martes, 22 de febrero de 2011

EL MISTERIO DE LA VIDA Y LA MUERTE






EL MISTERIO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE


Jan van Rijckenborgh




















Capítulo 1


El misterio de la caída



Si dedicásemos un tiempo en realizar una encuesta al hombre de hoy, en relación a su concepción del misterio de la vida y de la muerte, descubriríamos que a este respecto existen opiniones contradictorias o imprecisas, o bien un total desconocimiento del tema. La causa hay que buscarla en el fárrago de enseñanzas divergentes difundidas en la humanidad desde tiempos inmemoriales, cuyas huellas están ancladas en el ser sanguíneo de cada hombre.
         El camino que conduce al discernimiento ‑primer escalón del camino de la quíntuple Gnosis universal‑ no es un camino de estudio y de comprensión intelectual. El discernimiento que el hombre necesita ha de conquistarse tras de un período de muchas dificultades, después de eliminar innumerables obstáculos en esta verdadera jungla presente en lo más recóndito de su ser.
         Precisamente cuando la luz trata de abrirse paso en el hombre, estos obstáculos suscitan muchas interferencias y molestias, ya que las sombras extrañas y gigantescas que se forman dan una imagen tan imperfecta e impura de la realidad, que el hombre debe redoblar incesantemente su prudencia. En ese momento se da cuenta de hasta qué punto se es conservador, del poco valor y fuerza que tiene para abandonar las sombras engañosas y seguir a la luz de la verdad y de la realidad.
         Queremos profundizar en este misterio de la vida y de la muerte, y por esto empezamos por rechazar resuelta y abiertamente ‑por estar en oposición con la realidad‑ la antigua enseñanza oculta de la reencarnación.
         Para muchos buscadores de la liberación, la reencarnación es la última tabla de salvación donde aferrarse. Sin duda, más de uno ha pensado: "Si no puedo alcanzar el renacimiento liberador en esta vida, me queda todavía, a pesar de todo, el renacimiento en el plano horizontal. Volveré a este valle de lágrimas y entonces veremos."
         Esta forma de pensar es, para muchos, una especie de seguro de vida. "Suponiendo que todo lo que yo hubiera podido aprender con respecto a la doctrina de la liberación fuese falso, no importa, me queda el hecho de que existo, de que soy. ¡Son muchos los que recuerdan sus encarnaciones precedentes!" ‑se piensa. "Gruesos libros han sido escritos sobre ello. Estoy aquí, pronto me iré de vacaciones a las regiones celestes, y luego tendré cuidado de escoger bien la cuna donde me encontraré cuando regrese. Ya tengo cierta edad, mi tiempo aquí se extinguirá pronto y pasaré al país del verano. Mientras tanto, en la esfera de la materia se podrán bombardear y destruir con bombas atómicas o de hidrógeno. Pasada la refriega, seré un recién nacido en una nueva cuna. La rueda de la vida y de la muerte gira en el mundo de la dialéctica, pero no ataca la existencia de mi yo."
         Los que, después de haberse forjado una ilusión tan consoladora sobre el proceso de la reencarnación, tomen conocimiento de los datos aquí expuestos, se llenarán de asombro, protestarán y se angustiarán. Su último seguro de vida es atacado.
         Usted se preguntará si este punto de vista de la Fraternidad se basa en pruebas serias; si existen razones filosóficas que lo justifiquen; si es posible suministrar a este respecto pruebas veraces, extraídas de la historia de las fraternidades transfigurísticas; si este punto de vista concuerda con la justicia divina; si no se llega, de esta manera, al punto de vista desesperanzador de las comunidades religiosas ortodoxas, que atemorizan a los hombres con la amenaza del juicio divino al final tras una supuesta vida única.
         Al respecto pueden surgir numerosas preguntas, y no seríamos la Fraternidad, si no profundizáramos en ellas, aportando, si es necesario, una serie de argumentos convincentes y de hechos naturales incontestables que permitan que todos capten lo que queremos dar a entender.

Comencemos por precisar el punto de vista expuesto:
‑ Usted sólo vive una vez.
‑ Después de la muerte, la llama de su vida se apaga después de un tiempo más o menos largo.
‑ De ella no queda nada.
‑ Actualmente usted es sólo un alma viviente, no en el sentido de eternidad, sino en el sentido espacio‑temporal.
‑ La personalidad que el alma emplea se explica por el estado de esta alma.
‑ Su personalidad muere y su alma también: ni la Biblia, ni la Enseñanza Universal, ni los hechos dejan alguna duda al respecto.
‑ En conclusión, en esta vida usted tiene que optar por la muerte o por la vida.
‑ Si usted no lo hace en esta vida, otra manifestación del alma lo hará en su microcosmos, quizás dentro de algunos miles de años, pero esta alma ciertamente ya no será usted.
‑ Cada alma que nace sólo es un producto material de dos progenitores materiales, y no procede de ninguna región de vida invisible, ni está unida al microcosmos, ni proviene de él.
‑ Su existencia‑alma es generativa. La colectividad de las almas terrestres puede subdividirse hasta el infinito. Un alma se va, otra vuelve, y todo queda igual.
‑ Al lado de nuestra corriente de almas, hay otras muchas corrientes más en el universo dialéctico, las cuales difieren entre sí por su frecuencia vibratoria, lo cual permite la aparición de grandes variedades de forma y de conciencia.
‑ La vida del alma no tiene nada en común con la vida del espíritu, y confundir el espíritu con el alma equivale a considerar como semejantes a cosas distintas.
‑ Por consiguiente, las antiguas doctrinas de la reencarnación, o bien tienen otro significado o constituyen una ilusión.

El problema es más o menos así y vamos a intentar explicárselo según las directrices y criterios de la Fraternidad. Para ello llamamos su atención sobre el universo nirvánico, base de un verdadero desarrollo humano‑divino.
         Las expresiones "Nirvana", "autodisolución" o "mundo del no ser" sólo son aproximaciones. Llega al Nirvana quien ha dejado atrás las normas dialécticas y la vida dialéctica del alma. Regresa al Nirvana quien ha eliminado todos los obstáculos en sí mismo.
         Sin embargo, el término "Nirvana" no nos dice nada del mundo humano‑divino. Según nuestro criterio, simplemente determina el estado que hay que alcanzar para entrar en ese mundo fundamental, en el estado de no ser. Considerado superficialmente, estar en alguna parte "no siendo nada" parece un disparate. Por esta razón traducimos Nirvana por "disolverse", al igual que la gota de agua que al volver al océano se pierde en él.
         Nirvana es el universo divino eterno e imperecedero. Las entidades a las que pertenecen las almas mortales han salido de este universo en un remoto pasado y deben de volver a él, si es que quieren llegar a la verdadera libertad divina y eterna.
         ¿Qué queremos decir con "entidades"? Llamamos así a los microcosmos. Un microcosmos es un complicado sistema vital, una unidad compuesta por muchas partes. Una de esas partes es, por un tiempo, el alma mortal y su personalidad. Un microcosmos es una copia reducida de un cosmos. Puesto que las nociones de "pequeño" y "grande" son relativas, podemos con mucha razón comparar a un microcosmos con un átomo.
         Un microcosmos tiene una estructura atómica. La ciencia enseña que hay muchas clases de átomos, y por ello vamos a describir ahora qué clase de átomo es el microcosmos.
         Este átomo posee tres núcleos. En su centro, dos núcleos giran uno alrededor del otro a gran velocidad, mientras que el tercer núcleo gira alrededor de los otros dos describiendo una amplia órbita. A estos tres núcleos podemos describirlos como tres almas. Por ello se puede decir que el microcosmos tiene tres almas. Las dos almas que giran en el centro tienen una relación positivo‑ negativo, masculino‑femenino. La tercera alma es neutra, es el factor de unión y de aportación en el microcosmos.
         Al igual que alrededor de cada núcleo atómico giran también otras partículas que forman un todo compuesto, en el microcosmos también ocurre lo mismo. El constituye un sistema, una manifestación, un reino. Y a partir de los núcleos positivo y negativo, la personalidad se manifiesta. Considerando al microcosmos en su conjunto, se puede decir con razón: «El Reino está en vuestro interior.»
         La Biblia llama a este reino, a esta manifestación, el "Reino de Dios". Con ello no se da a entender que cada microcosmos es un dios, un todo separado. Esto significa sencillamente que dicho reino micro‑atómico pertenece a un todo mayor, a una Gnosis, de la misma forma en que un cosmos no existe por sí mismo, sino que pertenece a un macrocosmos, a un conjunto de cosmos.
         La orientación de estos seres tri‑unitarios (que existen de tres almas) que acabamos de describir, debe ser centrífuga y no centrípeta. Cada átomo debe entregarse, debe realizarse en la manifestación universal, debe consagrarse a ella, debe servirla plenamente y, por consiguiente, manifestarse a sí mismo por esa forma impersonal de servir.
         Estos seres tri‑unitarios, gracias al no ser, llegarán a ser perfectamente en el mundo nirvánico fundamental. Por esta actividad centrífuga, es decir que se olvida de sí misma, todas las fronteras desaparecen; ya no hay más espacios, y por ello tampoco límites. Sólo queda lo infinito, lo eterno.
         Sin embargo, cuando dicha entidad atómica tri‑unitaria vuelve su mirada hacia el interior, cuando se contempla y en consecuencia origina una actividad centrípeta, la ley divina, que yace en el fundamento de este tipo de átomos, es transgredida. Las relaciones magnéticas se desequilibran y nace un intenso calor, un fuego poderoso.
         Cuando se produjo esta catástrofe, este calor fue el que dividió el átomo e hizo que uno de los dos núcleos de alma que giraban uno alrededor del otro en el centro del microcosmos fuera arrojado al exterior del sistema y desapareciese en el espacio.
         En ciertos microcosmos fue arrojado el núcleo positivo, en otros el negativo. Esta es la causa de la separación de los sexos. Los microcosmos en los que ocurrió esta catástrofe formaron a partir de ese momento una bi‑unidad, en lugar de la tri‑unidad.
         Las consecuencias de ello fueron terribles. Por su esfuerzo centrípeto, ya no sirviendo al Reino de Dios, sino buscando y queriendo su propio reino, dichos microcosmos mutilados crearon fronteras y, como consecuencia de las leyes naturales, se encontraron en el interior de un mundo espacial.
         Allí donde hay límites fijos, reina también el tiempo. Por lo tanto, estas entidades se hundieron en el espacio‑tiempo, donde se suceden la luz y las tinieblas, el día y la noche, como consecuencia de las rotaciones. Así comienza la travesía de la dialéctica.
         Observamos que con la expulsión de uno de los núcleos atómicos ‑consecuencia del inmenso calor del fuego‑ el Reino Interior se derrumbó.
         Así apareció por primera vez en el interior la muerte. El microcosmos, vuelto bi‑unidad, no pudo conservar su reino que deseaba mantener, y ese reino murió. ¡Queriendo conservarlo todo, lo perdió todo! Y el microcosmos, vacío, erró por la noche del mundo, arrastrado por las corrientes magnéticas de un orden espacio‑temporal.
         ¿Quién salvará a este sistema expulsado del Nirvana, del Paraíso?
         Muerto viviente, el microcosmos yerra sin fin, padeciendo infinitos e insoportables sufrimientos. ¿Cómo puede volver a un nuevo comienzo? ¿A un regreso?
         Teóricamente, el problema parece sencillo de solucionar: el núcleo del alma arrojado debe volver al sistema y, en completa ofrenda de sí mismo, unirse al otro núcleo del alma todavía presente, restableciendo así el reino original.
         Pero, ¿de dónde debe venir este núcleo del alma que un día fue arrojado? ¿No se disolvió en el espacio? ¿No volvió como fuerza inmanifestada a las fuentes de energía neutra? ¿No podría ser enviada una nueva chispa desde la resplandeciente eternidad al apagado universo de la noche, para completar el sistema bi‑unitario hasta formar un sistema tri‑unitario, haciéndole recobrar así su majestad perdida?
         No dudamos que ésta sería la verdadera solución. Pero comprendemos demasiado bien que una chispa divina, por su fuerza y su carga inconmensurables, por su diferencia de frecuencia vibratoria con la de la naturaleza de la muerte, ocasionaría nuevamente una catástrofe. Todo el microcosmos estallaría, regresando a la energía neutra.
         Por eso, deben ser tomadas una serie de medidas preparatorias, antes de que Dios pueda enviar a su Hijo, a su chispa, al sistema caído.
         La Fraternidad Universal se encontró colocada ante la profundidad de este problema.
























Capítulo 2


La enseñanza de la reencarnación



La lectura del capítulo anterior ha podido darle una idea aproximada del misterio de la caída. Como ahora sabe, esa caída hizo que los microcosmos originales perdiesen su naturaleza tri‑unitaria para convertirse en una bi‑unidad. Hemos comparado al microcosmos con un átomo, y hemos descubierto que originalmente poseía tres núcleos, tres almas. Con la ayuda de este sistema, el microcosmos creaba y actuaba autónomamente.
         Es evidente que este tipo de átomo, el microcosmos, al igual que cualquier átomo, por pertenecer a un grupo mayor de átomos, no debía manifestar su poder autocreador de manera centrípeta, sino de manera centrífuga. En el átomo microcósmico estaban acumuladas inmensas energías y, con la manifestación centrífuga de esas energías, podía cooperar sin causarse daño a sí mismo en la manifestación y conservación del cuerpo universal, el reino universal de Dios.
         Si, por el contrario, las energías irradiadas fuesen dirigidas hacia el interior, el calor y el poder así desarrollados resultarían demasiado grandes para el propio sistema, lo que daría lugar a una combustión y desnaturalización. Sabemos que efectivamente ocurrió algo semejante, tal como vimos en el capítulo anterior. Uno de los tres núcleos del átomo fue expulsado del sistema, se perdió en el espacio y sobrevivió un átomo con dos núcleos, el cual ya no podía ni manifestarse ni ser empleado en el reino original, a causa de su desnaturalización. Todos los microcosmos convertidos en bi‑unidades fueron expulsados del Reino de Dios por causas exclusivamente naturales, y yerran como sin sentido en un espacio en correspondencia con su estado de ser.
         Este espacio es denominado en la Enseñanza Universal "el caos". Comúnmente se traduce "caos" por "desorden". Esto es erróneo. "Caos" significa "no ordenado", "completamente informe". Por consiguiente, comprenderá que estos sistemas cayeron en el caos de un espacio totalmente amorfo. Su desnaturalización hizo imposible el regreso al estado original. Se trataba de un nuevo tipo de átomos no previsto por el Logos, sino nacidos de la contranaturaleza por un mal uso de la libertad.
         En sentido gnóstico, el nuevo tipo de microcosmos ya no tenía razón de ser, no cuadraba en la manifestación universal, era una disonancia en la armonía de las esferas. Por esto hemos atraído su atención hacia el enorme problema que debió plantear a la Fraternidad Universal esta colectividad de microcosmos de nuevo tipo, a saber, la posibilidad de salvación de esa multitud caída.
         También Jacob Böhme se ha preocupado, en sus escritos filosóficos, por este gigantesco problema, y explica a su manera cómo lo resolvió la Fraternidad Universal en favor de los caídos. Dice que la Gnosis les cerró el universo divino ‑y sabemos que desde el punto de vista científico‑natural no podía ser de otra manera‑ y que, como consecuencia, en el espacio en que se encontraban esos seres caídos tuvo que ser creado un orden de emergencia que fue atacado en su corazón por Cristo con el fin de redimirlo.
         Hay que comprender que un microcosmos es inmortal. La muerte carcome su ser y mora en el interior de su sistema, pero su existencia es en esencia inatacable. El está cargado con los efectos de innumerables faltas, lo que origina que cada vez esté más desnaturalizado. Quizás pueda usted imaginarse, más o menos, dicho estado. Un microcosmos es expulsado del orden divino y, como consecuencia de lo anteriormente citado, va a parar al caos. Dicho sistema carece de objetivo, se ha vuelto inútil y ocioso. No es impulsado por ningún plan, por ninguna energía universal, y aunque tuviese esa energía, ésta sería totalmente absorbida por la naturaleza centrípeta del nuevo tipo de átomo. Ahora bien, teniendo en cuenta que estos sistemas están provistos de cierta medida de conciencia, puede usted imaginarse el grado de sufrimiento que pueden experimentar en su caos.
         Pues bien, para esos microcosmos ‑innumerables según nuestro criterio‑ fue creado un orden cósmico provisional, un universo espacio‑temporal, un universo de la muerte en el caos, sometido a las leyes de la dialéctica, al perpetuo subir, brillar y descender, a un movimiento alternativo de expansión y de contracción; un universo absolutamente relativo. Podemos hablar así de un plan divino al servicio de nuestro estado caído, y sería una locura confundir este plan divino de salvación con el orden del reino original de Dios. Debemos concentrar su atención en este hecho para que no se confunda, y si esto ya hubiese acontecido, que podamos librarle de esa confusión.
         Profundicemos ahora en la esencia del plan divino de salvación, teniendo presente en la memoria la estructura del microcosmos que se encuentra en este universo dialéctico.
         Un microcosmos tiene forma de esfera, en cuyo alrededor hay un campo magnético complejo. Cuando se examina dicha esfera desde cierta distancia, en primer lugar nos llama la atención lo que denominamos "el ser aural". Es una capa exterior de composición séptuple, en la que se encuentra un sistema magnético, un conjunto coherente de puntos magnéticos. El ser aural posee igualmente un núcleo atómico que forma una unidad más o menos consciente con el sistema de puntos magnéticos. A esta unidad consciente la llamamos "ego aural" o "alma aural".
         La esfera del microcosmos tiene en su interior un espacio que llamamos "campo de manifestación". En el corazón de este campo se encuentra un segundo núcleo atómico, que conocemos como "Rosa del Corazón", "Joya Maravillosa" o "alma latente desconocida".
         Al proseguir nuestro análisis descubrimos que el alma aural no tiene relación ni contacto alguno con la rosa en el corazón. Desde el ser aural emanan líneas de fuerza magnéticas hacia el interior y el campo de manifestación es un espacio lleno de fuertes y continuas vibraciones. Sin embargo, la rosa en el corazón no reacciona a ellos, duerme. Por consiguiente, sólo existe vida verdadera cuando miramos al ego aural; en el campo de manifestación de la esfera, sólo hay un "vacío" de vida.
         Al hablar del ego aural viviente, tiene que comprender que la vida que mora en él es muy extraña y en nuestras formas de existencia es algo desconocido. La vida del ego aural no es ni mineral, ni vegetal, ni animal, y tampoco puede ser considerada como sobrehumana.
         La mejor forma de entender el estado de conciencia del ego aural es compararlo con el de un elemental. Es la conciencia resultante de la conjunción de fuerzas magnéticas, y puede ser intensa o tenue, fuerte o débil, buena o mala, siempre de acuerdo con los procesos que influyen en la esfera, procedentes tanto del interior como del exterior. Es una conciencia sin ninguna reacción psicológica personal profunda, sino completamente automática e imparcial.
         Dado que se trata de una conciencia automática, es evidente que si el microcosmos quiere vivir, en el sentido superior de la palabra, debe poseer un ser‑alma que le guíe. Sin embargo, esta alma no se encuentra en los microcosmos que hemos descrito. Lo único que existe es una supuesta vida en el alma aural y una vida completamente latente en el corazón central. Fuera de esto no hay nada. Por esta razón no se puede afirmar que el microcosmos viva, pero tampoco que esté muerto.
         Tal es ahora el estado de un microcosmos vaciado en nuestro campo de vida. Este es el estado en que quedaron todos los microcosmos cuando, en su sistema, pereció la tercera alma. Le recordamos que el tercer núcleo de alma, en colaboración con la rosa del alma, permitía la existencia de una personalidad magnífica en el campo de manifestación del microcosmos. Pero esa personalidad desapareció de dicho campo en el momento en que el orden del sistema fue perturbado por la actividad centrípeta.

¿Qué ha de ocurrir ahora? El tercer núcleo de alma debe ser reintroducido en el sistema, debe restablecer la unidad con la rosa del alma, de forma que así pueda ser reconstruida la entidad original. ¿Pero de dónde ha de venir este tercer núcleo de alma? El tercer aspecto del alma se ha disuelto por el calor del fuego, se ha desintegrado en energía.
         El Logos tiene que resolver un enorme problema. Y debemos decirle que dicho problema sigue resolviéndose todavía hoy, en alguno de sus estados de desarrollo, ya que no todos los microcosmos han sido salvados y reconducidos al reino original.
         Le hemos explicado que fue creado un orden cósmico de emergencia, cuyo conjunto tiene como objetivo la creación de un ser, de un ser vivo, que pudiera ocupar el lugar temporalmente del alma y de la personalidad original desaparecidas. A partir del momento en que esta entidad sustitutiva comienza a actuar en cierta medida como suplente en el campo de manifestación de un microcosmos, es creada la posibilidad de un gran proceso de transfiguración y, por lo tanto, de regreso.
         Quizás le sea difícil tener que admitir que actualmente usted es el producto final de un orden de emergencia planificado. Al nacer, usted sustituye al tercer núcleo de alma desaparecido, y su joven cuerpo, al de la personalidad gloriosa de antaño. Este núcleo de alma y este joven cuerpo son introducidos en el interior de un microcosmos vaciado. En realidad, esto es como una operación, un transplante: un órgano procedente de un orden de emergencia es injertado en una entidad de otro orden. Ahora hay que ver si ese órgano transplantado podrá y querrá asumir su tarea y si, haciéndolo, podrá llevarse a cabo el plan de regreso, pues éste es el objetivo de esta operación.
         Por el camino de la transfiguración es posible hacerle tomar conciencia de su estado y de la grandiosa meta. Si usted consigue entrar en comunión armoniosa con el átomo del corazón, el ego aural neutro reaccionará inmediatamente. El gran proceso, el proceso de salvación, comienza entonces. En lo que a usted concierne, como producto final del orden de emergencia, se produce un intenso y grandioso milagro. Al igual que un órgano trasplantado en un cuerpo puede empezar a reaccionar y con ello, puede hacer que todo el cuerpo viva, y a la vez vivir en el cuerpo que lo ha aceptado, también usted será admitido en la vida del orden original gracias al quíntuple proceso gnóstico, el método de trasplantación. Entonces abandonará el orden de emergencia al que pertenece ahora y entrará, con el sistema en el que ha sido introducido, en un orden superior. Usted es encarnado, trasplantado en un ser divino, y con él vivirá eternamente. Usted será con razón un "nacido dos veces": una vez según la naturaleza terrestre y otra según el ser celestial.
         Si esta ascensión, este segundo nacimiento no se lleva a cabo, usted sabe tan bien como nosotros lo que sucederá. Usted sufrirá la muerte de su estado terrestre: «Eres polvo y en polvo te convertirás», y su microcosmos cargado con una nueva desilusión, y con frecuencia profundamente herido, deberá esperar una nueva oportunidad.

Ahora está lo suficientemente documentado para analizar el dogma de la reencarnación, que muchos aceptan pero que nosotros rechazamos.
         La entidad del orden de emergencia que usted representa ha sido conducida a un elevado grado de perfección de la conciencia. Esta perfección era necesaria para llevar a cabo el plan de salvación, ya que para recorrer el camino de los nacidos dos veces hay que disponer de un ser con una inteligencia elevada y con una personalidad finamente equipada, un ser que pueda ser realmente portador de la imagen del tercer núcleo de alma original y de la personalidad que existía al respecto.
         Cuando se dispone de tal portador de imagen, se puede entrar, con posibilidad de éxito, en unión con el otro ser, con el microcosmos vaciado, con el fin de que los dos puedan volverse uno y que esta nueva unidad pueda regresar al Reino Inmutable. Esto es, en resumen, el gran plan.
         Y este plan debe hacerse "carne", es decir, realidad. Hay numerosas entidades que en el pasado de la humanidad han demostrado este "hacerse carne". La Palabra, el Plan de Dios, se ha hecho carne muchas veces y ha vivido entre nosotros. Y muchos han visto su gloria, gloria que sólo a los que conocen el Plan y su trasfondo, les recuerda la magnificencia original de los unigénitos del Padre, llenos de gracia y de verdad.
         Tenemos el deber, el permiso y la capacidad de realizar para nosotros esa gloria. Somos portadores de la imagen del tercer núcleo de alma perdido. Estamos modelados con la materia de este orden del mundo y podemos actuar en el sistema microcósmico caído, identificarnos con él, llevarlo de nuevo a su gloria perdida y compartir eternamente esa gloria.
         No obstante, usted comprenderá que nuestro estado de ser como portadores de imagen encierra un gran peligro. El peligro de que el ser formado por evolución en portador de imagen, y llamado a un estado tan elevado de liberación, se crea una perfección individualizada y, a causa de esa ilusión, trate de apoderarse de un poder que convierta el orden de emergencia en un orden de ilusión.




























Capítulo 3


La armadura óctuple



En el capítulo anterior le hemos presentado dos entidades muy distintas una de otra, que momentáneamente forman juntas el ser que solemos llamar "hombre" en sentido general. Uno de estos dos seres es el microcosmos vaciado, procedente del universo nirvánico, de donde cayó por haber perdido su tercer núcleo, como consecuencia de una actividad centrípeta. El otro ser es el que dice "yo", el ser del alma con su personalidad que experimenta ser un yo terrestre, material y mortal.
         Uno de estos seres, el microcosmos vaciado, es un ser de la eternidad, aunque esté sometido a numerosos cambios. El otro ser, el alma‑yo terrestre, lleva una existencia temporal. Una parte de esta entidad material muere en la esfera de la materia y la otra se disuelve en la esfera reflectora. El que dice "yo" es aniquilado por completo y de él no queda nada.
         En lo que concierne a la mayoría de las entidades vivas, vemos en la práctica que, al nacer, el alma mortal se une a un microcosmos vaciado. Lo mortal y lo eterno forman así una unidad completa. El que esta unidad sea temporal o eterna, depende por completo de factores de contenido y de comprensión recíprocos.
         Cuando la unidad es temporal, en un momento dado esta unidad es destruida; la parte mortal cae como una hoja seca y sigue el camino de la materia, y la parte inmortal queda sin rumbo y vacía, y a menudo herida de nuevo gravemente.
         Cuando la unidad tiende a volverse eterna, observamos que el ser‑alma mortal se consagra, se entrega y se une al ser‑alma latente que encontramos en medio del microcosmos: la rosa en el corazón, la joya maravillosa. Estos dos seres que se han unido, junto al tercer núcleo del alma que se encuentra en el ser aural del microcosmos, formarán una trinidad. Así, en esta nueva unión según el estado de alma y toda la entidad, esta trinidad se propulsa a sí misma hacia la transfiguración, hacia el retorno al universo nirvánico, hacia el esplendor original. Este proceso representa el único camino para hacer del alma mortal y de su personalidad un ser eterno, y para llevar de nuevo al microcosmos caído a la Casa del Padre. Este es el Camino de Salvación.
         Sin duda, usted comprenderá el medio que permite recorrer este camino. El tener la posibilidad de consagrarse a la rosa en el corazón del microcosmos, y no tanto la acción misma de entregarse a él, es el gran milagro de salvación del Logos. Este es el grandioso secreto del orden de emergencia del que el hombre ha emanado.
         Este orden de emergencia tiene que ser, en sentido divino, el lugar de trabajo en donde pueda efectuarse la reconstitución del microcosmos caído. ¿Cuáles son las almas mortales empleadas para este fin?
         Usted es portador de la imagen de la Gnosis. Debe entender bien esta definición. Usted no es un portador de la imagen de Dios, queriendo decir que es Dios, o algo divino, como se quiere dar a entender tan a menudo. No, usted es una imagen de la Gnosis, es decir, el producto final del gigantesco plan divino de la Fraternidad Universal. Es el portador de la imagen del tercer átomo‑alma desaparecido del microcosmos, y como tal está destinado a restablecer el universo divino.
         Como alma mortal, usted es de muy alta y noble estirpe; no obstante, entiéndalo bien, ha sido creado como medio, nunca como fin. Ha sido creado como medio para conducir a la gran jerarquía de microcosmos caídos al restablecimiento de la manifestación universal divina.
         Usted no es una herramienta sacrificada a este plan divino de restablecimiento. Usted no es un ser inteligente creado para desaparecer sin más después de ser usado, ya que entonces se podría hablar con razón de crueldad. No, cuando se une al magnífico objetivo para el que ha sido creado, también usted alcanza la eternidad, a pesar de su naturaleza finita y mortal. Entonces, como dice Pablo: «La muerte ha sido absorbida por la victoria».
         La manifestación crística de salvación no es un drama inhumano, sino una obra alegre casi incomprensible. La manifestación crística de salvación es "el final feliz" de la imagen divina que toma cuerpo en el hombre a condición de que cumpla con las exigencias de esta imagen.

Queda ahora por escribir el último acto y por llevar a cabo la última profecía, por medio de usted y en usted. En tanto que alma mortal, usted recorre un camino de cruz. Un camino de cruz es un camino de ofrenda. El camino de cruz tiene un objetivo.
         Usted puede convertir este camino de cruz en un camino inútil, en un simple camino de la cuna a la tumba. Este camino es indeciblemente horrendo por su inutilidad, su ilusión y su experiencia. Sin embargo, se vuelve diferente cuando usted cumple con su vocación. Entonces, literalmente, la rosa se une a la cruz. Como imagen del tercer núcleo del alma original, usted se consagra plenamente a la rosa. Usted tomará esta rosa en el jardín de las rosas y va a cuidar de este capullo para que se abra.
         Su camino de cruz se vuelve camino de liberación, porque al cumplir la misión de la rosa, el ego aural neutro se vuelve un yo superior. El invoca en amplias corrientes la salvación divina que circula sobre usted como una gracia inexpresable. Su camino de la rosa se colorea con el oro maravilloso del paraíso nirvánico. Usted es llamado a esto, porque usted puede hacerlo. Para esto ha sido creado. A todas las almas mortales que aceptan el objetivo de la rosa, él les capacita para volver a ser hijos de Dios.
         ¿Ha oído alguna vez evangelio más optimista y magnífico, así como más científico y digno de fe? ¿Por qué se aferra entonces con tanta fuerza al camino de cruz de la naturaleza que es un pilar de la muerte? ¿Por qué apoya su esperanza en la ilusión de: "Volveré una vez más para un nuevo viaje de dolor"? ¿Acaso no vive únicamente de instintos naturales? ¿O es usted el ser‑alma de un orden de emergencia, el ser‑alma de una imagen divina, que es el medio para la meta liberadora?
         Usted conoce estas reacciones negativas, tanto propias como de los demás. Estas reacciones serían incomprensibles y harían dudar del derecho a llamarse "portadores de la imagen de Dios". Pero esto no es todo, ya que usted corre peligro y las consecuencias de estos peligros le hacen constantes malas jugadas.
         Hay una ilusión gigantesca, organizada y con múltiples facetas, que se desliza sin cesar entre usted y la meta de la rosa, entre usted y el único camino, y por ello usted es continuamente su víctima. Los peligros se han transmitido a su sangre y a todo el género de las almas humanas. Se ataca al portador de la imagen de Dios y, a causa de dichos peligros, vemos cómo entidades que han llegado a un desarrollo perfecto, degeneran de nuevo por esos peligros. Las líneas del desarrollo se inclinan nuevamente hacia abajo, se pierden los valores adquiridos y nace una espantosa confusión. Por esto la dialéctica, u orden de emergencia destinado sólo a ser un campo de trabajo temporal, se ha vuelto un orden de maldad en el que se incuba y hace erupción un mal terrible. Este mal se ha comunicado también a su ser y, por ello, usted es un portador de imagen marcado por la maldad de los siglos.
         El Apóstol Pablo dice a propósito de esto en el capítulo 6 de su Epístola a los Efesios: «No tenemos que luchar contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo, contra las tinieblas de este siglo y contra los espíritus malos de los aires.»
         ¡Por desgracia no suceden ya las cosas de tal modo que usted tenga solamente que preparar su entidad psíquica y su estado de carne y sangre para recorrer el camino, que sólo tenga que luchar para entrar en la corriente! No, pues en todo el ámbito de la esfera de la materia y de la esfera reflectora residen fuerzas organizadas que le encadenan. Dado que esta situación actual le concierne en alto grado, nuestro deber es averiguar si tales trabas son demasiado resistentes para ser rotas.
         Como portador de la imagen de Dios, usted está destinado a la maravillosa misión del camino de la rosa de oro. Usted es obstaculizado, desde el exterior, por el campo de radiación de la maldad y, desde el interior, por la semilla de la maldad que se arraiga en usted desde que nace. ¿Cómo vencer estos impedimentos? Pablo responde a ello en la misma Epístola a los Efesios:

«Tomad, pues, la armadura de Dios, para resistir en el día malo y para manteneros firmes después de vencerlo todo.
         1º Ceñid vuestros riñones con la verdad.
         2º Revestid la coraza de la justicia,
         3º y calzad los pies con la agilidad que presta el evangelio de la paz.
         4º Colocaos el escudo de la fe con el que podréis parar todos los encendidos dardos.
         5º Tomad el yelmo de la salvación,
         6º y la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios.
         7º Rezad siempre toda suerte de oraciones y plegarias en el Espíritu.
         8º Cuidad de ello con perseverancia y orad por todos los santos.»

Esta es una armadura óctuple, un camino óctuple. Nos recuerda el sendero óctuple del Budismo. En el conocido Catecismo Budista (*) leemos las preguntas y respuestas 125 y 126:

«¿Cómo podemos obtener la victoria sobre nosotros mismos? Recorriendo el noble sendero óctuple que fue revelado y enseñado por el Buda. ¿Qué entiendes con estas palabras? ¿Cuál es el noble sendero óctuple? Las ocho partes de este sendero son:
         1º comprensión justa,
         2º pensamiento justo,
         3º palabra justa,
         4º acción justa,
         5º comportamiento justo,
         6º esfuerzo justo,
         7º recuerdo y autodisciplina justos,
         8º meditación justa.»

La enumeración escogida por Pablo difiere tan sólo un poco de la del Buda, pero su contenido es en esencia absolutamente idéntico. La enumeración tiene que variar de vez en cuando, porque el cuerpo racial y la naturaleza psíquica de las almas mortales están sometidos continuamente a la cristalización y a nuevos cambios, debido a la corrupción engendrada por la maldad. Por lo tanto, el óctuple camino debe modificarse en su enumeración continuamente para adaptarse a cada época.
         Pablo y el Buda empiezan ambos por la comprensión. Acto seguido Pablo pide la justicia y el Buda el pensamiento justo. Cosa comprensible, en efecto, ya que si nosotros, occidentales, habiendo alcanzado cierta comprensión pensáramos con los poderes de nuestro pensamiento cristalizado, obtendríamos una maraña de pensamientos contradictorios e inextricables. Por esto pide Pablo la acción inmediata, engendrada por la comprensión, ya que gracias a ella llega el hombre a la purificación de la sangre. La sangre densa, pesada, espesa, que se inclina cada vez más hacia la materia, se modifica por tal conducta, y sólo mucho más tarde el nuevo poder del pensamiento, cual yelmo de salvación, es un hecho consumado.

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(*) Véase Henry Steel Olcott "The Buddhist Catechism", Madras 1897.

Capítulo 4


Derramamiento de sangre



En el capítulo anterior se explicó que, a pesar de que usted es llamado a la maravillosa empresa del camino de la rosa de oro, en calidad de portador de la imagen de Dios, se lo impide desde fuera el campo de radiación de la maldad, y desde dentro la sangre de su nacimiento, por haberse arraigado en usted esta semilla de maldad.
         Para cruzar a través de estos impedimentos y perseverar firmes y sin perjuicios en su vocación divina, Pablo le aconseja que se revista de la armadura óctuple. Ahora queremos explicar más detalladamente esta armadura óctuple.
         «Ceñid vuestros riñones con la verdad», dice al principio. Mirado superficialmente, "ceñir" se refiere a la ropa y significa: ceñir el vestido, prepararse para salir. Debemos profundizar en el símbolo empleado por Pablo.
         Se trata de hecho del sistema hígado‑bazo, cuyo centro se sitúa en el plexo solar. Este sistema localizado a la altura de los riñones, es la central por excelencia de la producción y del control de la sangre. Por consiguiente, "ceñirse" en este sentido significa: basarse en la certeza de la sangre. Todos los actos del hombre, tanto el trabajo invisible del pensamiento y de la vida afectiva, como la actividad exterior, proceden de la sangre o están bajo su control.
         Cuando uno se ha ceñido de cierta certeza de la sangre; cuando tal certeza emana del sistema hígado‑bazo; cuando en el hígado se dota a la sangre continuamente de tal certeza y dicho hombre vive efectivamente de ese estado del hígado, la vida de actividades de tal individuo corresponderá totalmente con ese estado de la sangre. Por lo tanto, si usted quiere realmente vivir y recorrer el camino de la rosa, es imprescindible que en su sangre yazca la esencia, el objetivo y la verdad de todo esto.
         Usted podrá imaginarse fácilmente la situación de los que quieren recorrer este camino sin poseer este estado básico de la sangre. Tales personas fuerzan siempre su naturaleza en mayor o menor medida. Cuando se carece de esta certeza de la sangre surgen infaliblemente dificultades, sean relativas a su estado de alumno, sean con respecto a la Fraternidad o por ambas partes.
         Los que poseen la señal de la sangre exigida, la han recibido principalmente en y por la Fraternidad, lo que quiere decir que la lucha efectuada se desarrolló en el marco de esta Escuela. Para encontrar una solución a este combate, que debe llevarse a cabo individual y continuamente en el interior de un campo espiritual que hay que construir, es imprescindible que la certeza fundamental de la sangre se grabe en usted como algo indiscutible.
         ¿De qué manera puede adquirirse esta certeza de la sangre? Para que entienda bien esto, es preciso que atraigamos su atención hacia los cinco fluidos del alma.
         En primer lugar se trata de un fluido astral. Este fluido penetra en el sistema vital humano por medio del poder magnético del cerebro y llena con su fuego las siete cavidades cerebrales, el séptuple candelabro. Este fluido es el fuego del yo, el núcleo de la conciencia, por el que se explican los otros cuatro fluidos.
         Este fluido astral vitaliza los doce pares de nervios cerebrales. Por medio del fluido nervioso ‑el segundo fluido del alma‑ nacen doce poderes, doce propiedades, los cuales pueden ser llamados con razón los doce discípulos o los doce eones del hombre. Estos posibilitan la vida orgánica del hombre.
         El fuego de la serpiente que se encuentra en el interior del canal central de la columna vertebral es el tercer fluido del alma. Une de hecho al candelabro séptuple de la cabeza con el plexo sacro, situado en la base de la columna vertebral. Estos dos puntos: candelabro de la cabeza y plexo sacro, constituyen los dos polos magnéticos de nuestra personalidad; el plexo sacro ejerce además la misma función que el polo sur de nuestro planeta.
         En el fuego de la serpiente ‑eje de nuestra personalidad‑ se manifiesta el fuego astral directo y actual, mezclado con todos los impulsos kármicos magnéticos del pasado del microcosmos. Debe considerar el fuego de la serpiente como una mezcla del pasado y del presente. Esta esencia es transmitida también al sistema por medio de los nervios de la médula espinal, para que el sistema actúe de acuerdo con el conjunto total del sistema electromagnético.
         Esta preparación no es todavía suficiente para que esa base vital realice su tarea, por ello todavía hay un cuarto fluido del alma: el fluido hormonal, procedente de las glándulas de secreción interna. Podemos considerar estas glándulas como estaciones de transformación del fluido electromagnético, cargadas cada una de fuego magnético, cada una de ellas destinada a funciones específicas y secretando hormonas que se transmiten al quinto fluido del alma, resultado final de todo este trabajo anímico: la sangre.
         En la sangre habla, da testimonio y trabaja todo el ser. El alma, en su conjunto, se manifiesta en la sangre. Tal como es la sangre, así es el hombre. En la sangre y por la sangre, el estado de conciencia se transforma en estado de vida.
         Es evidente, por lo tanto, que si queremos actualizar y liberar realmente una verdad en nosotros, debemos poseerla en tanto que estado de sangre, en tanto que certeza sanguínea, puesto que en la sangre se manifiesta la totalidad del alma quíntuple. Por todo esto, la sangre es, tal como se dijo una vez, "un jugo muy especial".
         Nadie puede ceñirse con una verdad que la sangre no posee. Se puede forzar este estado, a lo más, durante un cierto tiempo, pero nadie puede hacerlo de manera constante. Por consiguiente, nadie puede ir hasta el final del camino de la rosa prescindiendo de esta certeza de la sangre y sin basarse en el «ceñid vuestros riñones con la verdad».
         En consecuencia, el primer cuidado del alumno de una Escuela Espiritual debe ser "ceñir" realmente la verdad. El que posee la verdad en la sangre, la ve confirmada por los impulsos de su sangre, y así puede trabajar sobre la base de su sangre para alcanzar su objetivo.
         Cuando realizamos nuestro cometido en conformidad con nuestra sangre, empleamos fuerza sanguínea, es decir, derramamos sangre. Por esto se dice que Jesús el Señor y otros grandes de la Gnosis han derramado su sangre por la humanidad. Utilizaron y gastaron la fuerza de su sangre en la que vivía y vibraba la verdad de Dios. Emplearon esta fuerza al servicio de una humanidad pecadora y hostil.
         La causa de este derramamiento de sangre, de esta profunda manifestación del alma, debe ser buscada por consiguiente en el hombre mismo. Mientras un hombre viva fuera de la verdad, otros ‑los que poseen la verdad interiormente‑ deberán derramar para él su fuerza de sangre. El derramamiento de su sangre es para él bendición y salvación. Las heridas de su alma son la curación de él. El les clava en la cruz del derramamiento de la sangre, a la que se entregan voluntariamente. Y este sacrificio les hace vencer al mundo.
         Nuestra intención es mostrarle de manera clara la absoluta exactitud de los hechos de salvación de la manifestación divina, sobre los que los dogmáticos y teólogos solamente pueden especular, porque sacan sus conocimientos de escritos y hechos históricos.
         Comprenderá ahora cuán verdadero resulta el canto de un poeta del siglo diecisiete que dice:
«Oh Señor, yo tengo la culpa de que lleves
con divina paciencia el peso de mis pecados.
Mira, estoy ante ti, cual pecador que
espera un rayo de tu misericordia.»

El que posee la verdad en la sangre está obligado a derramar dicha sangre por las entidades que aún no viven de tal estado de sangre.












Capítulo 5


Ceñios con la verdad



El alma humana emite una radiación, una luz, una vibración. Cada alma responde a una fórmula magnética determinada. La fuerza de alma del hombre dialéctico, del portador de la imagen de Dios, es de una naturaleza particular. Fuimos creados como portadores de la imagen de Dios; no somos seres divinos, sino una imagen de éstos. Somos imitaciones maravillosamente formadas del tercer ser‑alma perdido. Por nuestra extraordinaria estructura, somos llamados y estamos capacitados para recibir en nosotros la verdad divina original que como fuerza de radiación es omnipresente, y dejarla operar en nosotros para ocupar el lugar del ser‑alma desaparecido.
         Supongamos que usted no realizase esta misión, bien porque no la comprendiese o porque no aceptase este camino, a causa de diversas deformaciones e impedimentos de su estado de alma quíntuple. En este caso, usted no cumple con la misión para la que ha sido creado.
         Usted ha sido creado y destinado para ser el portador de la imagen de Dios, con el fin de recorrer el camino establecido por Dios para los hombres. Si rechaza o niega esta vocación, sean cuales sean sus razones, su alma realiza su propia contranaturaleza. Cae instantáneamente en un pozo de sufrimientos y de miserias.
         Cuando un ser es creado para cierta tarea y, provisto de las posibilidades para realizarla, no la cumple, entonces se produce una inversión de valores; la dialéctica empieza a presentar otro carácter, carácter ya conocido por todos nosotros.
         El portador de la imagen de Dios debe morir en el Otro y volver al estado original; en caso contrario se entrega a la decadencia y a la muerte. Por consiguiente, o perece para ganar la eternidad, o se dirige a la muerte que finaliza y aniquila.
         Si usted no acepta su vocación divina, no se necesita ser profeta para predecir, con certeza, que escoge un camino de dificultades y penas, de miserias inútiles y sin fin. Agotado y encorvado por la vida, después de muchas experiencias amargas, después de tal vez muchos años, se verá obligado finalmente a seguir su vocación. Tenga en cuenta que no hay que descartar la posibilidad de que entonces esté tan dañado que de ese estado no pueda surgir nada nuevo y no le quede más remedio que seguir el camino de toda carne.
         Con esto no hacemos un llamamiento a su instinto religioso, a sus temores, ya que el animal también teme a Dios a su manera. Nos dirigimos a su cerebro, a su comprensión moral y racional.
         Usted tiene que ceñir sus riñones con la verdad de la Gnosis. Usted puede hacerlo, abriendo su corazón por el camino que le hemos descrito: el camino de la rosa de oro. Quien acepta este camino de la rosa, afianza en su sangre la verdad que es de Dios. Quien aplaza esta aceptación, descubre que el cambio exigido se vuelve cada vez más difícil.
         Proceda ahora con prudencia para no argumentar ni balbucear fórmulas gnósticas, repitiendo las exigencias de la renovación sin llevarlas a cabo. Debe llegar a tomar parte activa en la obra del gran cambio. Por eso le colocamos en el suelo de la realidad y preguntamos: ¿Se puede explicar de manera científico‑natural el toque de la verdad gnóstica? Sí, se puede.
         Nos dirigimos a su cabeza, con el fin de despertar su comprensión racional. Si su razón reacciona a este toque, su corazón responderá también a él. Por ello, hablamos siempre de una comprensión racional y moral; en otros términos, paralelamente a la aceptación racional se produce un toque interior. La noción racional altera el equilibrio de su alma; su estado de alma dialéctico deja de estar balanceado. Esta agitación abre su esternón a un toque de naturaleza absolutamente diferente, a saber, al toque del fluido electromagnético que emana de nosotros. Si usted tiene una apertura suficiente, nosotros le tocaremos en la rosa. Sólo los servidores de la Fraternidad de la Gnosis pueden tocar su corazón y abrir el átomo original. Por lo tanto, tenga la seguridad absoluta de que no se trata de una imposición mágica.
         Suponga que llegásemos a conmoverle racional, y moralmente y que la rosa en su corazón es tocada. En ese mismo momento la verdad se hallará «más cerca de usted que sus pies y sus manos». Ella habrá penetrado en usted, usted está unido a la verdad tal como ella vive en la Escuela Espiritual. Esto es el comienzo. Los que le transmitimos estas palabras, somos sólo los empedradores que pavimentan el camino, con el fin de que otros puedan acercarse a los instrumentos de precisión escondidos en el suelo. Detrás de nosotros está la Fraternidad, la Jerarquía de Cristo, que debe llevar a cabo su trabajo en usted, sobre el suelo así preparado.
         El trabajo de pioneros que hemos emprendido es indispensable, ya que entre el campo de radiación electromagnético de la Gnosis y el de la persona media que empieza a buscar hay una diferencia vibratoria enorme.
         Lo que por nuestro esfuerzo puede llegar a liberarse, puede ser comprendido por usted, ya que puede acercarse a su tipo vibratorio. La verdad transplantada así en usted también puede ser ceñida con facilidad y unida a su sangre, por pequeña que pueda ser la base de trabajo en sus cinco fluidos del alma.
         Así puede usted comprender lo que es la ofrenda de sangre de Cristo. Cuando la verdad le ha tocado y se une a su sangre, ya no es solamente un portador de imagen, sino que también ha recibido la herencia prometida. En el mismo instante es usted un hijo de Dios. La imagen comienza a hacerse realidad. Algo se revela en usted que le permite decir: "Abba, Padre", al igual que Pablo en su Epístola a los Romanos. Estas palabras significan que hay una nueva fuerza en usted que le une a la vida original; una fuerza a la que usted puede ahora servir, por hallarse en su ser.
         Por esto, el segundo aspecto del camino óctuple es: «revestios de la coraza de la justicia». Ya que desde el momento en que un hombre es ennoblecido por el Padre de esta forma en su sangre, de él emana una nueva luz del alma, gracias a la cual puede servir, es más, debe servir. En el mismo instante, dicho hombre difunde en el mundo la Justicia de Dios.





































Capítulo 6


La coraza de la justicia



En el capítulo precedente hemos tratado con usted el significado de las palabras de Pablo en la Epístola a los Efesios, capítulo 6: «Ceñios vuestros riñones con la Verdad». Descubrimos que el campo de radiación magnético de la Gnosis realiza en el hombre un contacto doble.
         En primer lugar hemos hablado de un toque racional del centro de la conciencia en el santuario de la cabeza. Hablamos de toque racional, porque la filosofía que le anunciamos y la explicación de nuestro objetivo forman una onda portadora de esta fuerza de radiación.
         El segundo toque es el del esternón y el de la rosa del corazón colocada detrás de él, la cual es el segundo principio nuclear del microcosmos. Estos dos toques se enlazan por medio de lo que llamamos la conmoción moral, consecuencia de la reacción del alma al toque racional. Si no se produce este toque racional, el segundo toque no podrá tener lugar y la rosa permanecerá encerrada en su capullo. En este caso la Gnosis no puede llevar a cabo su objetivo primario en el hombre.
         De aquí surge la tan importante pregunta: "¿Por qué se encamina un buscador hacia el Fraternidad?". En la mayoría de los casos podemos contar con que esto se produce por la presencia de un elemento interior de búsqueda, consecuencia de una experiencia más o menos rica en la naturaleza de la muerte, debido a la certeza más o menos positiva de que este mundo no puede traernos ninguna solución.
         Cuando tal ser es confrontado con el toque racional, la conmoción del alma no puede faltar. A cada conmoción del alma le corresponde una actividad especial en el fuego de la serpiente, en el fluido nervioso, en el fluido hormonal y en la sangre. Por consiguiente, la conmoción del alma provoca una actividad que conduce a la inversión de todos los fluidos del alma. Esta inversión sensibiliza el esternón para el segundo toque, el cual abre la rosa, y con ello toda el alma se abre para el trabajo primario de la Gnosis.
         Además de la carencia de conmoción del alma ante el toque racional, podemos considerar también la existencia de una conmoción negativa. Suponga, por ejemplo, que después de haber asistido a uno de los Servicios de Templo del Fraternidad se encuentre en absoluto desacuerdo con lo que ha sido dicho, sea por la razón que sea, y que esto le ha irritado y ha despertado en usted cierta oposición y que, como consecuencia, surge en usted una fuerte crítica.
         Comprenderá que esto también es una conmoción del alma, pero no la pretendida por la Gnosis, sino que se explica totalmente por su estado de ser particular. Tal agitación de naturaleza negativa nunca podrá sensibilizar al esternón para el segundo toque, sino que, al contrario, lo cerrará aún más que antes. La Biblia lo llama «el endurecimiento de los corazones». Más vale que tales alumnos se distancien de la Rosacruz, en lugar de seguir asistiendo a los Servicios de Templo, ya que el proceso del alma en el cual se encuentran les volverá cada vez menos sensibles, y esto puede acarrear peligros para sí mismos y para los demás.
         Se sobrentiende que, después de un tiempo bastante corto, los hombres confrontados con la Rosacruz pueden ser clasificados en tres grupos:
‑ los que reaccionan positivamente,
‑ los que pasan de largo ante el toque, y
‑ los pocos cuyo corazón se endurece.

Por lo tanto, cuando después del primer toque a través del centro de la conciencia, aparece la conmoción del alma, y cuando, por consiguiente, el esternón y la rosa se vuelven receptivos para el proceso ulterior, la verdad puede ser ceñida. Esto quiere decir que el primer toque magnético de la Gnosis puede ser unido a los órganos productores de la sangre, o sea, con el fluido de base del alma. La verdad se ha vuelto entonces una propiedad de la sangre y una certeza de la sangre. Este cambio fundamental del alma ya no podrá ser eliminado ni provocar el endurecimiento del estado del alma ante la luz de la Gnosis. El primer paso en el camino óctuple ha sido dado y el alumno puede revestir la coraza de la justicia, segundo aspecto de este camino óctuple.

Como usted ya sabe, el esternón es un campo magnético. El posee tres propiedades: un poder de radiación, un poder de atracción y un poder de percepción neutro. El esternón consta de tres huesos. Por la primera propiedad, cada persona irradia lo que es. Su estado de ser del momento se lee y se advierte en su corazón, e irradia al exterior. Sobre esta base, el hombre atrae a su sistema, con el segundo poder, fuerzas magnéticas que le nutren. Con el tercer poder, se demuestra qué cosas, influencias y fuerzas dejan a la persona indiferente e inaccesible.
         Por consiguiente, cuando la tercera facultad demuestra claramente que la persona en cuestión es indiferente respecto al mundo de la dialéctica o a uno de sus aspectos, es completamente imposible que puedan ser atraídas al sistema fuerzas magnéticas de este mundo, por el segundo poder del esternón. Tales fuerzas no podrán en absoluto entrar en el sistema. El tercer poder del esternón es, por lo tanto y con razón, una coraza que determina a los otros dos poderes.
         Comprendemos así que el endurecimiento del corazón, antes mencionado, está relacionado con el tercer poder del esternón. La dureza creciente de su corazón demostraría una indiferencia progresiva hacia la Gnosis, lo que conlleva una incapacidad para inhalar por el esternón la radiación de la Gnosis, como alimento magnético.
         En este caso, sólo se dispondría de una facultad de percepción consciente, la del santuario de la cabeza. Esto significaría solamente una captación intelectual, y en esencia no comprendería nada. Usted vería, pero no penetraría; oiría, pero permanecería sordo, ya que el verdadero conocimiento, la auténtica comprensión, se libera exclusivamente por la conmoción moral, consecuencia del toque racional. Usted debe llegar a la comprensión a través de la experiencia que acompaña a la conmoción moral.
         Así pues, es de importancia capital saber cómo se presenta la triple actividad del esternón y en especial la de la tercera facultad: la de "la coraza". Y ahora se trata de saber si usted constata respecto a sí mismo la necesaria incertidumbre, ya que por mucho que se haya familiarizado con la enseñanza de la Rosacruz, se encuentra todavía en pleno proceso de conmoción moral. A semejanza de Cristián Rosacruz, usted vive entre la esperanza y el temor, y en la mayoría de los casos sólo constata incapacidad y reacciones erróneas. La totalidad de este proceso de conmoción racional y moral, de esta intensa tempestad, se refleja en las actividades de su esternón.
         A ninguna persona, quienquiera que sea, que se haya puesto por primera vez en contacto con la enseñanza Rosicruciana, le ha podido suceder que la paz haya descendido en su corazón. Mientras no se adquiera la certeza de la sangre y, por consiguiente, la verdad no pueda ser ceñida, el esternón atraerá o rechazará, sobre bases especulativas e inciertas, lo que en ese momento mejor corresponda con lo que le parezca más idóneo.
         Usted está sometido a cambios de humor muy variables, en estrecha relación con el conflicto que interiormente está tratando resolver, el conflicto entre el estado natural y el estado espiritual. Igual que Cristián Rosacruz, en un momento dado, alababa a Dios y maldecía, a continuación, su propio destino y su propia situación, por no poseer certeza alguna, lo mismo ocurre con el juego de los relámpagos magnéticos que penetran en su corazón. De esta manera no se puede hablar verdaderamente de una coraza de la justicia.
         Usted sabe muy bien lo que ocurre con las normas del derecho humano, también sometidas a la dialéctica. Las normas del derecho cambian como el día y la noche, el calor y el frío, el bien y el mal. Es un círculo que no tiene fin. Lo que uno estima justo, es vehementemente negado por otro.
         Todos los hombres son arrastrados en la corriente de las cosas, en el juego de cambios, y la coraza, la tercera facultad del esternón, lo demuestra. Usted debe rectificar continuamente el estado neutro presente en usted. Como un personaje bíblico preguntó una vez: "¿Qué es la verdad?", puede preguntar también: "¿Qué es la justicia?"
         Usted pregunta a otros, y usted se limita puesto que no podemos decirnos nada de la Justicia Divina, de la esencia de la Justicia, tal como ella está presente en la Gnosis, nos limitamos a algunos puntos básicos que posibiliten la tarea que debemos realizar durante nuestros Servicios, a los cuales los alumnos asisten libremente. Si nos pusiésemos a hablar sobre la verdadera Justicia Divina, nunca nos llegaríamos a entender y, por ello, nunca podríamos establecer la armonía entre nosotros.
         La verdadera justicia divina sólo es accesible a través del proceso, después de una experiencia larga y particularmente dura. En cierta medida, es posible acercarse filosóficamente a la justicia divina. Se puede determinar, por ejemplo, la dirección en la que se debe buscar. Usted puede decir: "Esta justicia pide un comportamiento bien definido, exige una conducta absoluta". Del hombre que recorre el camino de la rosa se exige un comportamiento de vida puro. Por lo tanto, si la persona en cuestión tuviera el conocimiento interior de la justicia gnóstica, podría vivir este comportamiento, ya que este conocimiento interior le pondría en condiciones de forjar la coraza de la inviolabilidad.
         Pero, ¿por dónde y cómo empezar? El hombre debe comenzar por descender de su pedestal, por apartarse de la ilusión de que sabe, de que ve claro y de que actúa bien. Debe tener un conocimiento profundo del juego de los contrarios en sí mismo y experimentar plenamente la angustia que de ello resulta, al igual que Cristián Rosacruz. Cuando de esta forma destrona las certezas de su yo y percibe que en su ser todo es incertidumbre, entonces ‑siempre y cuando el lamento de su sangre le empuje a ello‑ no le queda otra cosa que tener hambre y sed intensas de la justicia divina. En ese momento comienza a ceñir sus riñones con la verdad.
         Admitamos que usted lo haya hecho. Sabe entonces que la Gnosis y el camino es la única solución para usted. Esta verdad de la salvación reside en su sangre. Pero ahora, al lado de esta verdad, aparece ahora la justicia. Si pregunta de qué manera ocurre, usted debe recorrer el camino más alegre hacia la Gnosis.
         Esta justicia no puede ser expresada, y si fuese expresada, no podría ser entendida, y si se entendiera, no podría ser aplicada, a causa de mil y un obstáculos. Por esto, la aspiración es el comienzo. Usted tiene la verdad, pero la verdad todavía no es una realidad en usted. Practicar la justicia, y por tanto poseerla, transforma la verdad en realidad.
         Comience por aspirar a este estado; búsquelo con toda su alma. Descubrirá una puerta mágica. El Sermón de la Montaña dice: «Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura», todo lo que usted busca. A este respecto, piense también en la cuarta bienaventuranza: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados».
         Sin duda usted comprende que, en este caso, no se trata de la justicia terrestre. Si es a ella a la que aspira, puede esperar sentado. La justicia terrestre es una imposibilidad científica. Sin embargo, de la aspiración a la que nos referimos, ‑la cual surge de la certeza de la sangre y de la aspiración al puro derecho divino, que permite que toda la vida continúe en el tono justo‑ se desarrolla una radiación del esternón y, a causa de ello, la respuesta entra por el polo magnético atrayente.
         Tras el hambre, la saciedad. La respuesta se derrama en su sangre ya preparada, y toda su alma se llena de ella. Sólo entonces sabe algo interiormente de la justicia divina, y únicamente entonces puede dar su primer paso consecuente en el camino que conduce a la forja de su coraza. Ya que en la medida en que espontáneamente, es decir, con su comportamiento de vida, reaccione a todo lo que ha adquirido por su hambre de justicia, usted armoniza completamente la facultad neutra del esternón, la tercera facultad, a la totalidad del proceso. Usted permanece neutro ante todos los estados de ser de la naturaleza dialéctica. Usted se libera de ellos desde el interior. La naturaleza dialéctica ya no puede alcanzarle a través del santuario del corazón y su sistema magnético.
         La facultad de radiación del esternón se orienta hacia la Gnosis, la facultad de inhalación recibe la bienaventuranza de la Gnosis, y la facultad de percepción neutra ha cerrado la puerta a la naturaleza ordinaria. El corazón ha sido purificado y la coraza de la justicia ha sido forjada.



























Capítulo 7


Cosmología ‑ antropología ‑ evangelio



La lectura de lo que precede ha podido hacerle comprender que el triple estado de ser original de nuestro microcosmos ha desaparecido hace millones de años. En primer lugar había una entidad aural, impregnada de la indecible sabiduría y de la inmensa felicidad del Reino Inmutable. Este ego aural se expresaba en todo el sistema microcósmico por medio de un conjunto de principios magnéticos. Pero estas luces se apagaron, estos fuegos se oscurecieron, y una red aural de puntos magnéticos distintos formó desde entonces otro ego aural, que se adaptó completamente a la naturaleza de la muerte, y las experiencias así adquiridas dieron lugar a un instinto vital que penetró por el plexo sacro.
         Existía además una segunda entidad que correspondía con lo que llamamos la rosa del corazón. Como usted sabe esta rosa no pertenece a la personalidad, sino que es el centro del microcosmos. Cuando el firmamento del ser aural original se apagó, también este centro fue conducido a un estado latente. Hablamos desde entonces de "capullo de rosa" que de nuevo debe abrir sus pétalos en la luz divina.
         En el microcosmos original también había una tercera entidad: la personalidad original inmortal, que existía en el campo de manifestación del microcosmos. Esta personalidad original fue destruida al comienzo de la caída de los microcosmos, disgregada en átomos, y murió de manera innecesaria. La imponente grandeza de la actual creación y el inmenso amor que se encuentra en el fundamento de ella, se manifiestan en el hecho de que los microcosmos, totalmente vaciados, fueron puestos en condiciones de recuperar en este orden natural su gloria original.
         Para alcanzar este objetivo se creó una personalidad mortal que sirviese como portadora de la imagen de la personalidad original. Este portador de imagen, por medio de las fuerzas latentes en la rosa, debía hacer que su microcosmos regresara al Reino Inmutable, ganando también para sí misma la eternidad a través de la Transfiguración.
         Con estas últimas palabras hemos traído a su memoria al portador de la imagen del tercer ser‑alma perdido. Este portador de imagen, esculpido minuciosamente en la materia de este orden terrestre, puede actuar en el sistema microcósmico caído, identificarse con él, hacerle regresar a su gloria perdida y, reconstituyendo la personalidad original, participar eternamente, es decir, inmortalmente en esta gloria.
         Es evidente que todo trabajo gnóstico se basa en esta posibilidad y comienza a partir de este punto. Todas las filosofías, todos los métodos de trabajo de la Fraternidad Gnóstica, tienen como punto de partida su presencia en la manifestación universal actual y su vocación a este respecto.
         No obstante, usted como portador de la imagen de una realidad perdida, tal vez encuentra desde su aparición en este campo de vida infinidad de situaciones y desarrollos problemáticos, y un número tan considerable de influencias diversas que, en parte, le sujetan totalmente a su poder. Tan grande es la maldad visible e invisible en su campo de vida, y la lucha que debe mantener para seguir en cierta medida su vocación es tan fuerte, que se encuentra constantemente inmerso en un torbellino salvaje de fuerzas y contradicciones. Por ello, la necesidad de prepararse para encontrar una respuesta a varias cuestiones de importancia capital. Por ejemplo, saber cómo ha llegado a ser lo que es y cómo ha llegado el mal al mundo hasta convertirse en un impedimento tan poderoso.
         Si conociese verdaderamente el origen y el desarrollo de la raza humana actual, desde el inicio de los tiempos hasta hoy, podríamos ver quizás los factores circunstanciales y obstaculizadores bajo una luz correcta y en sus justas relaciones. Sobre tal base podría asumir entonces la vocación que yace en el género humano y llevarla a cabo lo más prácticamente posible.
         No basta con que diga: "En calidad de portador de la imagen de Dios, soy el producto final de un plan de emergencia, cuya meta es hacer posible de nuevo el desarrollo interrumpido de la entidad realmente divina". Esta es una definición correcta del estado actual, pero una base absolutamente insuficiente para "hacer algo con ella".
         Suponga que le colocan en un medio absolutamente extraño, sin posibilidad de orientarse y con la orden de volver con su microcosmos a la Morada Paterna. Pues bien, este es el estado en que se encuentran la mayoría de los hombres.
         Quizás existiría un medio para encontrar una solución, si cada mortal estuviese completamente solo. Pero usted se encuentra con millones de seres en idéntica situación. Entonces, la miseria comienza.
         Con el principio original de la vocación escondido en lo más profundo de su ser y encontrándose en un medio completamente extraño, todos se ponen a buscar en todas las direcciones. Los que encuentran la buena dirección, desaparecen. Esto supone una dificultad más.
         Los demás ‑los que quedan‑ gritan confusamente, cada uno indica una dirección diferente y desarrollan una intrincada ilusión, como una atmósfera de varios kilómetros de espesor.
         Cuando llega un nuevo ser, con el principio original de la vocación en su ser, se le asalta con multiplicidad de ideas, orientadas en todas las direcciones. ¿Qué puede hacer el desdichado? Existen, gracias a Dios, numerosas señales indicadoras de buena fe, entregadas por la Gnosis; pero hay todavía más señales especulativas en las que no se puede confiar. En verdad, la imagen que Valentín Andreae describe en sus Bodas Alquímicas, la imagen de la masa hormigueante, peleándose en el fondo del pozo, es absolutamente correcta.
         Por esta causa, si una filosofía de la salvación quiere ser completa y cumplir de verdad con su cometido, está obligada a basar y a afianzar su camino de salvación con una cosmología y una antropología. Una triple filosofía puede ofrecer un claro discernimiento a todos los hombres que, perdidos, avanzan tropezando a través de amargas experiencias.
         Los tres elementos de esa filosofía pueden ser denominados: cosmología, antropología y evangelio.
         Un buscador errante terminará por reconocer como verdaderos, numerosos hechos experimentados por él. Llegará a confiarse a las indicaciones que allí se encuentran y aceptará recorrer el quíntuple camino de salvación que ellas indican. A causa del estado de su naturaleza y de su ambiente natural, se encontrará en este camino ante mil y un problemas. Sólo entonces comprenderá el gran valor de los otros dos aspectos de la filosofía.
         Cuando aún no se ha comenzado a recorrer el camino, la cosmología y la antropología sólo tienen un valor teórico, pero cuando se está en el camino, se reconocen y resuelven todos los problemas que le salen al paso consultándolas. Por consiguiente, primero viene el relato de la liberación, el evangelio, la filosofía de la salvación. Los otros dos aspectos filosóficos sostienen prácticamente la enseñanza de la liberación.
         Encontrará el mismo método en todas las fraternidades transfigurísticas que el mundo ha conocido. Este mismo método lo verá en la vida de Jesús el Señor, quien comenzó por revelar a sus discípulos un evangelio de la salvación. A los que querían concretar su salvación, les dio el conocimiento de lo escondido y de todo lo que les era indispensable en la fase de desarrollo en la que se encontraban.
         Considere, pues, las diferentes disertaciones sobre el misterio de la vida y de la muerte que hemos reunido para usted como un elemento necesario para su marcha hacia el nuevo campo de vida.















Capítulo 8


Un nuevo campo magnético



Proseguimos nuestra exposición en el momento en que numerosos microcosmos vaciados fueron precipitados en el caos, el abismo del espacio. Y le recordamos que si un microcosmos quiere volver a irradiar y a manifestar vida, debe poseer tres núcleos: un núcleo en el ser aural, otro en el centro absoluto del microcosmos, y un tercero que gire alrededor del precedente en el interior del campo de manifestación del microcosmos, núcleo que da lugar al desarrollo del estado de la personalidad, de la manifestación de la totalidad microcósmica.
         Un microcosmos, no obstante, no existe por sí mismo, no es autónomo, sino que pertenece al inmenso número de microcosmos que forman una unidad universal grandiosa. Por esta razón, cada actividad y cada manifestación de un microcosmos debe servir completamente a la unidad universal, y por lo tanto, tiene que ser centrífuga. Este ascenso servicial en la unidad universal, este no ser, es consecuentemente el fundamento del verdadero ser.
         Tan pronto como las actividades de un microcosmos se vuelven centrípetas, tiene que surgir una catástrofe, el contacto con la unidad universal es interrumpido y el calor engendrado divide el átomo. La manifestación del microcosmos se malogra, el tercer núcleo es expulsado y se desintegra en fuerza‑materia. El microcosmos se vuelve entonces un átomo de un tipo completamente diferente y se encontrará con los de su especie en el caos.
         Con este escueto resumen de lo expuesto en los capítulos precedentes, podemos decir que el microcosmos ha nacido de Dios, es decir, que nació una vez del Logos con un fin determinado y que, por lo tanto, es inmortal. El tercer ser‑núcleo original procede de este microcosmos nacido de Dios, y compartía la gloria del estado divino del microcosmos.
         Podemos, para mayor facilidad, designar al microcosmos nacido de Dios con la noción de espíritu, es decir, el principio pneumático de donde procede la manifestación microcósmica. Podemos igualmente llamarlo alma‑espíritu.
         Designamos a la rosa en el corazón como alma, centro microcósmico o alma nuclear.
         Al tercer principio en el campo de manifestación del microcosmos, en el que el alma‑espíritu y el alma‑nuclear pueden unirse y manifestarse, podemos llamarlo cuerpo o alma personal.
         Será evidente para usted que estas tres almas tienen que conducirse según una ley. Si la regularidad de esta ley es perturbada, la manifestación es destruida. El producto se pierde o se transforma y el sistema se encuentra dañado por la violencia de una división atómica. Pero si podemos hablar de división del átomo, también podemos hablar de reconstrucción del átomo. El camino de la salvación no tiene otro fin que el retorno de los microcosmos vaciados a su estado original.
         Esto es algo extremadamente complicado. Un microcosmos no puede emprender nada, ya que, como acabamos de decirle, cada microcosmos forma parte de una unidad, de una universalidad. Por ello es imprescindible que muchos microcosmos caídos, muchos portadores de imagen, se reúnan. Una vez alcancen el número perfecto, podrán, desde abajo hacia arriba, formar un sistema, un cuerpo magnético, un nuevo cosmos magnético, que pueda servir de campo de desarrollo.
         Por ello debe haber una unidad de grupo claramente consciente, positivamente querida, deseada de todo corazón y concretamente aplicada. Debe haber un grupo de personas, de portadores de imagen, que conozcan y comprendan bien el plan. Es una quimera, un intento desesperado y negativo, suponer que es posible recorrer el camino de forma aislada, como algunos suponen. Es de suma importancia comprender claramente el fundamento científico‑natural de estas cosas.

Hay un cierto número de portadores de imagen que poseen discernimiento. Todos desean emprender el camino. Todos ellos influyen en su microcosmos en concordancia. Se forma una colectividad de microcosmos. Todos están muy cargados con las taras de su pasado. Por lo tanto, hay que vencer una gran resistencia. En consecuencia, es necesario que exista también una comprensión real y un gran potencial de deseo de salvación. Y el número de los que quieren recorrer el camino debe ser suficiente, es decir "perfecto", para desarrollar la fuerza necesaria. Debe haber una concentración de fuerza espiritual, es decir, de fuerza aural microcósmica pura, para poder ser inflamado por el espíritu de Dios; como prueba de su agrupación, su llamada ha logrado la unión con el campo original del espíritu. Debe haber suficiente fuerza nuclear del puro perfume de la rosa, para poder perecer en Jesús el Señor y, por consiguiente, poder festejar las bodas alquímicas. Y a esto debe añadirse la fuerza procedente de la personalidad, lo que quiere decir que los portadores de imagen que forman parte de la nueva colectividad, deben estar suficientemente purificados y orientados para poder ejecutar el trabajo de libre construcción.

Cuando estas condiciones están presentes, indudablemente se desarrolla ‑no podría ser de otra forma‑ un campo magnético. Este campo magnético, esta esfera, es para este grupo una nueva tierra, en la que se manifiesta un nuevo campo material, y un nuevo cielo como campo nutritivo. En esta esfera magnética se produce un proceso de desarrollo completamente nuevo y diferente.
         Por consiguiente, esta nueva tierra y este nuevo cielo descienden para el grupo y le acogen, y así todo lo antiguo desaparece. El que lo comprende y vive de ello, experimenta las palabras proféticas del Apocalipsis: «Vi un nuevo cielo y una nueva tierra, y el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido.»
         El nuevo campo magnético ha acogido al grupo definitivamente. El poderoso fuego que contiene se inflamará y el calor dividirá la radiación fundamental. Así, todos los valores y fuerzas liberados de esta forma, harán que se manifieste el hombre nuevo, que un día fue el hombre original.




































Capítulo 9


La Madre del Mundo y los Elohim


Si usted quiere reflexionar sobre el enorme problema antropológico y cosmológico de saber cómo nos hemos vuelto portadores de la imagen de Dios, debe comenzar por distinguir claramente el espíritu y la manifestación de vida, aunque exista una relación entre ambos.
Hay que decir que la vida se ha desarrollado y se mantiene por el espíritu. No obstante, la vida nunca es una vida espiritual en sentido literal. Un ser‑alma no puede concebir lo que contiene y lo que es el espíritu. Ser espiritual es algo totalmente diferente y totalmente opuesto a la más alta forma de vida que el hombre puede concebir.
         En la filosofía de la Rosacruz decimos que un microcosmos caído, después de haber realizado su peregrinación, vuelve al reino del espíritu por medio de la transfiguración. Si usted tomase al pie de la letra esta expresión, cometería un grave error. Con ello se quiere decir sencillamente que hay una manifestación de vida que concuerda armoniosamente con las normas más elevadas del espíritu.
         Un reino del espíritu es un reino de vida que existe en armonía con el espíritu. Pero jamás hubo en el pasado, ni hay en el presente, ni habrá en el futuro, una filosofía y revelación de la salvación que pueda procurar al hombre algún conocimiento del espíritu. Se puede afirmar y saber que existe el espíritu. Se puede sentir su contacto. Se puede vivir de él de diversas maneras. Pero no se puede serlo. Por esto, la expresión de que un hombre pudiese poseer un espíritu, es necesario relegarla al reino de las imposibilidades.
         Esta fábula apareció en el mundo porque el hombre posee, como portador de imagen, un poder racional, y él lo considera susceptible de extenderse ilimitadamente. El poder de la razón es indeciblemente grande y con este poder comprende esta exposición. Pero no caiga en el error de suponer que, haciendo esto, llegará con su intelecto a sondear las profundidades de Dios. Sólo el espíritu puede llevarle a comprender, con sus poderes, algo del gran misterio de la vida. Dicha comprensión es una empresa extremadamente difícil y, por ello, para llegar a este fin, escogemos el método más simple, un método que impide que su poder de imaginación se desvíe en cualquier dirección.
         Piense en un espacio universal, inconmensurable, aparentemente ilimitado. Si por la noche mira las estrellas y piensa en esos cálculos astronómicos, en los que se habla de años luz, entonces podrá llegar a imaginar lo que es un espacio universal. Imagínese a continuación este espacio como un vacío, sin estrellas ni soles ni planetas. Entonces tendrá una representación del caos, el espacio vacío en descanso.
         Dicho vacío, sin embargo, sólo es aparente, ya que no puede existir algo realmente vacío. Los rosacruces dicen: "No hay espacio vacío". En el espacio hay sustancia primordial, todo el espacio existe por la sustancia primordial. Cada manifestación universal procede de esta sustancia primordial.
         Por consiguiente, esta sustancia primordial no es materia muerta, sino que contiene en potencia todas las fuerzas conocidas y otras que no conocemos. Ella contiene las semillas de todo lo que llamamos "vida". La sustancia primordial es la madre de todo, la mater o matriz del reino mineral, del reino vegetal, del reino animal y del reino humano. Concluimos, por lo tanto, diciendo que toda la vida se explica por ella. El hecho de honrar y venerar a esta Madre del Mundo, a esta Matriz Universal, es perfectamente explicable y científicamente aceptable.
         No obstante, este culto y esta veneración no dejan de tener sus riesgos. Si la vida se manifiesta por la Madre Universal, por la materia primordial, y si vivimos y nos movemos por esta Madre, esto significa al mismo tiempo una limitación, un encarcelamiento y una determinada cualidad.
         Por esto, basándose en el conocimiento de esta Madre Universal, pudo perpetrarse y mantenerse a través de los siglos una magia intensa. Piense en el tan conocido culto de María. Un gentío de varios millones de creyentes, reunidos de todas las maneras en una unidad de grupo dialéctica, liberando materia primordial, sobre todo en el cuerpo magnético de dicha unidad de grupo, con su veneración y glorificación a María, cuyo ritmo responde a leyes vibratorias determinadas. Resulta evidente que de esta forma se crea cierto estado de la personalidad, conforme a las intenciones de los guías de estos creyentes. Se utiliza aquí una ciencia cuyo conocimiento es ocultado a la masa. Comprenderá que aplicar conocimientos sobre quienes no los poseen, puede fácilmente volverse un abuso. La distancia entre el uso y el abuso es a veces mínima.
         El camino de la Rosacruz no puede recorrerse sin invocar y liberar, de manera determinada, las fuerzas de la Madre Primordial. Lo que por un lado puede degenerar en un increíble y peligroso absurdo místico y en una magia lamentable, debe volverse, para los que emprenden con seriedad el camino de la Rosacruz, una ciencia exacta, elevada, sagrada y valiosa.
         Cuando se penetra en las cuevas sagradas de los Pirineos franceses, en las que se refugiaron los últimos hermanos y hermanas cátaros, perseverando ‑ hasta límites extremos‑ en la práctica de sus ritos y sus servicios, y usted contempla en las paredes los signos de su profundo saber, se descubre al mismo tiempo en qué se centraban estos ritos. En estas piedras verá el símbolo del verdadero cristianismo gnóstico: la cruz coronada con una "M", el signo de la Madre del Mundo, la Matriz.
         No se trataba en absoluto del culto popular a María y de sus resultados mágicos. Las fraternidades transfigurísticas de todos los tiempos han formado una unidad de grupo nueva, un cuerpo magnético propio, creado colectivamente y de manera netamente autónoma. Con sus ritos y sus servicios liberaban, de la sustancia primordial, las fuerzas necesarias para la realización de su camino de cruz. De esta forma eran concedidas a sus cuerpos nuevas propiedades, y otras desaparecían cuando, por la aplicación de las leyes de la santa liberación, obligaban a la sustancia primordial a que les sirviera como en una reacción en cadena.
         La aplicación de estas leyes proporciona a los que se sirven de ellas un poder, una majestad y una magnificencia sin límite.
         Ahora comprenderá mejor la alegoría evangélica según la cual Jesús nació de María. Este relato se refiere al hombre nuevo, a la nueva raza que debe surgir de la materia primordial. Una raza susceptible de conducir a los microcosmos caídos de vuelta al Reino Inmutable.
         Imagínese de nuevo el espacio vacío, el caos en descanso que, como entidad y como matriz, posee indecibles poderes. Este caos está circundado y penetrado por todas partes por el campo del espíritu universal.
         Entiéndalo como una simple descripción y no como una explicación, ya que no podemos explicárselo. Sólo podemos afirmar su presencia.
         Fuera de la materia primordial, la Matriz, existe el impulso del espíritu. Gracias a su omnipresencia y a su poder de penetración, el espíritu está muy cerca de nosotros, sí, más cerca que los pies y las manos, sin embargo, en lo que nos concierne, permanece trascendente.
         Por la actividad del espíritu, al comienzo fueron despertadas en el caos doce corrientes de la sustancia primordial. Podríamos hablar igualmente de doce fuerzas ígneas, de doce explosiones, de doce eones, de doce grandes poderes, de doce enormes reacciones en cadena, que aparecieron en el espacio vacío. Piense, a este respecto, en los antiguos relatos de la madre y sus doce hijos.
         Estos doce eones eran claras actividades de la Matriz, corrientes de sustancia primordial, y fueron utilizados para despertar con su inconmensurable potencia vital al espacio en descanso.
         Los doce eones no eran todos de la misma naturaleza. Aunque formaban una unidad y colaboraban entre sí, eran muy diferentes. Ellos despertaron en la Madre Universal y a partir de Ella doce fenómenos:

         1º el fenómeno que podríamos llamar la conciencia;
         2º el fenómeno de la voluntad;
         3º el fenómeno de la colaboración;
         4º el fenómeno del apego al entorno;
         5º el fenómeno del apego a lo semejante;
         6º el fenómeno de la conservación en general;
         7º el fenómeno de la coordinación y de la conservación del conjunto;
         8º el fenómeno de la multiplicación y de la muerte;
         9º el fenómeno de la aspiración;
         10º el fenómeno de la manifestación colectiva;
         11º el fenómeno de la agrupación colectiva;
         12º el fenómeno de la disposición colectiva a la ofrenda de sí mismo.

Por la colaboración de estas doce corrientes, el plan de emergencia preveía finalmente, un ser viviente que demostrase y exteriorizase armoniosamente estos doce fenómenos. El portador de imagen constituido de esta forma podía hacer volver a un microcosmos vaciado a la Morada Paterna perdida.
         Resultará evidente para usted que cuando en un espacio vacío se encienden doce fuerzas naturales, que cada una de ellas responde a un principio vivificador determinado, queda todavía muchísimo por hacer antes de que la idea de base llegue, por colaboración, a un resultado concreto. Por ello, es indispensable imaginar al mismo tiempo, que con el despertar de los doce eones en la sustancia primordial, una jerarquía prodigiosa de seres altamente sublimes se introdujo en el espacio del caos, con el fin de servir a la manifestación universal emprendida.
         En la Biblia estos seres son denominados Elohim. Esta jerarquía llenó el caos y reaccionaba a las doce corrientes de los eones. Por esta colaboración de los Elohim con las fuerzas de los eones surgió lo que llamamos el universo dialéctico, esos enormes sistemas estelares y solares, la gran naturaleza de la muerte. Los Elohim no tenían la intención de crear un universo eterno, sino un universo finito, un universo que se expande y se contrae siempre al servicio del gran objetivo que usted ya conoce.
         Los Elohim actuaron, pues, como espíritus planetarios, como animadores de los sistemas estelares. En colaboración con las fuerzas de los eones manifestaron en el caos sistemas esféricos y concentraciones de sustancia primordial. Lo que denominamos la Tierra es también la expresión de uno de los sublimes Elohim.
         Y por esto, al leer la historia de la creación, en el libro del Génesis, según la visión mosaica, comprendemos lo dicho al final de cada fase de manifestación: «Y los Elohim vieron que estaba bien.»
         Por consiguiente, tenemos que contar en nuestro estudio cosmológico y antropológico con el espíritu trascendente ‑la matriz de la naturaleza y sus doce eones‑ y con los Elohim. Conocemos también a los Elohim como el Espíritu Santo, es decir, el espíritu de la manifestación universal en la naturaleza de la muerte, que posibilita y que cura. Los Elohim crearon los campos de vida y los campos de desarrollo. Los Elohim mantuvieron y vivificaron hasta nuestros días todos estos innumerables campos. A partir de los eones naturales crearon, muy progresivamente, a todos los seres vivientes, hasta que al fin se despertó, en el transcurso de los tiempos, la criatura que coronó la obra: el portador de imagen, el Hombre.
         Y los Elohim vieron que estaba bien. Y en todas las esferas de la manifestación universal resonó un himno:

Creced y multiplicaos, llenad toda la tierra. Pues la hora de la realización ha llegado. La hora en que los hombres pueden volver a ser semejantes a los dioses, cuando cumplan con su vocación.






































Capítulo 10


La nueva conciencia



Como usted sabe, la humanidad vive en un estado de conciencia que se llama el estado de conciencia del yo. Este estado de conciencia del yo es su estado de vida. Por eso decimos: "Estado de conciencia es estado de vida."
         Es importante describir tanto la conciencia como la vida. Llamamos "conciencia" al principio vital, su naturaleza, su valor, su limitación; y llamamos "vida" a la forma de la vida, su naturaleza, su valor y su limitación. El principio vital determina la forma de la vida. Por ello: "Estado de conciencia es estado de vida."
         Tanto la conciencia de un ser como su forma se explican por radiaciones magnéticas y son el resultado de radiaciones magnéticas. Distinguimos:
         1º una radiación fundamental;
         2º una radiación sideral;
         3º cuatro radiaciones etéricas.

Por estas radiaciones surgen diversos procesos vitales en el interior del campo de manifestación de un microcosmos o mónada.
         Sabemos también que si hay un microcosmos, hay también un macrocosmos. Por lo tanto, tenemos que considerar todos los procesos vitales en relaciones siempre más amplias. Para no extendernos demasiado en este capítulo, nos limitaremos a los procesos vitales del microcosmos de la humanidad dialéctica.
         Hubo un tiempo en el desarrollo de la humanidad dialéctica ‑el tiempo del comienzo‑ en el que sus microcosmos no llevaban ningún tipo de estado de vida. Sus campos de manifestación estaban absolutamente vacíos, en el sentido de que en ellos no se encontraba ninguna forma biológica. No obstante, había en estos campos de manifestación un proceso biológico. Todas las mónadas fueron unidas al macrocosmos mediante una radiación fundamental. Existían agrupadas magnéticamente en una esfera que podríamos llamar planeta o por lo menos cuerpo celeste. El proceso biológico tenía lugar en las mónadas, alrededor de ellas y sobre ellas, tenía como único fin establecer una armonía entre ellas y la naturaleza de las esferas planetarias en cuestión.
         Al terminar este proceso, empezó un segundo proceso. Las mónadas o microcosmos fueron influidas por una fuerza ideo‑motriz. La gran idea, la destinación, principio básico del susodicho planeta, se grabó en las mónadas o microcosmos. Primero se trató solamente de acoplarlas a determinada esfera de vida; a continuación se efectuó la grabación de la idea, el plan de esta esfera de vida.
         Estos dos aspectos forman los dos polos de la radiación fundamental. En la Enseñanza Universal los procesos de los que acabamos de hablar, fueron denominados el estado mineral y el estado vegetal de la humanidad.
         Una fuerza de ideación engendra tensión, calor. Se puede imaginar que las mónadas, prisioneras de su esfera planetaria, experimentaron el efecto de este calor; proceso claramente biológico. De este calentamiento, en el interior del campo de desarrollo de las mónadas surgió una fuerza, un estado, comparable a un torbellino de fuerzas. Este estado correspondía a una segunda radiación cósmica, la radiación sideral.
         En este tercer proceso, por la idea se liberó en las mónadas lo que denominamos el deseo. La idea poseía naturalmente vida en sí misma. El proceso de calentamiento engendrado por la idea dio nacimiento al deseo de esta vida. Todos sabemos que el deseo también engendra calor, un calor más intenso, más poderoso y más devorador que el calor de la idea. Este tercer proceso se designa en la Enseñanza Universal como el estado de desarrollo animal de la humanidad o Período de la Luna. Pero en ese momento no había todavía ninguna forma de vida tal como nosotros la entendemos en la actualidad.
         El calor engendrado por el deseo de la vida hizo que la fuerza sideral que operaba en el planeta se dividiera en cuatro aspectos, en cuatro radiaciones etéricas. Lógicamente, la interacción entre las mónadas y su planeta tenía mucha importancia para ambos. Por ello decimos que las mónadas crean y mantienen su planeta.
         Esta liberación de éteres marcó el principio de la manifestación en la forma: el Período de la Tierra empezó. Antes de esta época se podía decir que sólo se trataba de una manifestación de fuerza. La radiación fundamental trajo la atracción (la unión planetaria) al macrocosmos. A continuación trajo la idea. La radiación sideral engendró consecuentemente el deseo de realizar esta idea.
         Gracias a las cuatro radiaciones etéricas, la idea pudo realizarse durante cuatro períodos de tiempo gigantescos. El éter más denso y lento fue el que operó primero. Vimos aparecer, gracias a este éter, formas pesadas y monstruosas de tipo material etérico. No se podía decir todavía que fuesen formas de vida. Más bien eran reacciones poderosas y toscas a la actividad del primer polo de la radiación fundamental. Este resultado no se obtenía por medio de una sola mónada, sino por muchas, en una especie de unidad de grupo.
         Estos intentos provocaron a su vez efectos caloríficos más grandes y vibraciones más rápidas. Así, la fuerza etérica siguiente, la segunda, entró en actividad. Aparecieron nuevas formas etéricas, que trataron de reaccionar a la corriente de ideación de la radiación fundamental. A partir de ese momento se intentó esculpir la forma y realizarla en concordancia con la idea planetaria. Las formas tomaron un aspecto más humano, según la aceptación que damos hoy a esta idea.
         Gracias al calor y a la elevación del nivel vibratorio obtenido con estos intentos, el tercer éter fue vivificado. Nadie puede describir el espantoso horror que nació como consecuencia, si examinamos este período basándonos en nuestra sensibilidad actual. Pero lo que sucedía era la continuación consecuente de un proceso de desarrollo biológico en una apariencia etérica.
         Durante el período que tratamos de describirle, la vida en pleno desarrollo adquirió deseos. Estos deseos eran tan gigantescos, amplios y masivos, que deben ser considerados como ilimitados. Tan ilimitados, debido a que guardaban relación con el estado planetario y las corrientes presentes en él.
         Las formas esculpidas del período precedente cobraron vida, en el estado de deseos ciegos. Estas formas se arrojaron unas a otras en un abrazo monstruoso; se devoraban y se mataban mutuamente; eran empujadas por instintos vitales ciegos.
         Todo esto desencadenó el miedo. Un miedo tan horroroso y tan desmesurado, que el hombre lleva todavía sus huellas en las actividades inconscientes del plexo sacro. El miedo despertó sentimientos individuales. De esta manera nació la individualización. Así aparecía y desaparecía la vida en torbellinos salvajes; los opuestos se demostraron.
         El calor se volvió tan intenso, que engendró la luz. La atrocidad fue materialmente visible y así se manifestó una densificación mayor de la forma.
         Sobre esta base de horror, se liberó el cuarto éter, el éter reflector, y, como consecuencia, el ser animal humano pudo volverse un ser pensante, un individuo.
         Después de un tiempo indeciblemente largo, después de numerosas etapas de desarrollo biológico, el hombre apareció al fin, capaz de asimilar la idea con el pensamiento; capaz de amar esta idea y con la voluntad impulsarla al acto. De esta manera nació en el campo de manifestación de las mónadas un estado de conciencia y un estado de vida.
         En la forma viviente más refinada había un centro, en el que las seis radiaciones de las que hemos hablado formaban un foco. A este centro se le denominó: el alma. Sin embargo, usted comprenderá que este centro ya existía cuando comenzó el primer desarrollo biológico, ya que debe existir necesariamente un foco, un punto de partida, una base, antes de que el desarrollo inicial pueda comenzar.
         Cuando el hombre hubo aparecido en sentido completo, y la mónada se pudo manifestar en él y a través de él, y el hombre se convirtió en un ser consciente racional y moral ¿se había alcanzado ya el punto final del desarrollo biológico?
         El hombre había alcanzado una conciencia del yo, se había vuelto un portador de la imagen de una idea, una idea cósmica, con cuya ayuda podía actuar de manera auto‑realizadora. A partir de este momento, la creación humana en sentido terrestre era perfecta. Y la Pistis podía, con todo fundamento, decir: «Y Dios, los Elohim, vio que era bueno.»
         Desde ese momento, teniendo como fundamento la conciencia del yo, el hombre hubiera debido elevarse hacia un bien superior, hacia un desarrollo que hubiera permitido a las mónadas festejar su retorno definitivo a su estado original.
         Pero en esos tiempos remotos hubo una gran parte de la humanidad que no lo hizo. Es todavía la tragedia de la humanidad actual: se ha desligado de la idea original, de la fuerza de ideación original del orden de emergencia.
         Usted no sabe lo que esto significa, pero comprenderá, no obstante, que cuando participa en un proceso de desarrollo que se realiza por etapas, y, en un momento dado, obtiene un poder, si emplea dicho poder para perturbar y para bloquear este proceso de desarrollo, resulta evidente que la idea le dará de lado y le abandonará. De este modo, nace la inarmonía en el macrocosmos, no sólo en lo que a usted respecta, sino también con respecto a la radiación cósmica. Y esto es lo que llamamos "la Caída". Nuestros antepasados, nuestros antiguos ancestros, que se habían vuelto "hombres" en el pleno sentido de la palabra, hombres tales que "los Elohim vieron que estaba bien", abusaron del poder que les daba su estado y perturbaron el proceso de devenir biológico del santo orden de emergencia. Esto tuvo como consecuencia la desnaturalización de sus descendientes, que yerran desde entonces aquí abajo provistos de una conciencia del yo y cargados con una pesada herencia kármica monádica.
         Ellos tratan de cultivar esta conciencia del yo para elevarla a un estado superior. Pero esto es imposible, por el hecho de que el proceso de desarrollo inicial no preveía como coronamiento final de la obra la conciencia del yo, sino que ésta era sólo una fase del proceso. Por esto, quien se aferra a la conciencia del yo, descubrirá un día que ésta cambiará de rumbo y se dirigirá hacia el pasado.
         Renunciar y abandonar la conciencia del yo no significa asumir cierta cultura, llegar a cierta línea de conducta, ser amable, modesto y tranquilo. No, esta renuncia representa un cambio absoluto:
         en primer lugar, hay que llegar a captar de nuevo la pura radiación fundamental original;
         y en segundo lugar, hay que elevarse a un estado de conciencia que sobrepasa con mucho a todos los demás estados conocidos de conciencia del yo: la conciencia‑alma.
         La Escuela Espiritual de la Rosacruz se ha propuesto, como meta, conducirle a este estado de alma.






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