente, con un sufrimiento interminable, cómo una conciencia biológica, la conciencia perecedera del yo, toma su lugar como soberana, en una impía auto‑realización.
            La salvación en Cristo quiere acabar con ello por medio de la auto‑ofrenda voluntaria del hombre‑yo y ‑por la fuerza de gracia del Cristo universal que despierta de nuevo a la vida a la personalidad original‑ procurar al hombre verdadero, el hombre‑espíritu, tenga la posibilidad de manifestar el plan de Dios conforme a su llamada.

Fuego de la serpiente: La fuerza creadora de la conciencia biológica que circula por el sistema de la columna vertebral y por medio de este sistema, a través de los nervios, controla toda la manifestación dialéctica (ver iniciación de Marte en el primer círculo séptuple).

Gnosis: a) El aliento‑amor de Dios, la radiación plena que proviene del Logos, la fuente de todas las cosas, para que, en y por ella, el hombre caído pueda realizar el plan de salvación. Esta radiación de plenitud otorga al hombre, según su orientación hacia la Luz, toda la sabiduría, amor y fuerza que él necesita para ello.
            b) La Fraternidad Universal, como portadora y manifestación de este campo de radiación crístico.

Librum Naturae: Designación mística de la Enseñanza Universal, el conocimiento absoluto, la sabiduría y la fuerza, necesarios para poder recorrer el camino que conduce hacia lo alto.

Mar académico: La existencia en el actual campo de vida humano de la dialéctica (Ver dialéctica) es llamada, debido al constante movimiento del interminable subir, brillar y descender a lo que aquí todo está sometido, por los antiguos Rosacruces, como el océano inconmensurable de experiencias, en el que toda la humanidad caída ha sido arrojada para que en él, so pena de un total hundimiento, comprenda la gran lección de este orden de emergencia, es decir, que la verdadera vida, la vida de paz, amor, sabiduría, libertad y felicidad, la vida elevada por encima del sufrimiento y la muerte, que el hombre continuamente quiere ver erigirse en este mundo dividido, no puede encontrarse en esta esfera de existencia del abismo (ni en éste, ni tampoco al otro lado del velo de la muerte), sino exclusivamente en el Reino que no es de este mundo, el reino del amor de Cristo, la morada original de la humanidad. Por eso, Cristo es el pescador de hombres, que salva a quienes disciernen esto y quieren sacar las consecuencias de este discernimiento, conduciéndoles por el camino de la transfiguración, por el camino, la verdad y la vida. Ver también el libro "Cristianópolis", de Johan Valentín Andreae, comentado por Jan van Rijckenborgh.

Microcosmos: En este libro y en conformidad con la sabiduría original, se designa así el gran campo de creación individual humano. No se entiende meramente como el campo de respiración con la triple manifestación dialéctica que en él está presente. En un microcosmos pueden existir al mismo tiempo varias creaciones, al igual que podemos percibir diversos sistemas interdependientes en el macrocosmos. Para podernos hacer una idea de esta múltiple manifestación en un campo de creación, pensamos en lo siguiente: Una manifestación múltiple puede surgir de la conciencia biológica y sus diversas representaciones religiosas científicas y enfermizas. Si la conciencia biológica mantiene una determinada representación el tiempo suficiente, y la alimenta con pensamientos, deseos, sentimientos, esta figuración cobrará finalmente forma y vida en el microcosmos. Comienza como un satélite, girando en torno de su creador, como un planeta en torno del sol. Así en el campo de creación del hombre pueden vivir y trabajar demonios; son suyos y están con él. Puede dejar vivir un dios, un Cristo, una María o un hierofante. Todo ha despertado a la vida por la imaginación del hombre, por su estado sanguíneo. El puede crear todo un panteón de antepasados, amigos y parientes fallecidos y así llegar a engaños espiritistas. Hay muchos hombres que de esta forma han poblado todo su microcosmos con una horda de demonios, dioses y otros seres; con otras palabras, una personalidad dialéctica manifestada hasta una interminable división. El hombre de la naturaleza es el centro de un planetario impío por las infecciones y engaños de la conciencia biológica. La elevación por encima de la dialéctica, tal y como se describe en este libro, significa al mismo tiempo la aniquilación del planetario impío. La purificación del microcosmos es la condición inseparable para el desarrollo del cuerpo celeste que es: un nuevo sistema de campo de respiración en el gran campo de creación; que no proviene de la conciencia biológica sino del espíritu central.

Portador de imagen: En el plan de emergencia de Dios para la humanidad caída, se establece que el hombre, a través de la escuela de las experiencias, conservará la posibilidad de realizar el plan original que el Logos ha determinado para la humanidad. La seguridad de ello yace encerrada en la rosa del corazón, el átomo chispa de espíritu o el átomo crístico situado en la cima de la cámara derecha del corazón. Este átomo original, un rudimentario vestigio de lo original, de la vida divina, también llamado "semilla de oro de Jesús" o "joya maravillosa en el loto", es el germen de un microcosmos totalmente nuevo, la semilla divina que es guardada en el hombre caído como una promesa de la gracia, hasta que llegue el momento en el que madurada por el sufrimiento de las experiencias, recuerde su origen y se llene de anhelo por la casa del Padre. Se ha creado, entonces, la posibilidad de que la luz de la esencia universal crística despierte al adormecido botón de rosa de su estado latente, por lo que se crea el fundamento para el proceso de regeneración del hombre: el proceso de devenir un hombre nuevo a imagen de dios. El hombre que porta el átomo chispa de espíritu en el corazón, es también por derecho un portador de imagen de Dios. Por eso, la gran lección que la existencia presente quiere enseñar al hombre es ésta: Que la vida perecedera no es una meta en sí misma, sino que ella se ofrece al hombre, como portador de imagen de Dios, como posibilidad de realizar su llamada: salvar y ofrecer la vida eterna al microcosmos hundido en la muerte y la oscuridad.

Rosa del corazón: Ver portador de imagen.

Vacío de Shambhala: Es una región situada fuera de la esfera material y fuera del más allá, que es preparada por la Fraternidad de la Rosacruz de Oro para ofrecer a los alumnos de la Escuela Espiritual una situación bajo condiciones armónicas libres de dificultades, obstáculos, peligros y molestias de la dialéctica en la que puedan continuar el trabajo comenzado y coronarlo con éxito.

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